Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

sábado, 29 de mayo de 2010

Homilia Santísima Trinidad - Ciclo C

“Sólo la humildad de corazón permitirá vivir el misterio del Dios Uno y Trino”.


Queridos hermanos, después de haber celebrado los misterios de Cristo, en su pasión, muerte y resurrección, y también celebrado la efusión del Espíritu Santo en la Iglesia, celebramos hoy el Misterio de la Santísima Trinidad.
Este es el misterio más insondable y el misterio más grande de nuestra fe. Como decía San Agustín, “es más fácil trasladar todo el agua del mar a un pozo que conocer de todo este misterio”. El gran problema de la humanidad, o sea, nuestro problema como hombres y mujeres, es que las cosas de Dios queremos siempre aceptarlas desde la razón. Queremos razonar y cuestionar todos los aspectos. Es un poco lo que decía Tomás: “si no veo no lo creeré”. Nos olvidamos que mientras en él nos movemos y somos (Hcho 17, 28), nuestra comprensión no consigue alcanzarlo.
Queremos siempre cosas concretas para creer que Dios existe, que Jesús es el Salvador y que el Espíritu Santo nos anima y nos lleva por el camino de santidad. De paso digo que el Espíritu Santo, el Dios amor, es el Dios menos conocido y el menos rezado; es Él el que más nos puede ayudar a vivir tal misterio (Evangelio de hoy).
En cuanto a la concreción de los hechos, tenemos pruebas y muchas pruebas para creer, pero lo remarcado todavía es la dureza de nuestro corazón (ya lo decía Jesús en su tiempo). Lo que pasa es que aceptar de modo sublime y total el misterio de la Santísima Trinidad, es de algún modo asumir compromiso con la divinidad del Dios Altísimo en las Tres Personas. Infelizmente el hombre huye de los compromisos y responsabilidades con Dios. Un sólo ejemplo de algo concreto es nuestra existencia: ¿quién nos ha creado, cómo vinimos al mundo, de dónde vinimos, cómo se establece el día y la noche? ¿Para dónde iremos? La filosofía intentó, en su momento, dar explicaciones de todo y muchos de los filósofos llegaron a la conclusión que hay un bien supremo y un ser superior. Santo Tomás y San Agustín concluyen, cristianizando a la filosofía, que este bien supremo, el creador de todo es Dios. Hoy en día la ciencia busca dar explicaciones pero no puede ir más allá ni con relación al futuro ni con relación al pasado, ¿por qué? ¡Porque es un misterio! Un misterio que ya fue revelado al mundo, pero con la razón solamente no lo podemos alcanzar. Es un misterio que cuanto más uno se deja invadir por él tanto más va a conocerlo y cuanto más lo conoce tanto más se deja invadir por él. Es un misterio de amor. Una revelación de amor. La consigna es ser humilde delante del misterio para vivirlo, aunque sin comprenderlo.
La liturgia de hoy nos habla de la Sabiduría de Dios que existe antes de todo. Aunque el Antiguo Testamento no conoce la revelación de Dios como Uno y Trino, habla de un Dios vivo que con su espíritu penetra todo el ser y la historia de la humanidad (prim. Lect.). El libro de la sabiduría dice que “la sabiduría de Dios jugaba con la creación, mientras todo estaba siendo creado”. La sabiduría preexiste antes de todo. Si vamos al prólogo del Evangelio de San Juan él va a decir: “Antes era la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios”. Dios crea desde la Palabra y esta es una Palabra sabia, palabra de sabiduría, palabra que no se equivoca, que no contiene errores, que no contiene pecado, es el mismo Jesús. El judaísmo vio en la Sabiduría de Dios una realidad preexistente al propio universo: la primera creación de Dios.
En Éxodo 34, Dios se revela como el Dios de la misericordia y la fidelidad, para más adelante, en el libro del Deuteronomio (4, 32-40) revelarse como el Dios único, o sea, la unicidad de Dios. Yavé, el único Dios salvó a Israel de la opresión de Egipto. Y Dios va dando pruebas de su fidelidad, de su amor y de su misericordia cada vez que el hombre quebranta su alianza, hasta que, como nos dice San Pablo, “llegando la plenitud de los tiempos” nos manda a su único Hijo.
La plenitud de los tiempos – porque el mundo fue creado en función de Jesús, por él y para él. La venida de Jesús al mundo, así dicen todos los teólogos, se daría sí o sí. Jesús es el Salvador. La dimensión de la redención se da a partir del pecado. El hombre por haber trasgredido la fidelidad a Dios entra en pecado, por eso primero la redención y después la salvación. Es la plenitud porque en Cristo todo gana el sentido más pleno. Pero eso hablaremos otro día.
Jesús tiene una función en el mundo, llevar la humanidad a creer en el nombre del Dios Altísimo, eso está muy bien expreso en el capítulo 17 del evangelio de San Juan (Padre, los guardé en tu nombre, tu nombre es la verdad… Glorifícalos para que sean uno como tú y yo somos uno). Jesús revela al Padre. Él quiere quitar la idea de que Dios es un Dios vengativo y fortalecer la idea de que Dios es bondadoso, misericordioso, fiel, compasivo y que quiere salvar.
Como consecuencia de la fidelidad de Jesús (“he venido para hacer la voluntad de mi Padre”, “yo digo lo que oí de mi Padre”), Dios lo revela al mundo para que el mundo crea en él como Camino, Verdad y Vida. En el bautismo: “éste es mi Hijo muy querido, en él pongo todo mi bien querer” y en la transfiguración: “éste es mi Hijo, escúchenlo”. Escuchar la voz de Jesús es escuchar la voz del mismo Dios. Desde aquí está la revelación del Padre y del Hijo. El Hijo que nos revela el Padre y el Padre que nos revela el Hijo. Unidad y Amor. Entrega y compromiso. Fidelidad y donación del uno para el otro y de ambos para toda la humanidad.
¿Cómo podemos entender este misterio? Jesús dice en un determinado momento: “Te alabo Padre, porque revelaste estas cosas a los sencillos…” Para vivir este misterio, más que entenderlo, es necesario la sencillez de corazón. Un corazón soberbio y lleno de cuestionamiento de la acción de Dios no lo va a entender nunca, porque los caminos de Dios no son nuestros caminos y su pensamiento no es nuestro pensamiento. Su criterio de justicia no es nuestro criterio de justicia. Recordemos las parábolas de la misericordia de Dios y del Reino.
Dios Padre y Jesús trabajan juntos y unidos en el amor. Jesús no obra sin el Padre y el Padre no otorga nada si no es en el Hijo. De este amor incondicional brota, nace el Espíritu Santo. Es el mismo espíritu que animó a Jesús en toda su vida hasta la entrega extrema de la cruz. El mismo Espíritu que lo hace resucitar. Este mismo espíritu se queda con nosotros. “Yo voy al Padre y les mandaré otro defensor”, es el Paráclito que nos defenderá, que pondrá palabras en nuestra boca, que nos impulsará, que quitará toda división y que nos revelará toda verdad. La verdad es que el Padre está con el Hijo y para el Hijo y que el Hijo está con el Padre y para él. Unidad, Amor, Entrega, Compromiso, Fidelidad, Donación en un mismo Espíritu.
Son tres tiempos de la revelación: el tiempo de Dios (A.T.), el tiempo de Jesús (N.T.) y el tiempo del Espíritu Santo (Tiempo de la Iglesia). Son Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo dentro de la misma naturaleza: Dios.
Pidamos al Espíritu Santo, él que nos llenó con las gracias de sus dones el domingo, que nos haga crecer en el don del entendimiento para comprender que el misterio de Dios sólo se vive con la fuerza de la humildad y abandono en él, y que nos llene de fortaleza para poder vivir y testimoniar ese misterio en las adversidades de la vida.
María, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Dios Espíritu Santo, ruega por nosotros.

Catequesis de la Santísima Trinidad IV



II La revelación de Dios como Trinidad

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).

247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

viernes, 28 de mayo de 2010

Catequesis de la Santísima Trinidad III


I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"

232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).

233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.

234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).

235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).

236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.

237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.

jueves, 27 de mayo de 2010

Corrección

Queridos lectores, les pedimos disculpas por el error de la entrada anterior
intitulada "Catequesis de la Santísima Trinidad II". Por error se repitió
el tema 4 que correspondía a la Catequesis I.
Ya está solucionado y pueden leer la catequesis II con el tema 5.

Saludos en Cristo por María.

Pbro. Adelino

Catequesis de la Santísima Trinidad II

CURSO DE CATEQUESIS. TEMA 5

martes, 25 de mayo de 2010

Adoración al Santísimo por la Patria


Adoración al SS. Sacramento en el día 25 de mayo

Canción
Bendito y Alabado sea Jesús en el SS. Sacramento del altar…

Señor Jesús, nos encontramos una vez más en tu presencia. Reconocemos que eres el Dios de la Vida y que sin Ti nada somos, nada podemos. Hoy, de manera muy especial te pedimos por nuestra Patria. Te decimos, oh buen Jesús que eres el “Señor de la historia y te necesitamos”. Te necesitamos, Señor, para que guíes nuestra vida, para que sanes nuestras heridas, para que cambies nuestro existir. Queremos servirte, Señor, pero nos cuesta seguir tu Palabra, nos cuesta hacer tu voluntad. Tócanos, Señor, con tu Gracia redentora para que escuchemos tu voz y digamos “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

“Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza”. Sí, Señor, tu alivio para que podamos sobrellevar nuestra cruz. Tu alivio para soportar los desalientos, los trastornos que nos agobian. Tu alivio de Pastor que sana y rescata. Tu alivio como fuente y manantial que refresca nuestra alma. Necesitamos tu fortaleza, Señor, para seguir. No queremos detenernos en el camino. Fortalécenos, oh Jesús Palabra, aliméntanos con tu Pan que da la vida. Fortalécenos, Jesús Sumo Médico, cura nuestra debilidad. Fortalécenos Jesús con tu gracia, sé tú nuestro sostén. Sana las heridas de la injusticia, del miedo y de la cobardía. Sánanos con tu gracia y con tu poder. Sé Tú, Señor, nuestra confianza.

“Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común”. Oh, Jesús, haznos tu nación santa, tu pueblo regio, un pueblo de sacerdotes capaz de consagrarte el corazón y la existencia. Danos entrañas de Sabiduría para buscar la verdad que no defrauda, la verdad que nos torna libres. La verdad que es tu nombre para construir un mundo para todos. Quita, Señor, de nuestro corazón el deseo de pensar en nosotros mismos y danos el compromiso de pensar en el bien común. Que todo lo que hagamos sea siempre para el bien del prójimo. Que aprendamos a tener tu mirada tierna y verdadera, tu mirada misericordiosa y compasiva, tu mirada que no condena sino que salva, rescata y libera. Despierta en nosotros, Señor, el compromiso, el interés y el verdadero amor por los demás, para que los derechos sean de todos y valoremos la equidad como medio de alcanzar lo que tú nos has preparado.

Canción
Bendito y Alabado sea Jesús en el SS. Sacramento del altar…

“Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz”. Queremos ser libres, Señor. Enséñanos que la libertad viene de la mano de la responsabilidad. Danos también la responsabilidad que corresponden a tus hijos, la responsabilidad de defender la vida, de rescatar los valores, de anunciarte sin temor. Señor Jesús, que aprendamos de ti y de nuestro Dios a no excluir, no marginar, no rechazar a los demás. Que aprendamos a crecer dentro de las diferencias, que aprendamos ver siempre lo que nos pueden unir y nunca lo que nos separa y divide. Danos un corazón capaz de perdonar así como tú nos perdonas cuántas veces nos acerquemos a Ti. Que el odio, la venganza, el miedo, la duda, la cobardía, el rencor sean desterrados de nuestro corazón. Danos un corazón manso y humilde como el tuyo para que construyamos la paz que tanto anhelamos.

“Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Envíanos, Señor, tu Santo Espíritu con el Don de la Sabiduría. Báñanos con el agua viva de tu amor. Que tu sabiduría sea nuestra maestra para que aprendamos a dialogar. Que en el diálogo, Señor, encontremos las respuestas y el común acuerdo para el crecimiento de todos. Danos tu gracia, Señor para nunca perder la esperanza. Esperamos en Ti, Jesús. Tu eres la esperanza que no defrauda.

Canción
Bendito y Alabado sea Jesús en el SS. Sacramento del altar…

“Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina!” Estamos con tu madre, Señor, reunidos como en Pentecostés, esperando tu gracia y tus bendiciones para seguir sin vacilar, sin desanimar, sin perder la confianza en Ti. Queremos levantarnos, Señor. Te pedimos que nos sostengas de la mano. Queremos cantar el cántico nuevo de la victoria y de la vida. Queremos caminar hacia ti, oh Sumo Bien.

Te pedimos, dulcísimo Jesús, que nosotros “los mortales, oigamos el grito sagrado de la libertad”. Somos libres, porque tú nos has librado con tu sangre redentora. Concédenos la valentía de volver a gritar cuantas veces sean necesarias: Libertad, libertad, libertad. Libertad que nos ha salvado y nos ha hecho partícipes de tu gran amor. Que nos alegremos con “el ruido de las rotas cadenas” y jamás nos alegremos con el grito de los inocentes. Que seamos libertos de las cadenas que nos imposibilitan acercarnos a tu gracia: la cadena del rencor, del miedo, de la falsedad, de la injusticia, de la hipocresía. Que aprendamos a dar un lugar a la igualdad.

Canción
Bendito y Alabado sea Jesús en el SS. Sacramento del altar…

“Sean eternos los laureles, Que supimos conseguir”, Señor, pero danos la gracia de reconocer que todo es obra tuya. Que la victoria sin ti es derrota y la fatiga contigo es fortaleza. Que no crezcamos en orgullo dejando de vivir la humildad que tú nos enseñas. Que no demos lugar a la soberbia dejando de ser sencillos servidores tuyos. Danos, Señor, la capacidad de dar la honra, la gloria y el poder a Ti, que eres el Señor de nuestra historia. Hoy, Señor, más que nunca, decimos que te necesitamos.
¡Señor de la historia te necesitamos!
¡Señor de la historia te necesitamos!
¡Señor de la historia te necesitamos!

Gloria al Padre…

BICENTENARIO





domingo, 23 de mayo de 2010

PENTECOSTÉS 2010

Celebración de Pentecostés de la Parroquia San Antonio
Junto a las colectivadades de los inmigrantes que viven en
Bahía Blanca.

María y el Espíritu Santo


P. Antonio Rivero
La obra y la acción de María no acaba en el Calvario. ¿Qué les parece si entramos también nosotros al Cenáculo, donde están reunidos los apóstoles con María en espera del E.S.? Los apóstoles formaban la primera Iglesia. Y María era la madre de esa Iglesia . ¿Cómo no iba a estar María ahí?

Para esto nos servirá el texto de los Hechos 1, 12-14; 2,1: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús”.

Ciertamente María no pertenece al grupo de los Apóstoles, pues no ocupa un lugar jerárquico, pero es presencia activa y animadora primera de la oración y la esperanza de la comunidad.

¿Qué notas, qué rasgos podemos descubrir en este texto de los hechos de los apóstoles?

María Madre, alma y aliento de la Iglesia naciente

La presencia de María en el Cenáculo es solidaridad activa con la comunidad de su Hijo. Ella es la que no mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu.

María era una mujer del espíritu. Su vida está jalonada de intervenciones del E.S. El E.S. fue quien la cubrió con su sombra y obró en ella la Eucaristía del Hijo de Dios. El E.S. santificó a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel, y maría e Isabel se llenaron de gozo en el Espíritu. El espíritu revelo al anciano Simeón la misión de su Hijo Jesús y profetizo a María la espada de dolor.

Por tanto, toda la vida de María se desarrolla en la fuerza del espíritu.

Al recibir una vez más María al E.S en Pentecostés, recibe la fuerza para cumplir la misión que de ahora en adelante tiene en la historia de la salvación: María Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para los apóstoles y discípulos de su Hijo, para su Iglesia que es la continuación de la obra de Jesús.

Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas.

María en el Cenáculo es la Reina de los apóstoles y los protegía; el Trono de Sabiduría que les enseñaba a orar y a implorar la venida del Espíritu, era la Causa de la alegría y el Consuelo de los afligidos, y por eso les animaba.

Pentecostés con la venida del E.S. sobre aquella comunidad cristiana congregada en el Cenáculo marca el comienzo de los hechos de los Apóstoles, el comienzo de la evangelización, de la difusión y propagación de la Iglesia.

Este crecimiento y expansión eran debidos a la fuerza del Espíritu, que habían recibido los apóstoles, pero María estaba allí presente con su oración y fe. Y lo mismo que participó en la formación de Cristo en Nazareth, participa ahora con su presencia orante en el nacimiento y expansión de la Iglesia y en su misión evangelizadora.

Por eso, podemos sacar un segundo rasgo de María, aquí en Pentecostés: María mujer evangelizadora desde el primer momento de la Iglesia.

Es una constante de la historia de la Iglesia María ha estado presente en la evangelización de todos los pueblos en los diversos continentes, como lo muestran las historias de las misiones.

Por ejemplo en África y en América.

Los misioneros portugueses, con la fe en Cristo, llevaron a los pueblos de África una tierna devoción a la Virgen María y sembraron las tierras evangelizadoras de nombres de Santa María. El mismo San Francisco Javier, que manejaba en barcos portugueses a lo largo de la costa de África, decía: “He constatado que en vano se predicaba el nombre de Jesús antes de haberles mostrado la imagen de su madre”

En el campo, el P. Benaventura de Alessamo, superior de los capuchinos que evangelizó en el siglo XVII, solía convocar a los fieles una o dos veces al día en la Iglesia o junto a un árbol. Allí cantaban las letanías y rezaban el rosario, al mismo tiempo que les hablaban de la devoción de la virgen y de su poderosa intercesión ante Dios a favor de los hombres.

Mucho más fue el influjo de María en la evangelización de América. Los misioneros llevaban siempre consigo una imagen de María. También los soldados solían llevar imágenes o estampas de María que les habían regalado sus madres, hijas o esposas, para que fueran su salvaguardia en los múltiples peligros que les aguardaban.

Es un hecho comprobable que en todas partes surgieron santuarios célebres de la Virgen, que pronto se convirtieron en lugares de peregrinación y centros de evangelización, de piedad e identidad cristiana. “La América no ha llegado a Jesús sino en brazos de María”. El caso más espectacular ha sido el de México. Después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio San Juan Diego, las conversiones se multiplicaron con tanta rapidez que se tenían hasta 15000 bautizos al día. Fray Toribio de Benavente narra en su crónica que a los misioneros se les caían los brazos de cansancio de tanto bautizar.

Con toda razón, los obispos de Latinoamérica, reunidos en Puebla en 1979, reconocían que la devoción y culto a María pertenece a la identidad propia de estos pueblos, señalando además el influjo que María ha tenido en su evangelización.

“Ella cuida de que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina”

Lo mismo podemos decir de los grandes santuarios marianos que hoy día se han convertido en los centros más significativos de irradiación de vida cristiana. Fátima y Lourdes, son lugares de encontró con Dios, de conversiones, de catequesis y de evangelización.

Y todo esto comenzó en Pentecostés.

Oh, María Estrella de la Evangelización ruega por nosotros evangelizadores del Tercer Milenio. Y acompáñanos en nuestro peregrinar por estos mundos de Dios para llevar el mensaje de tu Hijo por todas partes.
Amén.

VIVIR SEGÚN EL ESPÍRITU SANTO



El 5 de agosto de 1968, Mons. Ignacio Hazim, metropolita ortodoxo de Lattaquié (Siria), pronunció un notable discurso en la inauguración de la Conferencia Ecuménica de Uppsala (Suecia). Este discurso inaugural llevaba por título las palabras del Apocalipsis: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21, 5). De él son las siguientes palabras, densas de contenido y merecedoras de un amplio comentario:

"¿Como se hace 'nuestro', hoy, el acontecimiento pascual, realizado de una vez para siempre? Por medio de Aquel mismo que es su artífice desde el origen y en la plenitud de los tiempos: el Espíritu Santo. El es personalmente la Novedad en acción, en el mundo. El es la Presencia de Dios-con-nosotros, 'unido a nuestro espíritu' (Rom 8, 16). Sin El, Dios está lejos; Cristo se encuentra en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organiza­ción; la autoridad, despotismo; la misión, propaganda; el culto, una evocación; y la vida cristiana, una moral de esclavos. Pero, en el Espíritu Santo y en permanente comunión con él (=dans une synergie indisso­ciable), el cosmos queda elevado y gime en el alumbra­miento del Reino; el hombre se mantiene en lucha contra la carne; Cristo resucitado está presente; el Evangelio es poder de vida; la Iglesia significa comunión trinitaria; la autoridad es un servicio liberador; la misión es u nuevo Pentecostés; la liturgia es memorial y anticipación; y toda la vida cristiana queda deificada"1.

Sin el Espíritu Santo, Dios no sólo está lejos, sino que es infinita lejanía. Es el Absoluto, eterno e inaccesible, Creador y Señor que todo lo puede y que todo lo domina, que inspira respeto e incluso miedo, que sobrecoge y que estremece por su infinitud y que oprime y aplasta con su grandeza. ¿No es ésta la imagen de Dios que tantas veces nos han ofrecido? Sin embargo, con el Espíritu Santo y gracias a él, Dios es cercanía infinita, infinita Ternura, Amor-Amistad, Presencia viva, Miseri­cordia entrañable, Trinidad-Familia, misterioso Hogar, el gran Amigo del hombre, que quiere su plena realización humana, como activo colaborador suyo, y que respeta temblorosamente su libertad. Por eso, nuestra actitud fundamental ante él es la adoración estremecida, la fe inquebranta­ble en su Amor, la ilimitada confianza, la docilidad activa, la adhesión incondicional, la cooperación responsable y la alabanza agradecida. La adoración no es esclavitud sino "el éxtasis del amor"2.

Con el Espíritu Santo, Dios, para nosotros, es Abbà. Y nosotros somos, para él, hijos pequeños, entrañablemente amados. "Ya no somos extraños ni forasteros, sino conciu­dadanos de los santos y familia­res de Dios" (Ef 2,19). Pertenecemos realmente a la Familia de Dios, que es la Trinidad. Somos de verdad hijos del Padre; hijos en el Hijo; hijos del Padre en el Hijo por la acción del Espíritu Santo. Por eso, escribe San Pablo: "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibis­teis un espíritu de esclavos par recaer en el temor; antes bien, recibis­teis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbà, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 14-16). "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbà, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero, por voluntad de Dios" (Gál 4, 6-7).

El Espíritu Santo, al configurarnos realmente con Cristo, que es el Unigénito del Padre y el Unigénito de la Virgen-Madre, nos hace de verdad hijos en el Hijo, por una real participación de su Filiación; y, al mismo tiempo, se une a nuestro propio espíritu para darnos viva concien­cia de nuestra filiación divina y mariana.

Sin el Espíritu, Jesús es simplemente un personaje histórico, que vivió en el pasado -aunque sea un pasado reciente- y que pertenece irremediablemente a ese pasado; que nos dejó, ciertamente, un magnífico ejemplo de vida y un esplendoroso mensaje doctrinal; pero, nada más. Con el Espíritu, en cambio, Jesucristo está infinitamente vivo y presente y es la persona más actual del universo, contemporáneo de todos los hombres: Más íntimo a nosotros que nosotros mismos.

Sin el Espíritu Santo, el Evangelio es un libro y, en definitiva, letra muerta. Con el Espíritu, el Evangelio es una Persona viva y vivificante, cuya palabra es fuerza y poder de vida, que todo lo ilumina, que da sentido a todo y que es capaz de transformar por dentro al hombre y la sociedad entera. Con el Espíritu, el Evangelio es perenne actualidad.

Sin el Espíritu, la Iglesia no pasa de ser una simple organiza­ción, similar a otras muchas organizaciones e institucio­nes humanas existentes en el mundo de los hombres. Una institución con fines culturales, humanitarios y, sobre todo, religiosos. Pero, nada más. Si embargo, con el Espíritu Santo, la Iglesia es, en todo el rigor de la palabra, un misterio: la realización histórica y social del plan salvador de Dios sobre la humanidad, sacramento de Cristo, presencia visible del Cristo invisible, nueva corporeidad del Verbo Encarnado, instrumento del mismo Espíritu en la salvación de los hombres. Con el Espíritu, la Iglesia es una Comunión de vida con Dios en Jesucristo, que se hace comunión de vida con los hombres. Con el Espíritu, Iglesia significa y es comunión trinitaria: La participación familiar de la vida familiar de Dios-Trinidad. (Y, en vigorosa analogía, algo muy parecido habría que decir de una Congregación religiosa. En todo caso, podemos preguntarnos: ¿Que predomina en ella, la dimensión carismática o la dimensión institucional. Porque, en rigor de verdad, no se trata de 'oponer', sino de 'integrar' dimensiones que son esenciales, pero que no tienen el mismo valor y la misma importancia).

Sin el Espíritu de Jesús, la autoridad es poder y dominio. ¿No se la ha entendido, muchas veces, así en la Iglesia, en abierto contraste con el mismo Evangelio3? ¿No la definían precisa­mente los juristas como potestad dominativa? El poder y el domino son un atentado con la persona humana, porque oprimen y esclavizan, creando dependencia y servilismo. Sin el Espíritu, la autoridad se convierte en autoritarismo o en permisividad. En cambio, con el Espíritu Santo, la autoridad es diakonía, servicio humilde de amor a los hermanos y, por lo mismo, un auténtico servicio de liberación, que garantiza y promueve la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Sin el Espíritu, la misión se queda en simple propaganda, en anuncio publicitario, aunque se trate del anuncio de unas verdades trascendentales para el hombre. Sin el Espíritu, el 'apostolado' es actividad humana, benéfica o asistencial -y, a veces, mero activismo-; pero deja de ser verdadero apostolado y, por consi­guiente, acción realmente salvadora. Con el Espíritu Santo, en cambio, la misión es una mística, porque es una acción del mismo Espíritu a través de nosotros, y ser convierte en un nuevo Pentecostés.

Sin el Espíritu Santo, el culto es una serie de ritos y de ceremonias y la liturgia es una representación vacía de contenido y de vida, una simple evocación o un recuerdo de acontecimientos que pertenecen al pasado. Con el Espíritu, el culto es vida y la liturgia es recuerdo vivo y actualización real de todo el misterio de Cristo: Encarnación-vida-pasión- muerte-resurrección. Gracias al Espíritu Santo, la liturgia es una acción personal de Cristo, que revive y actualiza, con nosotros y para nosotros, todo su misterio.

Sin el Espíritu, la vida 'cristiana' deja de ser verdaderamente cristiana, porque ya no es una vida en Cristo y desde Cristo; y deja de ser también verdaderamente espiritual, porque no es una vida en el Espíritu y desde el Espíritu. Y la moral se hace una 'moral de esclavos'. Sin embargo, con el Espíritu Santo, la vida es de verdad cristiana y espiritual, tomados estos adjetivos en su sentido más riguroso y profundo: Porque Cristo y el Espíritu son de verdad los auténticos protagonistas de esta vida, y el hombre -la persona humana, varón o mujer- se deja guiar, 'vivir' y vivificar por Ellos, alcanzando, de este modo, la más alta cumbre de la humanización y de la divinización.

Este breve análisis pudiera servirnos un poco de test, para saber medir, de alguna manera, hasta qué punto somos de verdad cristianos y espirituales, en el sentido fuerte de estas palabras. Y, sobre todo, como prospectiva, es decir, como mirada hacia adelante: hacia lo que tenemos que ser y hacia lo que tenemos que vivir, prescindiendo de si, hasta aquí, lo hemos vivido o no (cf Flp 3, 14).