P. Adelino Dos Santos
“Que el rebaño en su fragilidad alcance la fuente donde proviene la fuerza de su Pastor”.
La liturgia de hoy continúa los temas de la semana pasada en muchos sentidos y al igual que la semana pasada tenemos muchos símbolos, pero de todos no podemos dejar de hablar del tema principal que es Jesús el Buen Pastor. Vamos a pensar este tema desde dos aspectos como dos caras de la misma moneda.
El evangelio comienza con la clave para que entendamos todo el contexto de la liturgia: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…” Desde aquí podemos hablar de muchos temas, pero antes es conveniente pensar que la idea de pastor de rebaño que tienen los de la época de Jesús no es la misma idea que tenemos nosotros hoy. Jesús adopta siempre un lenguaje comprensible, de la actualidad y de la vivencia del pueblo, por eso ante Pilato él dice: “yo he hablado abiertamente”. Eso no significa apenas que habló en público sino también que habló desde lo que todos ya conocían, resignificando cada cosa, cada sentido, cada gesto.
El pastor se iba al campo y pasaba todo el día con sus ovejas y pasaba toda la noche vigilándolas. En esta jornada le iba hablando para que cada oveja se acostumbrara con su voz, les daba nombre y las conocían por su nombre, cantaba a las ovejas, el silbido significaba mucho para las ovejas porque sabían lo que tenían que hacer. Cuando se tenían que cambiar de pasto bastaba un silbido y el pastor salía adelante y sus ovejas atrás… podemos pensar que el pastor iba hablando, cantando o silbando para que las ovejas supieran donde está su pastor. En otras palabras el pastor “perdía el tiempo con sus ovejas”, las conocían, les daba atención y cuidado. Las protegía de lobos o de ladrones.
En este sentido, nosotros los pastores del rebaño del Señor tenemos que hacer un profundo examen de conciencia.
Jesús como el Buen Pastor es el que ha vencido la tentación de estar en un gran puesto para estar con sus ovejas, hablándoles y dedicando su tiempo para que ninguna de ellas se perdiera. En el mismo evangelio de San Juan capítulo 17, Él hará esta oración: “Cuando yo estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió, sino el que ya estaba perdido…”(vers. 12). Hay un misterio, un don que Jesús nos regala que es LA VIDA ETERNA y esta vida es fruto de la unidad de Cristo con el Padre. Tal unidad nos conduce a la fuente del agua de la vida (segunda lectura), que es Dios mismo. En este sentido, Jesús como Pastor tiene la misión de conducirnos a la contemplación del Padre y nos da una vida que nadie nos puede quitar porque Él es uno con el Padre.
El otro lado de la moneda nos toca a nosotros como rebaño de Cristo y volvemos al principio del Evangelio: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…” Sabemos nosotros que Jesús ha dado su vida por nosotros sus ovejas, que nos ha salvado, nos ha dado vida eterna. Pero tenemos que pensar nosotros como ovejas qué voz escuchamos hoy, qué pastor tenemos, qué caminos seguimos. Somos llamados, hoy, a seguir al Cordero por donde él vaya, solidarios con él en la muerte y en la vida, entonces participaremos de la vida de la cual él mismo vive, la vida de Dios. Debemos dejarnos guiar por un pastor que da su vida por nosotros. Podemos pensar en los numerosos líderes de ideologías filosóficas, políticas, culturales… ¿cuál o cuáles de ellos daría la vida por usted?
Hoy tenemos un Pastor que es el sucesor de Cristo, que conduce su Iglesia y nos revela al Padre. Escuchémoslo, oigamos su voz y recemos por él para que permanezca fiel al proyecto del Padre. No nos olvidemos de pedir por nuestros sacerdotes, son nuestros pastores en cada comunidad. Si sus comunidades parroquiales no rezan por ellos, ¿quién lo hará?
“Que el rebaño en su fragilidad alcance la fuente donde proviene la fuerza de su Pastor”.
La liturgia de hoy continúa los temas de la semana pasada en muchos sentidos y al igual que la semana pasada tenemos muchos símbolos, pero de todos no podemos dejar de hablar del tema principal que es Jesús el Buen Pastor. Vamos a pensar este tema desde dos aspectos como dos caras de la misma moneda.
El evangelio comienza con la clave para que entendamos todo el contexto de la liturgia: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…” Desde aquí podemos hablar de muchos temas, pero antes es conveniente pensar que la idea de pastor de rebaño que tienen los de la época de Jesús no es la misma idea que tenemos nosotros hoy. Jesús adopta siempre un lenguaje comprensible, de la actualidad y de la vivencia del pueblo, por eso ante Pilato él dice: “yo he hablado abiertamente”. Eso no significa apenas que habló en público sino también que habló desde lo que todos ya conocían, resignificando cada cosa, cada sentido, cada gesto.
El pastor se iba al campo y pasaba todo el día con sus ovejas y pasaba toda la noche vigilándolas. En esta jornada le iba hablando para que cada oveja se acostumbrara con su voz, les daba nombre y las conocían por su nombre, cantaba a las ovejas, el silbido significaba mucho para las ovejas porque sabían lo que tenían que hacer. Cuando se tenían que cambiar de pasto bastaba un silbido y el pastor salía adelante y sus ovejas atrás… podemos pensar que el pastor iba hablando, cantando o silbando para que las ovejas supieran donde está su pastor. En otras palabras el pastor “perdía el tiempo con sus ovejas”, las conocían, les daba atención y cuidado. Las protegía de lobos o de ladrones.
En este sentido, nosotros los pastores del rebaño del Señor tenemos que hacer un profundo examen de conciencia.
Jesús como el Buen Pastor es el que ha vencido la tentación de estar en un gran puesto para estar con sus ovejas, hablándoles y dedicando su tiempo para que ninguna de ellas se perdiera. En el mismo evangelio de San Juan capítulo 17, Él hará esta oración: “Cuando yo estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió, sino el que ya estaba perdido…”(vers. 12). Hay un misterio, un don que Jesús nos regala que es LA VIDA ETERNA y esta vida es fruto de la unidad de Cristo con el Padre. Tal unidad nos conduce a la fuente del agua de la vida (segunda lectura), que es Dios mismo. En este sentido, Jesús como Pastor tiene la misión de conducirnos a la contemplación del Padre y nos da una vida que nadie nos puede quitar porque Él es uno con el Padre.
El otro lado de la moneda nos toca a nosotros como rebaño de Cristo y volvemos al principio del Evangelio: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…” Sabemos nosotros que Jesús ha dado su vida por nosotros sus ovejas, que nos ha salvado, nos ha dado vida eterna. Pero tenemos que pensar nosotros como ovejas qué voz escuchamos hoy, qué pastor tenemos, qué caminos seguimos. Somos llamados, hoy, a seguir al Cordero por donde él vaya, solidarios con él en la muerte y en la vida, entonces participaremos de la vida de la cual él mismo vive, la vida de Dios. Debemos dejarnos guiar por un pastor que da su vida por nosotros. Podemos pensar en los numerosos líderes de ideologías filosóficas, políticas, culturales… ¿cuál o cuáles de ellos daría la vida por usted?
Hoy tenemos un Pastor que es el sucesor de Cristo, que conduce su Iglesia y nos revela al Padre. Escuchémoslo, oigamos su voz y recemos por él para que permanezca fiel al proyecto del Padre. No nos olvidemos de pedir por nuestros sacerdotes, son nuestros pastores en cada comunidad. Si sus comunidades parroquiales no rezan por ellos, ¿quién lo hará?