“El
Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que
tiene y compra el campo”. ( Mateo 13, 44)
La parábola del tesoro escondido tiene un mensaje, como cualquiera de las parábolas, que está oculto en las imágenes y características de las cosas cotidianas. Sigue siendo, al igual que las demás parábolas del Reino, como un problema matemático a resolver.
Ya sabemos que el Reino es uno de los temas principales de la predicación de Jesús, es el inicio de su predicación, así como fue la predicación de Juan el Bautista, y Mateo reúne estas parábolas en un bloque (ya lo vimos en la entrada Parábolas y misterios del reino 1).
El reino de Dios es esperado por todos los hijos de la casa de Israel. Los judíos saben que Dios había prometido una restauración con la implantación de su reino. Desde los antiguos profetas fue introducida la tradición de esperar por el Día de Yahvé. Por ejemplo, la profecía de Amós acuña de nuevo el mensaje teológico reflejado por el “Día de Yahvé”. Los antiguos semitas deseaban la llegada de ése día para contemplar gozosos la derrota de sus enemigos. Amós anuncia la llegada del día de Yahvé, pero no presenta el acontecimiento como la destrucción de los adversarios de Israel sino como la derrota de los israelitas infieles.
Así va creciendo la conciencia de los judíos respecto del Día de Yahvé y la llegada de su reino. De ahí podemos entender ese conciencia a través del contraste o no aceptación de la predicación y práctica de Jesús, de rechazo a su persona, porque se junta con los pobres y pecadores.
En la boca de Jesús, el reino de Dios se refiere al reinado de Dios, cuando Dios será aceptado por todos y será "el Dios de todos"; es cuando Dios tendrá lugar como único Dios verdadero. En otras palabras, es la práctica absoluta del primer mandamiento: Dios por sobre todas las cosas.
Cómo se puede observar, no hay mucha diferencia entre lo que se piensa desde la Tradición del AT y lo que Jesús propone en su NT. La diferencia consiste en que Jesús viene a anunciar un Reino donde no existe la acepción de personas, porque el reino es para todos. Infelizmente, no todos son capaces de aceptar el mensaje del Reino; no todos consiguen adherirse a él; no todos son capaces de abandonarlo todo para abrazarlo; no todos son capaces de decir eso es lo que tiene más valor para mi vida, porque habla de otra realidad que va más allá de lo que se puede vivir aquí en la tierra.
Jesús vino a instaurar de manera definitiva, con sus obras y con sus palabras, ese Reino de Dios entre nosotros. Recordemos lo que dijo en la sinagoga de Nazaret, cuando hizo la lectura del texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).
Algunos creyeron en él y lo siguieron, y otros no; y en nuestro tiempo sucede lo mismo: algunos queremos que Dios sea y actúe como el único dueño y soberano de nuestro ser, de nuestro mundo y de nuestra historia, aunque muchas veces hacemos cosas que van en contra de este deseo, y muchos otros ni siquiera saben de qué se trata este asunto; unos buscan a Dios pero sólo esperan de él la solución a sus problemas y necesidades, y otros, en cambio, piensan que Dios es para ellos un estorbo que tienen que eliminar de su pensamiento y de su vida, y también del pensamiento y de la vida de los demás.
Algunos creyeron en él y lo siguieron, y otros no; y en nuestro tiempo sucede lo mismo: algunos queremos que Dios sea y actúe como el único dueño y soberano de nuestro ser, de nuestro mundo y de nuestra historia, aunque muchas veces hacemos cosas que van en contra de este deseo, y muchos otros ni siquiera saben de qué se trata este asunto; unos buscan a Dios pero sólo esperan de él la solución a sus problemas y necesidades, y otros, en cambio, piensan que Dios es para ellos un estorbo que tienen que eliminar de su pensamiento y de su vida, y también del pensamiento y de la vida de los demás.
Es justamente de eso que, con la Parábola del Tesoro escondido, Jesús quiere que reflexionemos. El reino de Dios es como un tesoro que está escondido en un campo y sólo el que lo consigue encontrar y percibir su valor, puede abandonar todas las demás cosas por ese tesoro.
Pusimos en negrita a propósito para que nos llame la atención ENCONTRAR y PERCIBIR su valor. No es únicamente encontrar ese tesoro, sino también darse cuenta de su valor, percibir lo que vale, encontrarse con algo que nos llena los ojos y el corazón de un sentido nuevo.
¿Cuántas personas se han encontrado con ese tesoro y por no poder darse cuenta de su valor lo dejaron allí donde estaba? ¿Cuántos de nosotros hemos percibido su valor y su importancia pero las cosas del mundo de a poco fueron recobrando más sentido y valor en nuestra vida y el tesoro una vez más volvió a ser escondido?
Creo que lo más interesante de esa parábola es que el Reino es Uno, pero su semilla fue esparcida por el mundo (parábola del Sembrador). Fuimos creciendo y esa semilla fue creciendo junto a la cizaña, porque somos pecadores y nos llenamos de cosas que no son del Reino (parábola del Trigo y la Cizaña). Así, no busquemos el tesoro escondido allá afuera de nuestro corazón, porque él está muy dentro de nosotros.
La semilla del Reino es el Tesoro escondido que Dios puso en nuestro corazón desde nuestro nacimiento y esa semilla ganó fuerza con nuestro bautismo. Las preocupaciones, los quehaceres, los sufrimientos, las tristezas, las alegrías, las dificultades de la vida van ocultando más y más esa semilla en nuestro corazón. Ya que es mucho más fácil dar lugar a las cosas placenteras que la sociedad nos ofrece, las cosas de Dios van estando en último plano. El tesoro se va escondiendo, es cubierto por todas las cosas de la vida. Encontrarse con el tesoro es tener la capacidad de un geólogo, escavar profundamente para liberar el tesoro escondido en nuestro corazón. Después de encontrarlo, darle el debido valor y abandonándolo todo, servir al Señor.
Encontrarse con el tesoro es encontrarse con el Reino, con el mismo Jesús, con el mismo Dios que quiere ser todo en nosotros. Que nos ama incondicionalmente y que en su corazón el deseo más profundo es salvarnos. Encontrarse con el tesoro es percibir que Dios siempre estuvo allí, que nunca se fue, por el contrario, siempre esperó pacientemente que lo volvamos a descubrir. Con la misma paciencia del dueño del campo (trigo y cizaña), con la misma paciencia del padre (hijo pródigo), con la misma paciencia de siempre porque nos ama y espera de nosotros una respuesta, porque su SÍ ya nos fue dado desde toda eternidad.
Padre Adelino