Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

sábado, 8 de enero de 2011

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

El comienzo de la vida pública de Jesús es su Bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba «un bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. Entonces aparece Jesús. El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de San Juan –destinado a los pecadores– para «cumplir toda justicia». Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu Santo –el Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación–, en forma de paloma, viene sobre Jesús –como preludio de la nueva creación–, y la voz del cielo –el Padre– proclama que Él es «mi Hijo amado». Es la manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
El Bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»; anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta. Viene ya a «cumplir toda justicia», es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu –que Jesús posee en plenitud desde su concepción– viene a "posarse" sobre Él. De Él manará este Espíritu para toda la humanidad.
Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán. En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva: desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu» para entrar en el Reino de Dios. Después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado».
Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse –en el Hijo– en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva».

miércoles, 5 de enero de 2011

ORO, INCIENSO Y MIRRA AL REY DE REYES

Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” Mateo 2:11.

A pesar de que son diversos los comentarios sobre los “magos” de Oriente que visitaron a Jesús a pocas horas de nacido, aprendemos mucho de ellos y de su actitud adoradora. Prefiero aceptar la tesis de algunos estudiosos de que estos hombres eran reyes de países lejanos; científicos estudiosos de la astronomía. Fue así como estudiando las estrellas, el Espíritu Santo les mostró que un evento sorprendente tendría lugar en Israel; el nacimiento del Rey de Reyes y Señor de Señores. Es realmente emocionante la determinación de estos magos de Oriente. Ellos claramente expresaron: “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?. Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle” (verso 2).
Ellos se habían propuesto adorar a Jesús. Su esfuerzo de viaje era mayúsculo; un grandísimo sacrificio. Su meta era en verdad impactante viniendo de hombres de autoridad y riquezas: “venimos a adorarle”. No tenían otra opción, sólo querían verle, conocerle y adorarle. Aleluya.
Su devoción e intención adoradora sacudió a Herodes, hizo tambalear su reino y le provocó a indagar sobre el Mesías. La adoración genuina y determinante sólo para Dios, afectará a reinos y poderosos. Estos querrán ahogarla y destruir el motivo de nuestra adoración (a Cristo), pero no lo podrán lograr. Pablo el apóstol lo afirmó: “¿Quién me podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro?”.
Los magos de oriente nos muestran algunas características de los adoradores que agradan al Padre. Veamos


a) Reconocieron a Jesús como el Rey de los judíos.

b) Reconocieron a Jesús como el Verbo encarnado de Dios.

c) Determinación total para adorar a Jesús.

d) Decisión plena de rendirse con su autoridad como reyes ante Jesús (reconocieron Su Suprema Autoridad.)

e) Entendimiento de los tiempos y señales divinas.

f) Eran dirigidos hacia la presencia de Jesús por el Espíritu Santo (a través de la estrella).

g) Se gozaron en llegar ante Él (con muy grande gozo).

h) Doblaron las rodillas ante Él y pusieron su rostro en tierra en humillación ante el Señor.

i) Le adoraron fervientemente.

j) Le manifestaron su adoración, abriéndole sus tesoros y dándole presentes (lo mejor que tenían).

k) Fueron obedientes al Espíritu Santo.

l) Guardaron con celo a la persona de Jesús.
Es interesante notar tantas cosas hermosas en un episodio bíblico tan corto. Pero lo más relevante de todo este suceso son los presentes puestos a los pies de Jesús: Oro, incienso y mirra.
Estos tres elementos son esenciales para darle al Señor la más sublime y excelente adoración. Será necesario tomar cada uno de éstos y analizarlo con el deseo profundo de incorporarlos cada día más a nuestra vida de comunión e intimidad con Dios. Amén.

I.- Oro
El oro es uno de los metales (sino el primero) más valiosos del mundo. Bíblicamente hablando, el oro es símbolo de las cosas más preciadas del carácter y personalidad de Dios, de Cristo, la Iglesia y el hombre.
El oro es símbolo de: realeza, dignidad, autoridad y soberanía. Representa gobierno, posición, absolutismo y dominio. Este metal es una representación del carácter firme del hombre, y de su reinado.
El oro da seguridad, influencia e identidad al que lo posee.
En el libro de Mateo vemos a los Reyes de Oriente abriendo sus tesoros a Jesús. Ellos le darían de lo mejor que poseían. Esto es profundamente bello. Trajeron desde lejos todos sus tesoros para adorarle y al verlo, pusieron a sus pies lo más significativo, valioso y profético: El Oro, que en el contexto señalado representa la rendición total de su influencia, poder, autosuficiencia y dominio a los pies de Jesús. El oro como presente a los pies de Cristo significaba que los Reyes tomaban su realeza, posición y dignidad y la sometían al GRAN REY. Toda su identidad, rango, seguridad e influencia la cedían a Cristo. Dicho de otra forma, ellos se sometían, se sujetaban y en obediencia total rendían sus coronas a Jesús. Aleluya.
Existe hoy un craso error en la Iglesia del Señor Jesucristo al considerar livianamente que adoración es sólo música y cantos a Dios. No. La música y el cántico son parte de nuestra devoción a Él y deben ser la consecuencia continua de nuestra comunión personal con el Todopoderoso. Amén.
Adorar implica más que cantar; es rendición total, entrega, sometimiento y reconocimiento de la máxima Autoridad en Jesús.
Todo lo que implica el oro debe ser puesto a los pies del Mesías; sólo así nuestro cántico será aceptado por el Padre. El acto de los magos de oriente al tomar el oro y adorar con éste al Señor, yo lo resumo en una sola palabra: “Obediencia”. Este es el ingrediente esencial en la vida devocional de un adorador. Sin la obediencia a Dios, a su Palabra y Autoridad y a su Santo Espíritu, nuestra ofrendas y alabanzas, sólo son fuego extraño que se disipa antes de llegar a Su Trono.
Obediencia es el oro rendido a los pies del Creador. Jesús nos muestra este factor trascendental de la adoración excelente con su vida rendida y sujeta al Espíritu.
Él, Jesús, es el Máximo Adorador, la Máxima Ofrenda aceptada por el Padre y Él es el Cordero Inmolado.
Por lo que padeció, aprendió la obediencia, afirmó Pablo. El mismo apóstol nos provoca a vivir bajo el mismo sentir que guió la vida de Cristo (Filipenses 2), la obediencia al Padre. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz...” (versos 5-8).
Hay miles de personas que se acercan todos los días ante el Señor para adorarle, creyendo que esto sólo tiene que ver con entonar algunos himnos o Salmos, aunque sus corazones estén llenos de rebelión, altivez y soberbia. Sus vidas son un reservorio de murmuración a la autoridad delegada por Dios y no tienen la menor intención de someter sus vidas a las autoridades de una Iglesia, menos al Espíritu Santo. Lo triste de todo es que creen que porque cantaron, adoraron. Esta lamentable equivocación se repite con líderes de alabanza, músicos y predicadores. Ellos no miran su carácter ni su corazón al exaltar al Señor.
Cuando Jesús moría en la Cruz del Calvario, antes de entregar su espíritu al Padre dijo: “consumado es”. Esta expresión previa a su muerte implicaba que todo lo que Dios Padre le encomendó hacer, lo hizo obedientemente. La obra fue perfecta por su obediencia total. Aleluya.
La mayor y mejor ofrenda a Dios por el hombre fue Su Sangre derramada. Él llevó sobre sí el pecado de todos los mortales. Murió por ellos y por Su Obediencia salvó a los humanos.
Si tan sólo entendiésemos este secreto de adorar a Dios con oro; obediencia plena, rendición total, veríamos miles de propósitos divinos cumplirse por doquier. Como los reyes de oriente hoy, abramos nuestros tesoros y pongamos a sus pies, en obediencia, nuestro oro. Amén.

II.- INCIENSO
El incienso era la sustancia aromática que se quemaba en el Tabernáculo de Moisés y en el Templo de Salomón sobre el altar de oro del incienso. Sólo podía ser preparado a través de la fórmula dada por Dios a Moisés según Éxodo 34-36 y era para uso exclusivamente sagrado. Tenía un simbolismo en sí mismo muy profundo y espiritual. Tenía que ser quemado en el santuario cada día y cada noche como ofrenda agradable al Señor. El incienso acompañaba necesariamente a cierto tipo de ofrendas al Señor como parte de ellas (símbolo de la adoración), a las ofrendas de harina, primicias y a los panes de la proposición (Levítico 2:1, 2, 15; 24:7).
El incienso era ofrecido una vez al año en el Lugar Santísimo en la Fiesta de la Expiación (Día del Perdón) Levítico 16:12-13.
Dios, como medida disciplinaria, castigaba a los que no ofrecían el incienso ante Él, según sus ordenanzas. Recordemos la muerte de Coré y sus seguidores y la lepra del rey Uzías por ofrecerlo mal a Dios, al igual que Nadab y Abiu (Levítico 10:1-2). El incienso ofrecido era sólo para Jehová, el cual se encendía en ira cuando Israel lo ofrecía a otros dioses paganos en los lugares altos. Tanto Isaías (Isaías 66:2-3) y Jeremías (Jeremías 6:19-20), señalaron que Jehová rechazaba el incienso ofrecido si el corazón del ofrendante no era recto.
El incienso era un símbolo de la oración, según ambos Testamentos (Salmo 141:2; Apocalipsis 5:8) y era algo muy preciado y costoso. El incienso también era obtenido a alto precio para perfume, de árboles de Arabia y África (Jeremías 6:20; Cantares 3:6). Era un buen símbolo del amor o del enamoramiento entre dos personas.
Este incienso era colocado en una vasija llamada incensario, en la cual también se colocaba el fuego para que ardiera en el culto judío.
Este incensario era de bronce y se usaba diariamente y también en el día de Yom Kipur (Día del Perdón), en el Santísimo Lugar.
El fuego y el incienso juntos, eran portados en diversos incensarios en los rituales hebreos y eran hechos por los más finos artífices en metales, acabándolos con finos labrados.
Cada día era necesario tomar carbones encendidos del “fuego perpetuo” del Santuario para llenar el incensario y así entonces quemar el incienso colocado allí y con ello provocar la difusión del preciado perfume por todo el tabernáculo o Templo. La fragancia característica del incienso llenaba de esta manera toda la Casa del Señor. Amén.
Este incensario recogía el fuego o carbones del “altar de oro del incienso”, el cual debía tener continuamente ardiendo el fuego, como un recordatorio del arder continuo del amor de Jehová por Israel y de la imperiosa obligación del pueblo de orar ante Él cada día y de adorarle siempre.
El altar del incienso, el incensario de oro y el incienso simbolizaron la mediación de Cristo, su posición sacerdotal, su intercesión por el hombre y su contínua entrega, adoración y sacrificio redentor. Estos tres elementos también hablaron del creyente y de la Iglesia en su tarea de oración, alabanza y sobre todo, de adoración. Aleluya.
El incienso simboliza el amor del adorador, su conciencia de adorar contínuamente a Dios y su anhelo por una cercanía e intimidad con Él
El incienso representa nuestra alabanza o gratitud, nuestro aprecio y amor por la Presencia Divina y la oración intercesora por el hombre caído.
El incienso quemado cada día señala la necesidad y responsabilidad de orar cada día a Jesucristo, que tiene Su Novia, la Iglesia.
Este incienso quemado ante el altar de oro del incienso y de frente al velo que separaba el Lugar Santo del Santísimo, representa la preparación y deseo de la Iglesia de tener comunión con Dios (ante el Arca de Su Presencia). El incienso es símbolo de santidad, comunión, pero sobre todo de intimidad. El aroma del incienso quemado era un poema de amor del pueblo de Dios ante su Rey y una invitación y anuncio amoroso de tener “amores con Él”.
Por estos detalles es que el regalo del incienso por los magos de oriente a Jesús, cobra relevancia. Este regalo implica que adoración verdadera para Dios es Intimidad. Adoración de excelencia es tiempo dedicado a Él; es un corazón enamorado de Su Gloria y dispuesto a dejar a los mortales para tener en lo íntimo, en lo secreto, comunión y amores con el Esposo amado. Aleluya.
Abramos hoy, querido pueblo cristiano, nuestros tesoros ante Él y démosle lo mejor de nuestro amor, el incienso aromático de nuestra adoración.

III.- MIRRA.
La mirra es la traducción de tres vocablos hebreos y dos griegos que aparecen en el Antiguo y Nuevo Testamento.
En Génesis 37:25, lo correcto hubiese sido colocar la palabra ládanio y no mirra (el término hebreo Lot) que hacía alusión a la gomorresina fragante de la estepa (cistus Cretius), planta muy abundante en Palestina y cuyo producto es muy apreciado en Oriente.
En el libro de Ezequiel aparece la palabra “quiddha”, que en realidad es casia y no mirra (Ezequiel 27:19).
En el libro de Apocalipsis, en el capítulo 18 y verso 13, la palabra que aparece es “Myrón”, que significa ungüento.
Las palabra Mor (en hebreo) y smyrna (en griego), son las que se traducen apropiadamente “Mirra”. La mirra es la gomorresina fragante de la “Commiphra myrrha” , planta que abunda en el sur de Arabia, Etiopía y Somolilandia.
Si la mirra se extrae de árboles nuevos, puede ser líquida (Cantares 5:5,13), o puede ser sólida, en cuyo caso es cristalina, roja, semitransparente y frágil. La mirra era usada en perfumería y medicina; también para embalsamar cadáveres. Según Éxodo 30:23, debería ser un componente importante del aceite de la unción, el cual era sagrado y cuya fórmula provenía de Dios mismo a Moisés.
Lo importante de la mirra en dicha fórmula es que debía ser “mirra excelente”. Era para el aceite de la santa unción, para uso santísimo.
También desprendemos del pasaje narrado en Mateo 2, que la mirra se contaba entre los elementos valiosos de los magos de oriente. Era parte de sus tesoros reales.
La mirra fue usada también aprovechando sus cualidades soporíferas, mezclándola con diversas bebidas ofrecidas a personas torturadas. Jesucristo mismo, rehusó el vino (vinagre) mirrado antes de morir (Marcos 15:23). Él quería tomar la copa de sufrimiento por los mortales a plenitud. Su vida fue ofrendada hasta la muerte. Gloria a Dios.
Algunos comentaristas del Nuevo Testamento ven en la mirra una alusión al reinado de Cristo, basado en sus padecimientos en la muerte de cruz.
Bajo el lente con que estamos mirando el pasaje: adoración, la mirra tiene un hondo significado. Es importante recordar que los Magos o Reyes de Oriente venían para adorar al niño Jesús. El término más correcto desprendido del texto original es “vinieron a rendir homenaje”. Su homenaje no era sólo político o civil, sino un alto homenaje espiritual.
El gozo expresado al encontrar al niño con su madre es la expresión de una exuberancia de sentimientos, tuvieron sumo gozo. Ellos abrieron sus tesoros y ofrecieron sus dones u oblaciones. La palabra traducida por dones aparece sólo siete veces en el Nuevo Testamento y es la correspondiente a ofrendas u oblaciones que muchas veces se menciona en el Antiguo Testamento. En cada ocasión, se menciona con relación a Dios. Los Magos de Oriente reconocieron en Jesús al Dios encarnado. Aleluya.
La mirra vino a ser el regalo que anunció proféticamente momentos muy amargos en la vida del Mesías. El sufrimiento y la negación continua de sí mismo sería la constante en su peregrinar por la tierra.
La mirra es entonces representativa de aflicción, dolor, angustia, tiempos de amargura, sufrimiento y muerte. La mirra vino a ser el símbolo de “humillación plena” en la vida de Cristo. Curiosamente era un componente obligado en el “aceite de la santa unción”. La humildad como fruto y la humillación continua ante Dios eran los grandes símbolos encerrados en la mirra aromática; ambos necesarios en la vida del adorador.
El oro entregado por los magos a Jesús eran un reconocimiento de su realeza; el incienso, un homenaje supremo a su divinidad y la mirra, un anuncio a sus padecimientos como Redentor de la humanidad.
Estos tres regalos expresaron proféticamente su naturaleza divina y humana, así como sus funciones de Rey, Profeta y Sacerdote (tres unciones) de Jehová. La mirra es el ingrediente que faltaba para hacer de la adoración una ofrenda y oblación agradable al Padre. Es el ingrediente que indica que el adorador debe siempre tener una actitud de humillación y sujeción a los designios soberanos de Dios. David el rey, conocedor de música y alabanza, tuvo que experimentar diversos tratos del Espíritu en su vida, hasta llegar a comprender que adorar no era sólo traerle ofrendas al Señor. David dijo:”Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Salmo 51:16-17. El salmista entendía con claridad que la más excelente adoración que demos a Dios, debe estar impregnada de humillación total ante Él. La verdadera adoración requiere de quebrantamiento genuino en Su Presencia, de actitudes sumisas y no vanagloriosas. Aceptar Su voluntad y someterse día a día es la mirra que perfuma nuestro cántico al Señor. Dios anhela la adoración de adoradores con corazones humildes, que reconozcan su gran necesidad de Él y que estén siempre contritos y humillados. Dios siempre vendrá al encuentro de un adorador humillado. Por eso la Iglesia debe añadirle mirra a su adoración. Amén.

Por el Apóstol Rony Chaves

martes, 4 de enero de 2011

Epifanía del Señor

Los Magos de Oriente se postran ante Jesús Niño y lo adoran, con sus regalos hablan de lo que ellos encuentran en Él: El oro se le ofrece sólo a los reyes, por lo que reconocen en Jesús al Rey; el incienso se le ofrece sólo a Dios, por lo que revelan que Jesús es Dios; y la mirra es un perfume que reconoce en Jesús Rey, Hijo de Dios, también a un Hombre.
Es una bella historia que merece nuestra reflexión. Además de que es una oportunidad para continuar meditando en el gran Misterio de la Encarnación, y para compartir en familia las bendiciones y gracias que este milagro nos trajo.
Tradición.
La tradición mexicana nos invita a compartir la "Rosca de Reyes", costumbre también llena de significados importantes: el pan en forma de rosca evoca a Dios Eterno, que no tiene principio ni fin; las frutas dulces con que se decora nos recuerdan la gracia que Jesús nos trae; el muñequito escondido entre la masa representa al Niño Jesús que todos debemos buscar, quien lo encuentra se llena de tanto gozo que desea compartirlo con todos, por lo que promete una fiesta el próximo día dos de febrero, día de la "Candelaria" (luz) o Presentación del Señor. Jesús es la "Luz para iluminar a todos los pueblos" (Lc 2, 32). Y los bautizados hemos sido iluminados con esa Luz de Cristo.
Los cristianos siempre tenemos el compromiso de buscar, encontrar y compartir a Jesús con los demás.

Historia.
La fiesta de la Epifanía es de origen Oriental y surgió en forma similar a la Navidad de Occidente.
Los paganos celebraban en Oriente, sobre todo en Egipto, la fiesta del solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de la luz. En este aumento de la luz los cristianos vieron un símbolo evangélico. Después de 13 días del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz era evidente, celebraban el nacimiento de Jesús, para presentarlo con mayor luz que el dios Sol. La palabra epifanía es de origen griego y quiere decir manifestación, revelación o aparición. Cuando la fiesta oriental llegó a Occidente, por celebrarse ya la fiesta de Navidad, se le dio un significado diferente del original: se solemnizó la revelación de Jesús al mundo pagano, significada en la adoración de los "magos de oriente" que menciona el Evangelio.

Significado.
Hoy la Iglesia celebra la Epifanía para recordar la Manifestación del Señor a todos los hombres con el relato de los Magos de Oriente que nos narra el Evangelio (Mt 2, 1-12). Aquellos hombres que buscaban ansiosamente simbolizan la sed que tienen los pueblos que todavía no conocen a Jesús.
La Epifanía, en este sentido, además de ser un recuerdo, es sobre todo un misterio actual, que viene a sacudir la conciencia de los cristianos dormidos.
Para la Iglesia la Epifanía constituye un reto misional: o trabaja generosa e inteligentemente para manifestar a Cristo al mundo, o traiciona su misión. La tarea esencial e ineludible de la Iglesia es trabajar para llevar a Cristo a todos aquellos que no lo conocen.
La llegada de los magos, que no pertenecen al pueblo elegido, nos revela la vocación universal de la fe. Todos los pueblos son llamados a reconocer al Señor para vivir conforme a su mensaje y alcanzar la salvación.
La descripción que hace el Evangelio de la llegada de los magos a Jerusalén y luego a Belén, la reacción de Herodes y la actuación de los doctores de la ley, encierra una carga impresionante de enseñanza.
Unos hombres extranjeros que siguen el camino indicado por la estrella, para adorar al recién nacido Rey de los judíos.
Los conocedores de las Escrituras en Jerusalén que quedan indiferentes ante aquella luz del cielo, que anuncia el acontecimiento esperado por siglos.
La envidia del rey Herodes ante el temor de que surja un rey "mayor" que él.
Ante este relato tan cargado de significado, nos queda reflexionar seriamente:
¿Somos como aquella Jerusalén, "conocedora de las Escrituras", pero incapaz de reconocer y menos de seguir el camino de la Luz de Cristo?
O ¿somos como los magos de oriente, en búsqueda siempre de la verdad y dispuestos a ponerse en camino hacia Jesús, Rey y Señor de la historia?