Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

sábado, 3 de abril de 2010

CATECISMO - LA RESURRECCIÓN DE CRISTO Y NUESTRA


Artículo 11: "CREO EN LA RESURRECCION DE LA CARNE"

988 El Credo cristiano -profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora- culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.

989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:

Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).

990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.

991 Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, res. 1.1):
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe... ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1 Co 15, 12-14. 20).

I LA RESURRECCION DE CRISTO Y LA NUESTRA
Revelación progresiva de la Resurrección

992 La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:

El Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna (2 M 7, 9). Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 7, 29; Dn 12, 1-13).

993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).

994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en él. (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).

995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido con El después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El, por El.

996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (San Agustín, psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

viernes, 2 de abril de 2010

AMAR HASTA EL EXTREMO

“Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46)



Seguramente todos ustedes se pueden dar una idea de lo que significa la muerte en Cruz. La cruz la tomaron los romanos de alguno de los pueblos dominados, quizás de los fenicios. Pero el que inventó la cruz, inventó un modo de morir horrible, porque hasta ese momento, no se había logrado una manera de morir lentamente y hacer sufrir a la víctima mientras se va muriendo. La tortura de la muerte en cruz es algo terrible.

Una de las grandes razones que tuvo Jesús para morir en la cruz fue la de hacer posible que todos, absolutamente todos, pudiéramos sentirnos acompañados por Él en nuestros dolores y en nuestra propia muerte. El hombre que haya llevado la peor vida y que muere en la más terrible soledad si tiene un crucifijo adelante en un momento de lucidez puede decir: "Este sufrió más que yo".

A los que se descubren semejantes a Él y aceptan compartir su suerte, Él se convierte, para el mudo, en la palabra; para quien no sabe, en la respuesta; para el ciego, en la luz; para el sordo, en la voz; para el cansado, en el descanso; para el desesperado, en la esperanza; para el inquieto, en la paz. Con Él, las personas se transforman y lo absurdo del dolor adquiere sentido.

El problema de la vida humana es el dolor. Cualquier tipo de dolor, por más terrible que sea, sabemos que Jesús lo ha hecho suyo y transforma en amor.

El tema del sufrimiento nos dice algo a todos: a los mayores porque la vida nos ha dado la oportunidad de pasar por circunstancias difíciles y sentimos en nuestro cuerpo el paso del tiempo y con él, la proximidad del fin de nuestra vida aquí. Los jóvenes ven siempre lejana la muerte pero eso no quiere decir que no tengan sufrimientos. Todos los jóvenes saben lo que significa el dolor de un amor no correspondido, las cruces que hay que sobrellevar para abrirse camino en la vida, el sufrimiento de una timidez que no se supera, de una humillación que se recibe, de alguien que nos pisó la cabeza y consiguió el trabajo al que nosotros aspirábamos, el dolor de la fealdad física o el de la incomunicación en la familia, o el de la soledad que es uno de los más terribles dolores que se puede padecer.

En Jesús tenemos a alguien que es capaz de conocer todos los dolores y compadecerse de cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro dolor. Este que muere en la cruz fue humillado, fue degradado moralmente, tratado como loco, castigado físicamente y sobre todo padeció el desprecio de todos los que lo rodeaban, el desprecio de los que fueron sus enemigos y la soledad y el abandono de sus amigos.

La muerte de Jesús sigue siendo hoy el único consuelo para tantos hombres y mujeres excluidos de la sociedad. A pesar de los avances científicos y tecnológicos, los hombres no hemos podido encontrar los caminos para lograr sociedades más justas. Todas esas masas pueden ver en la Cruz de Jesús la expresión de sus propios dolores. Sus palabras en la cruz adquieren hoy la dimensión profética de interpretar el grito de tantos excluidos que claman por mayor amor y justicia.

La cruz de Jesús es consuelo para los afligidos, pero también sigue siendo un grito de advertencia para llamar la atención de las sociedades opulentas e injustas. El clamor del Jesús doliente es hoy representativo del clamor de los pobres y marginados que nos interpelan.

La cruz del Señor nos ayuda a sobrellevar nuestras propias cruces. Nos recuerda que siempre el dolor aparecerá en nuestras vidas y necesitamos integrarlo como un aspecto fundamental de nuestra existencia. Nos da también lucidez y fortaleza para acompañar a quienes llevan cruces mayores que las nuestras.

jueves, 1 de abril de 2010

Jueves Santo - Día del Sacerdote


1.-El Buen Pastor

Las diversas analogías empleadas por Jesús para indicar su propia realidad (esposo, hermano, amigo...) se pueden resumir en la de Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a esta realidad profunda:
-Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El yo soy, tan repetido en en evangelio de Juan, indica su ser más profundo de Hijo de Dios hecho hombre, «ungido y enviado» por el Padre (Jn 10,36) y por el Espíritu Santo (Lc 4,18).
-Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos, defiende (Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente.
-Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que conoce amando y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn 10,27-18.36).

Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o espiritualidad) es su camino o vida de donación total:
-amor al Padre en el Espíritu Santo,
-amor a los hermanos,
-dándose a sí mismo en sacrificio.

Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su caridad de Buen Pastor:
-no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según los planes salvíficos del Padre (obediencia),
-se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana, aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza),
-ama responsablemente, como consorte de la vida de cada persona, haciendo que todo ser humano se realice sintiéndose amado y capacitado para amar en plenitud (virginidad).

2. Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima

Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una donación total.

El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc 4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres (Mc 10,45; Mt 20,28).

El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la muerte en la cruz y la glorificación (Fil 2,5-11). Su humillación (kenosis) de la encarnación y de la muerte se convierte en glorificación suya y de toda la humanidad en él.

El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es Sacerdote, templo, altar y víctima como:
-Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30)
-Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8)
-Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lev 16,1-6).

Cristo se manifiesta así:
-con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios hecho hombre (Heb 5,1-5),
-con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por ellos (Heb 9,11-15),
-con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral, que, conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo, eficaz y eterno (Heb 7,1-28).

3. Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal

La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo piedra angular y fundamento (1Cor 1,10-16; 2Cor 6,16-18; Ef 2,14,22; +LG cap.II). En la comunidad eclesial Cristo prolonga su presencia (Mt 28,20), su palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor (Lc 22,19-20; Cor 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt 28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de Jesús y como Pueblo sacerdotal:
-anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección,
-lo celebra haciéndolo presente,
-lo transmite y comunica a todos los hombres (Act 2,32-37; 2,42-47; 4,32-34).

En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, que hace participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso:
-El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote para poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y vivencia sacerdotal.
-El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado.
-El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del sacerdocio ministerial (jerárquico) o ministerio apostólico de los Apóstoles.

4.- El sacerdocio común de todo creyente

El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por haber recibido el bautismo (y confirmación). Cada creyente, según su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación a la eucaristía y al mandato del amor, pero con matices diferentes:
-de presidencia en la comunidad (sacerdocio ministerial),
-de signo fuerte o estimulante de la caridad (vida consagrada),
-de inserción en el mundo (laicado).

La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia de privilegios y ventajas humanas.

Podemos distinguir en esta particiáción del sacerdocio de Cristo tres aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida.

Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa.

Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos), dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbramos a calificar con estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de:

-Laicado: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu evangélico en las estructuras humanas, desde dentro, en comunión con la Iglesia para ejercer una misión propia (+LG 36; AA 2-4; GS 43).

-Vida consagrada: Es signo fuerte de las bienaventuranzas y del mandato del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG 42), por medio de la práctica permanente de los consejos evangélicos (+LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta vocación «son un medio privilegiado de evangelización» porque «encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas» (EN 69).

-Sacerdocio ministerial: Es signo personal de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en su nombre» (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio de unidad de todas sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).

LUGAR MÁS IMPORTANTE DE LA PARROQUIA SAN ANTONIO DE PADUA

La Iglesia celebra hoy la Institución de la Eucaristía,
el Sacerdocio Ministerial y
el Mandamiento Nuevo, el del Amor.
SAGRARIO DE LA CAPILLA DEL SANTÍSIMO,
EN LA PARROQUIA SAN ANTONIO DE PADUA

LOS SÍMBOLOS

El sagrario está pensado como símbolo de los sacramentos de la iniciación cristiana. Está dividio en tres partes y cada parte representa los sacramentos.

La parte inferior representa la pila bautismal, lugar del nuevo nacimiento en Cristo; donde nos tornamos hijos de Dios y coherederos de la vida eterna. A la vez se parece a dos brazos, representando los brazos del Padre que siempre recibe con amor a sus hijos que vuelven a Él a través del Sacramento de la Penitencia. El Padre es nuestro Dios compasivo y misericordioso.

La parte circular representa la Eucaristía, el Sacramento por excelencia, el alimento de vida eterna. Jesús quiso quedarse entre nosotros presente realmente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Eucaristía.

La parte superior, las tres llamas, representan las llamas del Espíritu Santo, son las lenguas de fuego derramando sus dones en cada fiel; es la representación del Sacramento de la Confirmación. Las llamas están separadas porque al mismo tiempo representan las tres personas de la Santísima Trinidad, fuente y fin de nuestra vida, fuente de la vida sacramental, la vida de la Iglesia.



“Arrodillarse en adoración ante el Señor (…) es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento”.
SS. Papa Benedicto XVI - Corpus Christi 2008

EL MANDAMIENTO DEL AMOR


Consideremos en primer lugar que Nuestro Señor quiere que su alegría esté en nosotros. Es necesario asombrarse y llenarse de esperanza ante ese deseo divino de hacernos partícipes de su felicidad, por insólito que nos parezca. Ciertamente insólito, pues habla Jesús de una felicidad imposible para el hombre, que cuenta sólo con sus capacidades humanas, por muy excepcionales que pudieran ser. Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, dijo a sus discípulos. Es, pues, el Amor de Dios origen de esa felicidad inimaginable: un bien siempre mejor que cualquiera de nuestros "locos" sueños de este mundo.

Por fabuloso que fuera nuestro sueño sería imposible que llegáramos a pensar en lo que Dios desea otorgarnos: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman, según afirma san Pablo. Por otra de parte, ya sabemos que jamás llega a satisfacernos plenamente lograr nuestras más atrevidas ilusiones: casi inmediatamente sentimos la necesidad de intentar nuevos y sucesivos objetivos que, en la práctica, tampoco serán capaces de satisfacer esas inevitables expectativas de felicidad colmada naturales en todo hombre. Jesús, en cambio, promete a sus apóstoles su alegría, una alegría para ellos completa. Todo ha de ser consecuencia del amor de Dios en nosotros; un amor por los hombres como el amor que el Padre eterno tiene por su Hijo, Jesucristo.

Ese amor de Dios, que nos quiere saciar por completo, llega a ser eficaz si es correspondido por nuestra parte: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Jesús, en efecto, va por delante, se nos anticipa, nos da ejemplo al cumplir en todo la voluntad del Padre: así permanece en su amor; y así debemos cada uno permanecer en el amor de Jesucristo. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, declara a los doce, tras haberles revelado que en adelante podrían vivir su misma vida, su mismo amor, guardando sus mandamientos. Ciertamente no es posible pensar en una felicidad mayor sobre la tierra, que sentirse en posesión de la vida íntima de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, amados por las divinas Personas con un Amor tan inmenso como dulce y eterno: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Recordemos además que el amor de Jesús, ese que contemplamos como reflejo del amor trinitario, es de entrega completa en favor de los hombres; así lo había mostrado hasta entonces, durante los tres años de su vida pública junto a sus discípulos, y así, sobre todo, lo iba a consumar inmediatamente, en las largas horas de su Pasión: las úlimas de su vida mortal en este mundo. Su entrega amorosa hasta ese día, había sido ejemplo y como el preludio de su definitivo anonadamiento por el hombre. Que os améis los unos a los otros como yo os he amado, dice a sus apóstoles, que queremos ser cada uno. Fijándonos, pues, en su amor: entrega de su propia vida por la humanidad, aprendemos cual debe ser la medida de nuestro amor con obras por los demás.

Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos, nos recuerda también a nosotros. Pues entendemos que amar mucho a otro supone hacer por él, por su bien, cuanto podamos, desvivirse por él: "la vida ya no me la para más", tendríamos que poder decir sinceramente. Y siendo Jesucristo perfecto Dios y perfecto hombre, de Él proviene el mayor amor que podemos pensar. En efecto, al día siguiente de hablar así iba a cumplir en sí mismo –dando la vida por la humanidad, sus amigos– ese modo ideal y perfecto de amar.

Ama a los hombres hasta el extremo, dando su vida, porque nos ha tomado como amigos. La entrega de Cristo por cada uno –prueba de su amistad– sin merecimiento nuestro, es de un afecto que no hemos buscado los hombres. Tampoco se debe de algún modo a nuestra virtud, como tantas veces sucede en las amistades entre nosotros. Dios nos llama amigos y lo somos por pura iniciativa suya. A partir de esa oferta divina, cada uno es libre para aceptar o no a Dios. Cristo, por propia iniciativa, nos eleva al orden sobrenatural, nos quiere como amigos, y por ello podemos sentirnos con razón por encima del resto de las criaturas de este mundo, que deben atenerse –sin libertad– a unos criterios que les son preestablecidos. Tampoco pueden ofender a Dios ni pueden amarle. Sólo el hombre es en este mundo capaz de la divinidad, aunque también sólo él pueda condenarse.

Que nos enseñe y proteja en nuestro deseo de corresponder al amor divino, la que mejor entendió y correspondió a su Creador: María.

miércoles, 31 de marzo de 2010

HOMILIA MIÉRCOLES SANTO


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez



Jn 19, 1-6

Acompañar a Cristo en su pasión tiene que ser para nosotros un enraizarnos profunda y convencidamente en los aspectos más importantes de nuestra vida. El seguimiento de Cristo es para todos nosotros un atrevernos a clavar la cruz en nuestra existencia, conscientes de que no hay redención sin sacrificio, no hay redención si no hay ofrecimiento.

Quisiera proponerles estar con Cristo en el Pretorio antes de salir a ser crucificado, como nos narra San Juan: “Entonces Pilatos se lo entregó para que fuera crucificado”. Cristo, maniatado, coronado de espinas, flagelado, sentado en un calabozo esperando como tantos otros presos, como tantos miles de prisioneros a lo largo del mundo, el momento en el cual se abra la puerta del calabozo para ir hacia el patíbulo, para ir hacia el cadalso.

Atrevámonos a contemplar a Cristo y veamos cómo, sobre su cuerpo, se ha ido escribiendo como una historia trágica todos los recorridos de su pasión. En su cuerpo están escritos, a través de las huellas, a través de las heridas, a través de los escupitajos, a través de los golpes, a través de la sangre, todos los momentos que le han acontecido. Por nuestra mente pueden pasar como un relámpago las situaciones por las que Él ha querido atravesar. Hagamos nuestra la imagen del Señor listo para ir al Calvario. ¡Cuántos dolores pasó desde el momento de su prendimiento a través de los tribunales y a través de las burlas!

Si nos atenemos simplemente a lo que nos narran los evangelios acerca de los golpes, la flagelación, la corona de espinas, y junto con eso todos los golpes físicos, humillantes y dolorosos, sabremos por qué los evangelistas resumen en una frase el tremendo suplicio de la flagelación..., ¡no hacía falta describir más!: “Pilatos tomó entonces a Jesús y lo mandó azotar”. En el contexto en el que son escritos los evangelios, todos conocían perfectamente lo que significaba la flagelación. Y todo los dolores morales, las humillaciones, las vejaciones, Cristo lo tiene escrito en su cuerpo, lo tiene grabado en su carne, por mí.

A veces los dolores morales son mucho más intensos, mucho más agudos que los dolores físicos. A veces podríamos haber perdido el sentido de lo que es la carencia de todo respeto, la carencia de todo límite, de toda decencia.

¡Cuántas obscenidades, cuántas groserías, cuántas vejaciones habrá escuchado Jesús! Él, de cuya boca jamás salió palabra hiriente, tiene que escuchar toda una serie de insultos y vejaciones sobre Él, sobre su Padre, sobre su familia... ¡Y todo, por mí!

¡Cuántos dolores —en lo espiritual— al verse abandonado por los suyos! ¿Dónde está Pedro?, ¿Dónde está Juan? “Prudentemente lo seguían”. ¿Dónde está Tomás, Andrés, Nathanael y Santiago? ¿Dónde están los que querían hacer llover fuego sobre la ciudad de Samaria por el simple hecho de que no recibían al Maestro?, ¿Dónde están, ahora que el Maestro no sólo no es recibido, sino que es condenado a muerte, abandonado, traicionado?

Traicionado por los suyos, mal interpretado, injuriado, calumniado. ¡Qué doloroso es ver que lo abandonan sus amigos, que es objeto de burlas soeces, que sufre golpes, malos tratos, despojos! ¡Qué heridas le causan en el alma la tristeza, el tedio, el miedo y las vejaciones!

Contemplemos la corona de espinas en la cabeza, la cara abofeteada y escupida y el cuerpo lleno de heridas. ¡Y todo, por mí! Vayamos sobre nosotros mismos y preguntémonos: ¿qué voy a hacer yo? Éste es el cuerpo de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ante el cual toda la Iglesia se arrodilla, y ante el cual todos los hombres han pasado por encima del respeto humano y le han ofrecido sus vidas.

Y ¿qué hay en el alma de Cristo? Antes de salir a la cruz, nos podría asustar ver su cuerpo. ¿Qué sentimiento podría surgir en nosotros al ver su alma? ¿Me atrevo a bajar ahí para ver qué hay en ella? Quizá nos podría asustar el ver la soledad y el desamparo en que se debate su alma. En el alma de Cristo está profundamente arraigada la soledad y el abandono.

Apliquemos esto a nuestra vida. Cristo acaba de sufrir todos los suplicios. Cristo está sufriendo el suplicio interior de la soledad y la incomprensión. ¿Qué capacidad tengo yo de acompañar a Cristo en su soledad y en su abandono? ¿Hasta qué punto he comprendido yo a Cristo en su misión? Me podré espantar quizá de que Pedro, Juan, Andrés, Santiago, no hayan comprendido a Cristo. ¿Y yo? Si Cristo estuviese en el calabozo y viese mi alma ¿se sentiría acompañado, se sentiría comprendido?

De cara a mi alma, ¿cuál es mi fuerza interior ante las incomprensiones que Dios permite en mi vida, por parte, incluso, de los más cercanos?

Debemos ser para los demás testigos de que la soledad del alma es redentora, de que la soledad del alma tiene una capacidad de fecundidad que, quizá muchas veces, nosotros no somos capaces de valorar porque no la hacemos tesoro junto a Cristo. Contemplemos a este Señor nuestro que tanto ha sufrido por nosotros, para aprender también que nosotros podemos sufrir por Él.

FOTOS DEL DOMINGO DE RAMOS

LA SOLEMNE LITURGIA DEL DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR EN LA PARROQUIA SAN ANTONIO DE PADUA.


Encuentra más fotos como ésta en Parroquia San Antonio de Padua

martes, 30 de marzo de 2010

MARTES SANTO

Meditación sobre el evangelio: Juan 13, 21-33

Después de la meditación de ayer que se situaba históricamente en Betania el lunes por la tarde... saltamos directamente a la tarde del jueves, durante la ultima cena.

-Jesús dijo: "Uno de ustedes me entregará" Se miraban los discípulos unos a otros, sin saber de quién hablaba.

Jesús toma la iniciativa de anunciar la traición.

Está solo. Nadie entiende en esto nada.

Uno de los discípulos, el amado de Jesús...

Juan subraya esto. Y es a ese título que él interviene. La amistad.

-Estaba recostado junto a Jesús. Simón Pedro le hizo señal, diciéndole: "Pregúntale de quién habla". El discípulo, inclinándose hacia el pecho de Jesús, le dijo: "Señor, ¿quién es?"

Es una escena que ha sido representada por muchos pintores.

Familiaridad.

Sí, Tú, Señor, has aceptado estos gestos sencillos. No te has avergonzado de haber necesitado este afecto... de poder hablar con verdaderos amigos...

Por otra parte, vemos una vez más en el Evangelio, las funciones complementarias, en la Iglesia: Pedro toma la iniciativa - prioridad oficial-, pero es Juan el que hace el encargo delicado.

Cada uno tiene su sitio particular. Todos no pueden hacer todo. Ayúdame, Señor, a cumplir bien mi cometido, y en mi sitio. Durante estos días santos, quisiera, a mi manera, vivir contigo, Señor. Ofrecerte mi amistad. Procuraré pensar mucho más en ti en el curso de estos días venideros.

-"Aquel a quien yo mojare y diere un bocado". Se lo da a Judas... y Jesús le dice: "Lo que has de hacer, hazlo pronto." Ninguno de los que estaban a la mesa conoció a qué propósito hacía aquello. Judas tomando el bocado, se salió luego.

Era de noche.

Todo se hace con palabras veladas... en una especie de pudor sigiloso, entre Jesús y Judas... como si Jesús no quisiera perjudicar a Judas: los demás no entienden lo que está pasando.

Hasta aquí llega la lucidez de Jesús frente a su muerte: es El quien dirige las operaciones; es El quién decide la hora: "lo que has de hacer, hazlo pronto,". Mi vida, nadie la toma, soy Yo quien la da. He aquí mi Cuerpo entregado por vosotros.

-Así que salió, dijo Jesús: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él... Dios también le glorificará pronto." Palabras asombrosas. Como ayer son también una anticipación. La "gloria" ya está ahí, desde que la muerte ha sido decidida, desde que el traidor ha salido para su faena.

-Hijitos míos, todavía estaré un poco con ustedes... Yo me voy.

Tú no piensas en ti, sino en ellos. Van a quedarse solos. Pedro adivina algo, sin duda. Y ¡propone "seguir" a Jesús!

-"¿Darás por mí tu vida?... En verdad te digo que no cantará el gallo antes que tres veces me niegues."

¡Pobre Pedro! Y sin embargo él se creía muy generoso, y lo era, a su modo. Jesús le anuncia su propia traición, algunos minutos después de la de Judas. Entonces, de repente, el silencio debió de ser muy denso en el grupo.

Tu soledad ¡oh Jesús! es total. Has ido hasta el límite de la condición humana. El hombre, que más solo se encuentre a la hora de la muerte, puede reconocerse en ti.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984 .Pág. 168 s.

lunes, 29 de marzo de 2010

DIOS TE ESCRIBIÓ ESTA CARTA


Las palabras que vas a leer son verdaderas. Cambiarán tu vida si las aceptas porque proceden del corazón del Padre.

Él te ama y es el Padre que te has buscado toda la vida. Esta es su carta de amor para ti.
Es probable que no me conozcas, pero yo te conozco perfectamente bien... Salmos 139.1
Sé cuando te sientas y cuando te levantas... Salmos 139.2
Todos tus caminos me son conocidos... Salmos 139.3
Pues aún tus cabellos están todos contados... Mateo 10.29-31
Porque fuiste creado a mi imagen... Génesis 1.27
En mi vives, te mueves y eres… Hechos 17.28
Porque linaje mío eres... Hechos 17.28
Antes que te formase en el vientre, te conocí… Jeremías 1.4-5
Fuiste predestinado conforme a mi propósito… Efesios 1.11-12
No fuiste un error... Salmo 139.15
En mi libro estaban escritos tus días… Salmos 139.16
Yo determiné el momento exacto de tu nacimiento y donde vivirías… Hechos 17.26
Tu creación fue maravillosa… Salmos 139.14
Te hice en el vientre de tu madre… Salmos 139.13
Te saqué de las entrañas de tu madre… Salmos 71.6
He sido mal representado por aquellos que no me conocen… Juan 8.41-44
No estoy enojado ni distante de ti; soy la manifestación perfecta del amor… 1 Juan 4.16
Y deseo derramar mi amor sobre ti... 1 Juan 3.1
Simplemente porque eres mi hijo y yo soy tu padre… 1 Juan 3.1
Te ofrezco mucho más de lo que te podría dar tu padre terrenal… Mateo 7.11
Porque soy el Padre perfecto… Mateo 5.48
Toda buena dádiva que recibes viene de mi… Santiago 1.17
Porque yo soy tu proveedor que suple tus necesidades… Mateo 6.31-33
Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza… Jeremías 29.11
Porque te amo con amor eterno… Jeremías 31.3
Mis pensamientos sobre ti se multiplican más que arena en la orilla del mar… Salmos 139.17-18
Y me regocijo sobre ti con cánticos… Sofonías 3.17
Nunca me volveré atrás de hacerte bien… Jeremías 32.40
Tu eres mi especial tesoro… Éxodo 19.5
Deseo afirmarte de todo mi corazón y de toda mi alma… Jeremías 32.41
Y te quiero enseñar cosas grandes y ocultas que tú no conoces… Jeremías 33.3
Me hallarás, si mi buscas de todo corazón… Deuteronomio 4.29
Deléitate en m í y te concederé las peticiones de tu corazón… Salmo 37.4
Porque yo produzco tus deseos… Filipenses 2.13
Yo puedo hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pides o entiendes… Efesios 3.30
Porque yo soy quien más te alienta… 2 Tesalonicenses 2.16-17
Soy también el Padre que te consuela en todos tus problemas… 2 Corintios 1.3-4
Cuando tu corazón está quebrantado, yo estoy cerca a ti… Salmos 34.18
Como el pastor lleva en sus brazos a un cordero, yo te llevo cerca de mi corazón… Isaías 40.11
Un día enjugaré toda lágrima de tus ojos… Apocalipsis 21.3-4
Y quitaré todo el dolor que has sufrido en esta tierra… Apocalipsis 21.3-4
Yo soy tu Padre, y te he amado como a mi hijo, Jesucristo… Juan 17.23
Porque te he dado a conocer mi amor en Jesús… Juan 17.26
Él es la imagen misma de mi sustancia... Hebreos 1.3
Él vino a demostrar que yo estoy por ti y no contra ti… Romanos 8.31
Y para decirte que no tomaré en cuenta tus pecados… 2 Corintios 5.18-19
Porque Jesús murió para reconciliarnos. .. 2 Corintios 5.18-19
Su muerte fue mi máxima expresión de amor por ti… 1 Juan 4.10
Entregué todo lo que amaba para ganar tu amor… Romanos 8.31-32
Si recibes el regalo de mi Hijo Jesucristo, me recibes a mí… 1 Juan 2.23
Y nada te podrá volver a separar de mi amor… Romanos 8.38-39
Vuelve a casa y participa en la fiesta más grande que el Cielo ha celebrado… Lucas 15.7
Siempre he sido y por siempre seré Padre… Efesios 3.14-15
Mi pregunta es... ¿Quieres ser mi hijo? Juan 1.12-13
Aquí te espero… Lucas 15.11-32

Con amor, tu Padre

Dios Todopoderoso

UNCIÓN PARA EL ENTERRAMIENTO - LUNES SANTO


La historia de la unción en Betania parece, a primera vista, que corresponde al campo de lo anecdótico. Pero el mismo Jesús añade en el evangelio: «En verdad os digo: dondequiera que se predique el evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella» (Mc 14,9). ¿Pero en qué radica esta afirmación que dura a través de los tiempos? El mismo Jesús nos ofrece una interpretación, cuando dice: «Lo ha hecho... anticipándose a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; cf. Jn 12,7). Así, pues, él compara lo que ocurre aquí con el embalsamamiento de los muertos, que era corriente entre los reyes y los potentados. Tal unción era una tentativa de salir al paso a la muerte: solamente en la putrefacción, en la destrucción del cuerpo, así se creía, completa la muerte su obra. Mientras queda el cuerpo, el hombre no se ha deshecho, no ha muerto totalmente. Según eso, Jesús ve en el rasgo o gesto de María la tentativa de asestar un golpe a la muerte. El reconoce ahí un esfuerzo malogrado, pero no inútil, que es esencial de todo amor: el comunicar la vida a los demás, la inmortalidad. Pero lo ocurrido en los días siguientes muestra la impotencia de tal esfuerzo humano; no existe ninguna posibilidad de proporcionarse a sí mismo la inmortalidad Ni el poder de los ricos ni la abnegación de los que aman pueden conseguir esto. En fin de cuentas, tal tentativa de «unción» es más una conservación que una superación de la muerte. Sólo una unción es suficientemente fuerte para oponerse a la muerte, a saber, el Espíritu santo, el amor de Dios. La pascua es su victoria, en la que Jesús se muestra como el Cristo, como el «ungido» de Dios.

Sin embargo, la acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.

¿Pero cómo puede ocurrir esto? Por cada acción de la fe y del amor. Una frase del evangelio puede dar, tal vez, más color a esta afirmación. Juan nos cuenta que, por la unción, toda la casa se llenó del aroma del aceite o perfume (12,3). Eso nos recuerda una frase de san Pablo: «Porque somos para Dios permanente olor de Cristo en los que se salvan» (2 Cor 2,15). La vieja idea pagana de que los sacrificios alimentan a los dioses con su buen olor, se halla aquí transformada en la idea de que la vida cristiana hace que el buen aroma de Cristo y la atmósfera de la verdadera vida se difunda en el mundo. Pero también hay otro punto de vista. Junto a María, la servidora de la vida, se halla en el evangelio Judas, el cual se convierte en el cómplice de la muerte: respecto a Jesús, primeramente, y también, luego, respecto a sí mismo. Él se opone a la unción, al gesto del amor que suministra la vida. A esa unción contrapone él el cálculo de la pura utilidad. Pero, detrás de eso, aparece algo más profundo: Judas no era capaz de escuchar efectivamente a Jesús, y de aprender de él una nueva concepción de la salvación del mundo y de Israel.

Él había acudido a Jesús con una esperanza bien determinada; según ella, le midió a él y por ella le negó. Así representa él no sólo el cálculo frente al desinterés del amor, sino también a la incapacidad de escuchar, de oír y obedecer frente a la humildad del aro que se deja conducir incluso a donde no quiere. «La casa se llenó del aroma del perfume»_¿ocurre así con nosotros?_¿Exhalamos el olor del egoísmo, que es el instrumento de la muerte, o el aroma de la vida, que procede de la fe y lleva al amor?

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 82 s.

REZO DE CORONA DE LA PASIÓN DEL SEÑOR




Entre todas las meditaciones de la vida del Señor debemos dedicarnos con más frecuencia y fervor a aquellas que se refieren a su pasión amarguísima; porque Él, desde la eternidad y en todo el tiempo de su vida consideró y deseó los tormentos atrocísimos y la muerte en la cruz, que por último padeció por nosotros; y también el más duro corazón del pecador se enternece a la memoria y consideración de la pasión de Jesucristo, y continuando en su meditación, se resuelve a hacer penitencia, se purifica de los vicios, se enriquece de virtudes, e iluminado por la verdad, se une al sumo Bien con encendidos actos de amor divino.
Por eso se ha propuesto el otro modo siguiente de rezar la Corona del Señor, el cual solo contiene más distintamente los principales misterios de la Pasión, y en esta forma podrá rezarse todos los días de la semana santa o al menos el viernes santo.

Preparación con la cual se empieza la Corona del Señor.
En el nombre del Padre.......

Dulcísimo Señor mío Jesucristo, cuando considero que Vos, eterno y verdadero Dios, hecho hombre, compadecido de nuestras miserias, después de treinta y tres años de una vida trabajosa habéis padecido cruelísimos tormentos hasta morir en una cruz por nosotros, me horrorizo al pensar en mi extrema ingratitud, por haberos ofendido gravísimamente tantas veces, de lo que siente mi corazón un dolor muy intenso, el que deseo y os pido sea el mayor entre todos los dolores por los pecados que he cometido contra Vos, mi Criador, mi Redentor y mi amor.
Pero confiado en vuestra misericordia, en vuestros méritos, y en la intercesión de la bienaventurada Virgen vuestra Madre, arrepentido de corazón, humildemente os ruego por vuestro santísimo nombre, por vuestra preciosísima sangre y por vuestras sacratísimas llagas, que me perdonéis, y que imprimáis indeleblemente en mí la memoria de los misterios de vuestra santísima vida, pasión y muerte. Iluminad mi entendimiento e inflamad mi voluntad, para que pueda rezar devotamente vuestra Corona en honor y gloria vuestra, y por la salud de mi alma y de todos los vivos y difuntos, por quienes tengo intención y obligación de rogar, o Vos queréis que ruegue, y entre otros por aquellos que me han ofendido de cualquier modo que sea, a quienes con vuestro divino auxilio, y por amor vuestro estoy resuelto a perdonar, y a nunca mas ofender a vuestra divina Majestad. Amén.

Primera decena
Jesucristo se despide de su Madre santísima antes de ir a encontrar la muerte por nuestra eterna salvación. Ave María
En la última cena lava los pies a los Apóstoles. Padre nuestro.
Instituye el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y los comulga. Padre nuestro.
Orando en el huerto, suda sangre, y es confortado por un Ángel. Padre nuestro.
Vendido por Judas con un beso, es preso y atado. Padre nuestro.
Es abandonado de todos los demás discípulos. Padre nuestro.
Conducido a Anás, recibe la cruelísima bofetada. Padre nuestro.
Delante de Caifás es acusado de testigos falsos. Padre nuestro.
Al decir ser Hijo de Dios, es juzgado de blasfemo y reo de muerte. Padre nuestro.
Pedro le niega tres veces y se convierte; pero Judas, desesperado, se ahorca. Padre nuestro.
Le escupen en el rostro, le vendan los ojos, le dan puñetazos y bofetones y le ultrajan toda la noche. Padre nuestro. Gloria al Padre, etc.

Segunda decena
La Madre santísima, avisada de todo, adolorida sobremanera, va a encontrar a su amantísimo Hijo. Ave María.
Es acusado por la mañana ante Pilatos de seductor del pueblo. Padre nuestro.
De Pilatos es enviado a Herodes rey de Galilea, como súbdito suyo. Padre nuestro.
Herodes manda que le vistan de blanco por desprecio, y lo vuelve a Pilatos. Padre nuestro.
Es comparado con Barrabás, y pospuesto a este homicida y ladrón. Padre nuestro.
Despojado de sus sagradas vestiduras es azotado en la columna. Padre nuestro.
Vestido de Rey por escarnio con una vilísima púrpura, es coronado de agudísimas espinas, y le ponen en sus manos una caña por cetro. Padre nuestro.
Reducido a este estado, Pilatos le muestra al pueblo para moverle a compasión, y este, sin embargo, grita: Sea crucificado. Padre nuestro.
Es condenado a muerte de cruz a petición de los judíos. Padre nuestro.
Volviéndole a poner sus vestiduras le cargan la cruz sobre sus hombros. Padre nuestro.
Llevando la cruz, cae muchas veces debajo de su peso, y es ayudado por el Cireneo. Padre nuestro, Gloria al Padre, etc.

Tercera decena
Tan demudado y lánguido, es encontrado por su afligidísima Madre. Ave María.
Llegado ya al monte Calvario, para reanimarle le presentan por bebida vino mezclado con hiel . Padre nuestro.
Es desnudado enteramente, y se le renuevan las heridas al desprenderse las vestiduras. Padre nuestro.
Es extendido sobre la cruz, y son traspasadas sus manos y pies con agudísimos clavos. Padre nuestro.
Le levantan crucificado en medio de dos ladrones. Padre nuestro.
Ruega al Padre eterno por los crucificadores. Padre nuestro.
Los soldados se sortean y reparten entre sí sus vestiduras. Padre nuestro.
Por orden de Pilatos se pone en la cruz la inscripción: Jesús Nazareno Rey de los Judios. Padre nuestro.
Es blasfemado por los judíos y por el obstinado ladrón crucificado con él. Padre nuestro.
Promete el Paraíso al ladrón convertido, y el otro obstinado se condena. Padre nuestro.
La presencia de su santísima Madre afligida le aumenta los tormentos. Padre nuestro.
Después se añade: A su Madre afligidísima le da por hijo el discípulo Juan. Ave María.
Al decir que tiene sed, le dan por bebida hiel y vinagre. Padre nuestro.
Al encomendar su alma santísima a su Padre, espira, y al espirar tiembla todo el mundo. Padre nuestro.
Después de muerto, es traspasado su costado, y sale de él sangre y agua. Padre nuestro.

La lanza que traspasa el Hijo muerto, traspasa también el alma de la Madre viva.

Ave María. Gloria al Padre, etc.

En honor de los Santo Apóstoles se reza el Credo

OFRECIMIENTO DE LA CORONA DE LA SANTÍSIMA PASIÓN A LA VIRGEN SANTÍSIMA.
¡Oh Virgen santísima y más que mártir, María abogada de pecadores! Os ruego humildemente que os dignéis ofrecer a vuestro dulcísimo Hijo Jesús, nuestro Redentor, la Corona rezada por mí indignísimo, en honor y gloria, y en memoria de su acerbísima pasión, y de vuestros amarguísimos dolores, para que me alcancéis la gracia, si no de padecer verdaderamente todo lo que debería con él, a lo menos de compadecerlo con Vos con todo el afecto posible, y que esto me sea siempre eficaz motivo de arrepentirme verdaderamente de mis pecados; y estando yo limpio de los vicios e iluminado por las virtudes, pueda conformarme en todo con la voluntad divina.
Encomiendo también a vuestra clementísima intercesión y a la de todos los Ángeles y Santos del Paraíso, la Iglesia santa, la extirpación de las herejías, el Sumo Pontífice, los eclesiásticos superiores seculares y regulares, y todos los vivos y difuntos, por quienes deseo y estoy obligado a rogar.
Y como el amor de los enemigos es uno de los especiales preceptos de Nuestro Señor vuestro Hijo, Dios de paz, ruego igualmente por los que me han ofendido de cualquier modo que sea, a fin de que todos nos veamos unidos eternamente para amarlo en esta vida y en la otra. Amén.

domingo, 28 de marzo de 2010

NUESTRA RESPUESTA A LOS ESCÁNDALOS DE LA IGLESIA

La homilia es larga, pero nos va ayudar a todos, porque nos afecta a todos. Vale la pena leerla.
¿Cuál debe ser nuestra respuesta ante los terribles escándalos de la Iglesia?
Homilía del sacerdote Franciscano P. Roger J. Landry, pronunciada en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, MA (Estados Unidos)
Autor: P. Roger J. Landry Fuente: Texto enviado por Raymundo Trujillo

La nota de ocho columnas de la semana pasada no se la llevó el desfile del Super Bowl ni quién sería el mariscal de campo, ni tampoco el discurso del Presidente al Estado de la Unión hablando de los operativos terroristas en los Estados Unidos. Nada de esto fue la noticia principal. Los encabezados fueron capturados por la muy triste noticia de que algunos sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston abusaron de jóvenes a quienes estaban consagrados a servir.

Es un escándalo mayúsculo, uno que muchas personas que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales, lo están usando como pretexto para atacar a la Iglesia como un todo, tratando de implicar que después de todo ellos tenían razón. Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto. Muchas otras hubieran querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran malas noticias, se abstuvieron; pero para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso, hoy quiero atacar el asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello.

No podemos fingir como si no hubiera sucedido. Y yo quisiera discutir cuál debe ser nuestra respuesta como fieles católicos a este terrible escándalo. Lo primero que necesitamos hacer, es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de elegir a Sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo tenia muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración acerca de a quiénes elegiría para que fueran sus doce Apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Él les dio el poder de expulsar a los demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su nombre numerosos milagros.

Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que Él permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas en Getsemaní, simulando un acto de amor para entregarlo. "!Judas," le dijo Jesús en el huerto de Getsemani, "con un beso entregas al Hijo del hombre!" Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara.

Él lo eligió para que fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él y, por su traición termino haciendo que Jesús fuera crucificado y ejecutado. Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un terrible traidor. A VECES LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de comenzar a crecer.

En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven. En vez de centrarse en aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once -todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por el Evangelio, por el cual estuvieron dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo- que nosotros llegamos a escuchar la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos de la vida eterna.

Hoy somos confrontados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servirlos a ustedes por amor. Los medios casi nunca prestan atención a los buenos "once", aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.

El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia, cuando estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como la definición matemática del coseno, es decir, una curva oscilatoria con movimientos de péndulo, con bajas y altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaron a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.

Yo quisiera centrarme un poco en un par de santos a quienes Dios hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este tiempo difícil. San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma Protestante. La Reforma Protestante no brotó fundamentalmente por aspectos teológicos, por asuntos de fe -aunque las diferencias teológicas aparecieron después- sino por aspectos morales. Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, quien fue a Roma durante el papado más notorio de la historia, el del Papa Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe -el Espíritu Santo lo evitó- pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas. Llevó a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia. Regresó a Alemania y observó toda clase de problemas morales.

Los sacerdotes vivían abiertamente relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Privaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Él se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados. Así que fundó su propia iglesia. Eventualmente Dios hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo.

San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon.

Él no se anduvo con rodeos. Dijo: "Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo". Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: "Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que los escándalos destruyan su fe-, son culpables de suicidio espiritual."

Son culpables, dijo él, "de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía". San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo a ustedes. ¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción?

Otro gran santo que vivió en tiempos particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de Asís vivió alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero eventualmente, se convirtió al Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a reconstruir Su Iglesia y llegó a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos. Una vez, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era muy susceptible a los escándalos. "Hermano Francisco," le dijo, "¿qué harías tu si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?" Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo muy despacio: "Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote."

¿A dónde quiso llegar Francisco? Él quiso dejar en claro una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia -en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador sea él en lo personal, perdonar los pecados del penitente, Cristo mismo actúa en los sacramentos a través de ese ministro. Ya sea que el Papa celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por un crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su cuerpo y Su sangre.

Así que lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor que sus manos ungidas del sacerdote, es que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del sacerdote lo llevaran a cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace!
Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas.

Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce Apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó. Dios ha hecho los sacramentos esencialmente "a prueba de los sacerdotes", esto es, en términos de su santidad personal. No importa cuán santos estos sean o cuán malvados, siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través de Judas cuando Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.

Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser perfeccionada.

Pero aún esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo adecuado. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina en Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso en niños, que es algo que todos nosotros debemos apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente ¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, -, como San Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada siglo-, es la SANTIDAD!

¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro autentico de la Iglesia. Siempre hay personas -un sacerdote se encuentra con ellas regularmente, ustedes probablemente conocen a varias de ellas también-, que usan excusas para justificar por qué no practican su fe, por qué lentamente están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular.

Indudablemente habrá muchas personas estos días -y ustedes probablemente se encontraran con ellas- que dirán: "¿Para qué practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?" Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos trataran de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es que la santidad es tan importante. Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor.

Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es una llamada para que despertemos.

Estos son tiempos duros para ser sacerdote hoy. Son tiempos duros para ser católicos hoy. Pero también son tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser católicos hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos hoy: "Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes."Yo he experimentado de primera mano esta bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes que conozco.

A principios de esta semana, cuando terminé de hacer ejercicio en un gimnasio local, salía yo del vestidor con mi traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vio, inmediata y apresuradamente apartó a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me miró cuando pasé y cuando me había alejado lo suficiente, respiró aliviada y soltó a sus hijos como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club deportivo.

Pero mientras que todos nosotros quizá tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, de hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era respetada. Los sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de santidad y bondad. Pero ya no es así. Uno de los más grandes predicadores en la historia estadounidense, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de cuando florece, cuando la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura.

Esas épocas para que los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y contaran. "Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo," solía decir, señalando que muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, "pero se necesita de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente." ¡Qué cierto es esto!

Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la Roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los grandes momentos para ser cristianos.

Algunas personas predicen que en esta región la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor se asegurará de que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar totalmente el mundo.

En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi:
"Voy a destruir su Iglesia" El Cardenal le contestó: "No, no podrá". Napoleón, con sus 150 cm. de altura, dijo otra vez: "¡Voy a destruir su Iglesia!" El Cardenal dijo confiado: "No, no podrá.! Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!"
Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general- ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo?

El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. El prometió que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará, no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él nunca la abandonará.

La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia! Aún cuando algunos de Sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que serán fieles, que los servirán a ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los once Apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado por él.

¡Este es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos y cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su autentico rostro.

Una de las razones por las que yo estoy aquí como sacerdote para ustedes hoy es porque siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa y casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del Señor en la patena, como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al Creador y Salvador de todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho al Señor, reiterando mi deseo de ser sacerdote: "¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como Tú mereces!" Eso me dio un ardiente deseo de servir al Señor.

Quizá este escándalo les permita a ustedes hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo que los conduzca por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente, "Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar Tu nombre como Tú lo mereces, para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado." Jesús está con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca. Tal como a partir de la traición de Judas, Él alcanzo la más grande victoria en la historia del mundo, nuestra salvación por medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de este episodio Él puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo XXI, con cada uno de nosotros -y esto te incluye a TI- jugando un papel estelar.

Ahora es el tiempo para que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los santos. ¿Cómo vas a responder tú?