Masa y élite
En el fondo, el error que se está cometiendo en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad. En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo entre líderes católicos y líderes de otros grupos religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto. Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan de tal proceso.
No basta decir: «Amen a los que tengan otras creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia. De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con argumentos para rebatir los ataques de los demás.
Confusión dentro de la Iglesia
Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender. En cierta ocasión una señora que había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío, pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto: «¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso predicador en busca de orientación.
Así que, «puesto que en una secta te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes». ¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia, santa católica y apostólica». Para él, todo era lo mismo, ecumenismo.
Otro sacerdote permitía que en el mismo templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas. «Fíjese, padre, que muchos católicos se están yendo con ellos», le advertían. «No se preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás sale sobrando. Ecumenismo».
«Padre, me ofrecieron un curso bíblico en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia». La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.
Si hubiera habido más sentido de responsabilidad de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias. Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos a intentar. En eso estamos.
Peregrino de la unidad
Por eso he decidido recorrer los países más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una bendición; para otros, un anuncio de muerte.
«No cabe duda que está cerca el fin del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro -le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes llega el fin».
¿Seré un nuevo don Quijote de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía? Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y espantando moscas. El futuro lo dirá.
En el fondo, el error que se está cometiendo en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad. En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo entre líderes católicos y líderes de otros grupos religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto. Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan de tal proceso.
No basta decir: «Amen a los que tengan otras creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia. De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con argumentos para rebatir los ataques de los demás.
Confusión dentro de la Iglesia
Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender. En cierta ocasión una señora que había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío, pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto: «¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso predicador en busca de orientación.
Así que, «puesto que en una secta te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes». ¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia, santa católica y apostólica». Para él, todo era lo mismo, ecumenismo.
Otro sacerdote permitía que en el mismo templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas. «Fíjese, padre, que muchos católicos se están yendo con ellos», le advertían. «No se preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás sale sobrando. Ecumenismo».
«Padre, me ofrecieron un curso bíblico en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia». La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.
Si hubiera habido más sentido de responsabilidad de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias. Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos a intentar. En eso estamos.
Peregrino de la unidad
Por eso he decidido recorrer los países más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una bendición; para otros, un anuncio de muerte.
«No cabe duda que está cerca el fin del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro -le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes llega el fin».
¿Seré un nuevo don Quijote de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía? Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y espantando moscas. El futuro lo dirá.