Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

jueves, 13 de mayo de 2010

VIVIR LA FE IV

Masa y élite

En el fondo, el error que se está cometiendo en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad. En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo entre líderes católicos y líderes de otros grupos religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto. Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan de tal proceso.

No basta decir: «Amen a los que tengan otras creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia. De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con argumentos para rebatir los ataques de los demás.


Confusión dentro de la Iglesia

Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender. En cierta ocasión una señora que había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío, pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto: «¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso predicador en busca de orientación.

Así que, «puesto que en una secta te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes». ¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia, santa católica y apostólica». Para él, todo era lo mismo, ecumenismo.

Otro sacerdote permitía que en el mismo templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas. «Fíjese, padre, que muchos católicos se están yendo con ellos», le advertían. «No se preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás sale sobrando. Ecumenismo».

«Padre, me ofrecieron un curso bíblico en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia». La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.

Si hubiera habido más sentido de responsabilidad de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias. Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos a intentar. En eso estamos.


Peregrino de la unidad

Por eso he decidido recorrer los países más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una bendición; para otros, un anuncio de muerte.

«No cabe duda que está cerca el fin del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro -le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes llega el fin».

¿Seré un nuevo don Quijote de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía? Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y espantando moscas. El futuro lo dirá.

miércoles, 12 de mayo de 2010

VIVIR LA FE III

Identidad católica

Para lograr esto, es fundamental que el católico conozca su identidad y no se deje desviar hacia aspectos marginales al enfrentar el problema religioso (ministros indignos, incumplimiento de parte de muchos feligreses, etc.). Es importante aclarar que una cosa es el aspecto esencial (dogmático) y otra cosa es el aspecto pastoral; una cosa es el contenido y otra cosa es la envoltura. Ahora bien, la Iglesia Católica es aquella única Iglesia que fundó Cristo y llegará hasta el fin del mundo, aunque en el momento actual tenga problemas de tipo pastoral, al tratar de adecuar su aparato ministerial a los tiempo actuales.

Como es fácil notar, se trata de aspectos secundarios, cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar; no se trata de algo esencial. Por lo tanto, es incorrecto dejarse llevar por estos nuevos grupos religiosos, porque cantan bien, entusiasman a la gente, usan mucha psicología, saben utilizar los medios masivos de comunicación, ayudan económicamente a la gente, etc.

No hay que pensar en la religión como en un mercado, donde cada uno puede escoger el producto que más le agrade. Más que fijarse en el aspecto exterior, hay que ir al fondo de las cosas, para no tener después desagradables sorpresas, como a menudo está sucediendo con las sectas.

La experiencia enseña que donde la gente conoce la diferencia entre la Iglesia Católica (la que fundó Cristo) y las sectas (grupos particulares, fundados por hombres), difícilmente un católico se deja confundir. Por lo tanto, es urgente que todos los católicos conozcan esta realidad y se sientan orgullosos de pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo.

Aquí no se trata de triunfalismo, sino de amor a la verdad, una verdad que hay que conocer y proclamar frente a todos, sin ningún tipo de complejos, sino con un espíritu de profundo agradecimiento al Señor por ser objetos de una lección libre y soberana de su parte. En esto precisamente tiene que consistir nuestra más profunda satisfacción y seguridad como nuestra entrega personal, nuestros cantos, el don de lenguas o de curación.


El club de los fariseos

Poner el acento sobre estos aspectos individuales y marginales, olvidando los aspectos esencialmente eclesiales, desvía al creyente hacia posiciones equivocadas, al estilo de los fariseos: «Gracias, Señor, porque no soy como los demás» (Lc 18, 11). En esta perspectiva, ya no importa conocer el origen de tal o cual grupo religioso, su ideología y los valores que proclama, sino la entrega del corazón y el testimonio de vida en aspectos puramente exteriores y sin una verdadera trascendencia: no tomar, no fumar, no comer carne de cerdo, pagar puntualmente el diezmo, desmayarse durante la oración, etc.

Se empieza con flirtear con los hermanos «entregados» de otros grupos religiosos, tratando de imitar sus modales, su manera de vestir y hablar y sintiéndose incómodos con los católicos «que no cumplen», «los del montón», «los ignorantes», «alejados de Dios», que son la mayoría. Para dar el toque definitivo a este esfuerzo imitativo, se llega hasta utilizar una biblia «evangélica», leer su literatura y usar un tono de voz «americanizado». El elogio máximo que se pueda hacer a este tipo de católico es confundirlo con un «evangélico». «Ah no, te contestará; soy católico, pero estudio la biblia, me llevo muy bien con los evangélicos y no estoy de acuerdo con muchas cosas que se hacen en la Iglesia Católica». Ay de ti, si se te ocurre decir algo desfavorable con relación a los que dejan la Iglesia para entrar en alguna secta. Pronto se exalta: «Yo conozco a gente excelente, que se encuentra en otras denominaciones religiosas».

Y con esa mentalidad, no hacen nada para profundizar los fundamentos de la Iglesia Católica, felices de sentirse parecidos a los «evangélicos», «entregados a Dios» y «abiertos hacia los hermanos». A veces llegan hasta formar «comunidades ecuménicas», espontáneas, sin la asesoría de alguien preparado bíblica y teológicamente. Y entonces el flirteo se vuelve amorío, noviazgo y matrimonio, aceptando todo lo que el nuevo líder «inspirado» enseña, como si fuera la voz de Dios y se consideran como definitivas las experiencias espirituales propias y del grupo. Y surge la nueva secta.

A este punto, se acaba el fervor ecuménico y empieza el proselitismo, el ansia de dar a conocer a todos el nuevo descubrimiento, el nuevo Cristo que se predica solamente en la nueva Iglesia recién estrenada. Y así el «club de los fariseos», preocupado por las apariencias y no por la esencia de las cosas, sigue engendrando divisiones, pasando, sin darse cuenta, de la apertura al fanatismo, del diálogo al monólogo y de la libertad a la esclavitud.

martes, 11 de mayo de 2010

VIVIR LA FE II

Vino nuevo en odres nuevos

Que quede bien claro: no estamos en contra del ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios y los mismos métodos. Acordémonos de la advertencia de Jesús: «Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas. Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.

Para enfrentar seriamente este problema, es necesario que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.


Sociedad del futuro: pluralismo religioso cultural

Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre, que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad, en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad del diálogo ecuménico e interreligioso.

En este contexto, la apologética tendrá la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad. En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera de pensar antihistórica.

Es tiempo que toda nuestra catequesis esté enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.

Vino nuevo en odres nuevos

Que quede bien claro: no estamos en contra del ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios y los mismos métodos. Acordémonos de la advertencia de Jesús: «Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas. Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.

Para enfrentar seriamente este problema, es necesario que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.


Sociedad del futuro: pluralismo religioso cultural

Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre, que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad, en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad del diálogo ecuménico e interreligioso.

En este contexto, la apologética tendrá la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad. En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera de pensar antihistórica.

Es tiempo que toda nuestra catequesis esté enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.


Vino nuevo en odres nuevos

Que quede bien claro: no estamos en contra del ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios y los mismos métodos. Acordémonos de la advertencia de Jesús: «Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas. Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.

Para enfrentar seriamente este problema, es necesario que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.


Sociedad del futuro: pluralismo religioso cultural

Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre, que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad, en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad del diálogo ecuménico e interreligioso.

En este contexto, la apologética tendrá la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad. En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera de pensar antihistórica.

Es tiempo que toda nuestra catequesis esté enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.

lunes, 10 de mayo de 2010

Vivir la fe cristiana

Autor: P. Flaviano Amatulli Valente
Vaticano II y sectas

Sencillamente el tema de las sectas no estuvo presente en el Vaticano II. Su preocupación fundamental fue el diálogo con las demás iglesias históricas con miras a favorecer la unidad, y el diálogo con las demás religiones y movimientos culturales, buscando la forma de colaborar con todos, para sanar heridas, sembrar esperanzas y construir una sociedad más solidaria y fraternal en un plan de igualdad, sin pretender privilegios, sino con el único afán de servir, a imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino para servir (Mt 20,28).

Sin duda, se trató de una grande tarea que exigió mucho esfuerzo y mucha entrega. Pero al mismo tiempo hubo una cierta euforia por el nuevo tipo de Iglesia que estaba naciendo, euforia aunada a una buena dosis de ingenuidad, que impidió ver la realidad en toda su amplitud.

En efecto, al tiempo del Vaticano II, ya existían las sectas y ya estaban procurando algún daño a los fieles católicos, especialmente en América Latina. Pero de eso no se habló en el Concilio. ¿Por qué? ¿Por un cierto complejo de inferioridad de parte de los obispos de América Latina? ¿Acaso no quisieron dar la impresión de ser unos aguafiestas en el conjunto de la euforia general?

Ciertamente algo faltó con relación al problema de las sectas, y es conveniente apuntar esto con toda claridad. Y esa falta causó grandes daños a la Iglesia del postconcilio, especialmente en América Latina. En realidad, aunque muchos se iban dando cuenta del problema representado por las sectas, de todos modos se aguantaron y no hicieron anda para enfrentarlo, por miedo a meterse en contra del Concilio o la Santa Sede. Cuando desde arriba empezaron a llegar señales de movilización, era ya demasiado tarde. Las sectas ya habían cundido en todos los ambientes.


La contra misión al ataque

Otro dato importante; mientras la Iglesia Católica bajaba la guardia y se abría hacia todos, se desató la Contra Misión oriental (hinduismo y budismo), musulmana y cristiana (las sectas), con un ansia proselitista incontenible y muchas veces ligada también a intereses de tipo político.

Frente a esta agresión inesperada, el católico de la calle quedó completamente indefenso y acomplejado, incapaz de realizar un verdadero diálogo, como se le venía inculcando desde arriba. Trató de abrirse y sucumbió.


Ecumenismo y diálogo interreligioso: una receta inadecuada

Al sobrevenir la enfermedad de las sectas, se quiso utilizar la receta del ecumenismo y el diálogo interreligioso para hacerle frente y no funcionó. El enfermo, en lugar de mejorar se agravó mas. Es que la receta no era para el caso. Consecuencia: comunidades, que algunos decenios antes eran completamente católicas, cambiaron de rostro, interiormente desgarradas por la presencia de una enorme cantidad de sectas de origen y doctrinas muy variadas.

No obstante este fracaso evidente, muchos se obstinan en vez de oponerse a cualquier tipo de apologética. ¿Por qué? ¿Tal vez sueñan en una superiglesia, en la que todos tengan igual derecho de ciudadanía, considerando ya muerta y enterrada para siempre aquella única Iglesia que fundó Cristo y que confió a Pedro y los apóstoles? ¿O sueñan en un «milagroso» regreso a la sociedad monolítica del pasado, sin el actual problema de los grupos religiosos alternativos? ¿O implícitamente se reconocen incapaces de evangelizar a los alejados, que constituyen la gran mayoría del pueblo católico, dejando a las sectas esta tarea, convencidos de que los que se salen algún día de todos modos regresarán a la unidad, bien convertidos y en actitud fraternal?

Sin duda, en la Iglesia Católica muchos han entendido mal el ecumenismo y el diálogo interreligioso, como si todo fuera lo mismo (ecumenismo: todo lo mismo). Para ellos, en el fondo ser católico, ortodoxo, luterano, anglicano o pentecostal, sería lo mismo. Se oye decir: «Los evangélicos ¿no son reconocidos por la Iglesia?», como si el hecho de encontrarse en un diálogo ecuménico con la Iglesia representara para ellos un certificado de buena conducta o licitud, que los pusiera en plan de igualdad con la misma Iglesia. Con relación a los testigos de Jehová, los mormones y algún otro grupo, habría cierta reserva por el problema del bautismo o la santísima Trinidad.

En esta línea de pensamiento, se enfatizó demasiado el valor de las «semillas del Verbo» y el «Verbo en plenitud», el Reino de Dios y la Iglesia. Según ellos, todo sería cuestión de sinceridad, como si la sinceridad en la opción religiosa fuera el único signo de autenticidad, sin dar la debida importancia a la búsqueda de la verdad, como marca claramente el documento conciliar Dignitatis Humanae, dedicado al tema de la libertad de conciencia.