Reflexionando la Liturgia con el P. Adelino
La liturgia de hoy es muy completa para introducir el tiempo en que estamos llamados a vivir, la Cuaresma. Parece que la liturgia del domingo pasado (6 durante el año) nos da un empujón para entrar de lleno en la liturgia de hoy. Recordemos que ser bienaventurados es no tener soberbia, orgullo, envidia, es estar del lado de los pobres, servir, amar, perdonar, dar sin medidas.
En este sentido Jesús comienza el evangelio con la advertencia: "Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo cantrario no recibirán ninguna recompensa del Padre de ustedes que está en el cielo". Esta actitud que Jesús nos llama la atención para que no caigamos en ella sería lo mismo que no ser pobres de espíritu. En otras palabras Jesús quiere decir que no debemos fingir que somos buenos, que somos misericordisos porque los demás nos están viendo, sino que debemos ser buenos y misericordiosos porque Dios así nos quiere.
La cuaresma es un tiempo de gracia que nos da Dios a través de su Hijo para que volvamos a él, para que nuestro corazón no esté tan lleno de las cosas "de este mundo", sino lleno de su gracia.
La ceniza tiene dos significados: 1. significa que somos polvo, o sea, que nacimos de la tierra y a la tierra tenemos que volver, según el relato de la creación. Esto nos revela que no somos todopoderosos como hombres, no nos creamos a nosotros mismos, sino que fuimos creados por Dios y a Dios prestamos obediencia. 2. Por el otro lado significa que no somos nada más que polvo, o sea, necesitados de la gracia divina. Sin Dios no tenemos significado, somos polvillo y totalmente atravesados por el pecado que cada vez más nos corrompe y aniquila.
Tenemos, entonces, que "pegar la vuelta" para encontrarnos con el Dios de la misericordia. Somos pecadores y con el pecado nos alejamos de la gracia, pero el Señor de la Gracia nos invita a permanecer en su presencia, por eso él dice a través de la boca del profeta Joel: "Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras".
Lo primero que tenemos que observar es que Dios nos da siempre una nueva oportunidad y nos pide seriedad en el encuentro con él: "de todo corazón"... no es volver con el corazón dividido, porque continuaremos iguales. Jesús dice: "no se puede amar a Dios y al dinero", "donde está tu tesoro ahí estará tu corazón" y el mismo Dios nos propone en los mandamientos: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento...".
Convertirse al Señor, aquí está nuestra gran dificultad. Estamos siempre con el corazón dividido entre nuestras cosas, nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestras pasiones y las cosas de Dios, los deseos de Dios, el camino de Dios. ¿Por qué tenemos que volvernos a Dios? Porque "él es bondadosos y compasivo, lento para la ira y rico en amor..." Me acuerdo de lo que dice el profeta Sofonías: "quitense la ropa del duelo y revístanse de la gloria del Señor, porque el peso que estaba sobre ustedes el Señor se ha olvidado..." o sea, Dios no esta con los ojos fijos en nuestro pasado porque él es el Dios del presente (Yo Soy) y quiere saber cómo somos hoy, qué hacemos hoy, cuánto amamos y perdonamos hoy.
Y Dios continúa diciendo: "Desgarren su corazón y no sus vestiduras"... Dios no mira las apariencias, Él no se fija cómo estamos esteriormente. Podemos pacerernos limpios, con rico holor, o sucio por hacer sacrificios, pero si el corazón no está purificado, de nada nos sirve. LA MISERICORDIA ES TODO. Tanto para Dios cuanto para Jesús. No sea que Jesús nos diga después que somos hipócritas y seculpros blanqueados.
Jesús nos propone para este tiempo la oración, la limosna y el ayuno. Tres prácticas que están totalmente ligadas a la misericordia, aunque muchos no las vean así.
¿Por qué la oración? Porque sólo a través de la oración conoceremos a Dios, saberemos sus planes, escucharemos su voz, cumpliremos su voluntad. La oración nos ayudará a percibir que así como nos unimos a Dios que no vemos, debemos unirnos a los hermanos que nos encontramos todos los días. De lo contrario seremos mentirosos, como nos dice San Juan en su carta.
¿Por qué la limosna? Porque es el gesto más concreto que tenemos para demostrar nuestra fe. Jesús no habla de paternalismo, tampoco del frío dar de lo que nos sobra, como por ejemplo llevar alimentos a cáritas, sino involucrarse sentimentalmente con el hermano que sufre. Es dar no solo porque el otro nos pide algo, sino que es dar para que no haya necesitados entre nosostros. Además, esta práctica es apenas un comienzo de lo que tenemos que hacer durante toda la vida: no acumular, no guardar, no preocuparse por el futuro, no ser individualista.
¿Por qué la abstinencia o el ayuno? Porque, primero nos une a tantos y tantas personas que no tienen nada para comer y segundo, porque es la forma de purificarnos, de vivir la santidad.
Si nos damos cuenta las tres prácticas están unidas. La oración me hace ver al hermano que sufre, desnudo, hambriento, sin techo, prisionero, forastero, huérfano, solitario... Me privo de mis voluntades y de las cosas que tengo en abundancia, de mis vicios y mis placeres (la abstinencia y el ayuno), para acudir al hermano necesitado (la limosna).
Pero todo eso en secreto, porque el que todo lo ve nos dará la recompensa, o sea, tengamos cuidado para no practicar nuestra justicia delante de los hombres.