Empecemos por decir que hay un himno de la Iglesia Presbiteriana tomado de una plegaria medieval que dice:
"Amado Señor, tres cosas te pido: Verte más claramente, amarte más tiernamente, seguirte más de cerca, día a día".
El Evangelio de este cuarto domingo, la cura del mendigo ciego, no trata solo sobre un milagro de Jesús, trata sobre nuestra condición y posibilidad de ver la realidad y ver a Jesús más claramente hoy. Ver la realidad no significa solo abrir los ojos y ver lo que nos rodea, sino que perder el miedo y ver nuestra realidad interior, medio por el cual podemos encontrarnos con nuestras discapacidades y asumiéndolas (evangelio del domingo pasado) ser transformados por Jesús.
Después del milagro que Jesús realiza y del testimonio del ex ciego los fariseos dan prueba de su ceguera. ¿Será que nosotros no nos portamos de la misma manera ante los gestos de amor de Dios hacia nosotros?
Lo más interesante es percibir la consciencia de saber que tiene por un lado el ex ciego y por el otro el grupo de fariseos. El ex ciego dice: "Yo sé que era ciego y ahora veo"; el grupo de fariseos dice: "sabemos que este hombre es un pecador", o sea, la dureza de corazón es tanta, la ceguera les afecta tanto, la autosuficiencia los cierra tanto que no consiguen ver lo bueno ni la obra de Dios. Están tan convencidos de su verdad que no pueden librarse de condenar y marginar cada vez más. Y Jesús afirma respondiendo a sus discípulos: "este hombre es ciego para que se cumpla el amor, la bondad, la gracia, la voluntad del Padre". Los fariseos parecen no darse cuenta de esa realidad. No alcanzaron ni fueron alcanzados por esa gracia.
Jesús hoy también te quiere abrir los ojos, pero no sólo para que veas las cosas circundantes sino más bien para que des testimonio de su amor y su gracia.
P. Adelino
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Mens. 9-7-87
"Quiero la conversión de los hijos a Dios y la consagración a Mi Corazón de Madre".