Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

sábado, 27 de marzo de 2010

HOMILIA DOM DE RAMOS - Ciclo C


Hoy celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén y al mismo tiempo, de modo anticipado, su pasión y muerte en cruz. La liturgia se divide en dos partes para que nosotros nos ubiquemos en cada momento de este misterio de Jesús. Somos llamados en el primer momento a seguir a Jesús, a peregrinar con Él, a reconocerlo como Rey. Aquí vamos a la última celebración del año litúrgico, la Solemnidad de Jesús Cristo Rey del universo. En aquel tiempo lo reconocían como Rey de Israel, hoy como Iglesia peregrina debemos reconocer a Jesús como nuestro Rey. Un Rey compasivo, Rey de amor y misericordia, Rey pacífico. Los que somos cristianos debemos seguir las huellas del Señor… Pero el Señor no es sólo la gloria. No podemos olvidarnos de que no hay gloria sin cruz, no hay vida sin la muerte, no hay alegría sin el sufrimiento.
En este sentido la liturgia nos introduce en la misa, porque nuestro peregrinar o nuestro seguir al Maestro debe estar ligado a este momento que Jesús asume nuestra debilidad, nuestra fragilidad y pecados: El Justo por los pecadores.
La primera lectura merece un poco más de atención, porque el pueblo del cautiverio comienza a entender que la lucha no es a través de la fuerza, Dios es un Dios pacífico. Isaías anticipa el Mesías sufriente, padeciente, pero totalmente confiado en la presencia del Padre. Un Dios que no abandona, que es fiel, el Dios que ES.
Somos llamados a pensar en la oración de Jesús en la Cruz. A primera vista parece que Dios lo ha abandonado, pero no. Jesús conoce al Padre, confía y sabe de su fidelidad, por eso reza el salmo 22(21). Apenas reza en alta voz el estribillo. Una forma de decir a los que están presentes que Dios hará justicia, que la Vida tiene la última palabra, que Dios está con Él y Él está con Dios: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado” es la oración confiada en el Señor.
El Papa Benedicto XVI, todavía cuando era cardenal, nos explicaba que este salmo es la súplica del pueblo de Israel que fue pisoteado; es el grito de dolor de este pueblo. Jesús se identifica con este pueblo pisoteado, rechazado, abandonado (no por Dios), excluido y cautivo. Pero el Salmo termina con la alabanza y la confianza de este pueblo en Dios: “Yo anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea…” Jesús anuncia el nombre de Dios de diversas formas, una de ellas es en la Cruz, cuando por amor y obediencia entrega su vida para rescatarnos. Jesús no sólo asume el destino de dicho pueblo, sino que también reza reconociendo a Dios, cumpliendo el primer mandamiento: “amar a Dios sobre todas las cosas”, hasta ante la muerte, y también lo que nos dice Dios en el A.T.: “honra al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu entendimiento”.
En esta liturgia dos cosas tenemos que rescatar para nuestra reflexión: la primera es la actitud de la gente que aclama al Señor cuando entra a Jerusalén, es la misma gente que después de algunos días va a gritar: “crucifícalo, crucifícalo”. En este sentido pensemos en Pedro que había dicho a Jesús: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”, pero después lo negó. Esta es nuestra actitud como cristianos. Asumimos a Cristo, pero no de todo. Más de una vez le rezamos y le decimos que somos todo suyo, pero nos apartamos de él con nuestros pecados, lo negamos con nuestras cosas, no lo asumimos por nuestras preocupaciones que son grandes y demasiadas.
Pedro quería seguir a Jesús, no huyó, apenas estaba fuera, en el patio cuando negó conocerlo. Quería seguirlo pero no quería comprometerse con el Maestro; no quiere dejarlo pero tampoco quiere que lo confundan con él. Pedro cuando escucha el cantar del gallo se acuerda de las palabras de Jesús y llora amargamente. Lo más hermoso, lo más verdadero y lo más humano que cada uno puede encontrar es la Palabra de Jesús. El evangelio nos hace entrar en nosotros mismos y llorar amargamente de vergüenza por el miedo ante la cruz de Jesús y el temor de ser confundidos con él. Dejémonos encontrar con esta Palabra liberadora y volvamos al encuentro de Jesús sufriente, seamos crucificados con él y con él resucitemos a la vida nueva.
La segunda cosa a rescatar es el amor y la incomparable confianza en el Padre, también el gran amor por nosotros. Jesús dice: “he deseado ardientemente comer esta pascua con ustedes”. Esto explica porque muchas veces nos sentamos a la mesa con el Señor: no es por nuestros méritos, no es porque somos buenos, sino porque Jesús quiere, desea ardientemente compartir la gracia y el amor con nosotros. Desea desde lo más profundo de su corazón compartir la Vida con nosotros. Y nosotros, ¿deseamos compartir la vida con Él? El amor y la confianza dan las condiciones para no temer, mismo ante la muerte. El amor y la confianza dicen que el Padre está, que es fiel, que lo sostiene. Aprendamos a confiar en la bondad, misericordia, fidelidad y en el amor de Dios para que no desistamos aun cuando todo parece no tener salida. El que se confía al Señor no es abandonado tampoco defraudado.

CAMINO HACIA EL CALVARIO


Crónica de las huellas
Habla
Simón

Tropezaba y caía.
¡Era tan frágil!
¡Tan solitario y duro su camino aturdido por súplicas letárgicas!
Yo regresaba de labrar la tierra.
Mis músculos tensaban su fatiga
y apoyaba en el hueco de los hombros los utensilios que cargara al alba.
Me detuve a observar al Nazareno;
enmarañada de sudor y espinas su oscura cabellera condenada.
Un cónclave de miedos lo seguía;
huecos de cobardía, miserables, rasgándose sayales penitentes con astillas de manos enlutadas.
Entonces,
con la voz de su agonía,
mientras los soles maniataban ecos,
Él anunció los tiempos del castigo...
Cuando serán felices las estériles, los senos que jamás amamantaron y el útero que no hubo retenido filamentos de sangres exiliadas.
El centurión me dijo:
¡Cireneo!
¡Exime de su espalda ese patíbulo donde, centurias de odios mutilados saquearán, al hebreo, su esperanza!
Dejé mis herramientas sobre el polvo...
Rehén de inesperados huracanes sentí como me hundía, lentamente, en su mirada desvalida y trágica.
Luego anduve las piedras, el camino, la exacta longitud de su cansancio, sintiéndome una hoja en el otoño,
perfiles de penumbra inevitable sosteniendo su cruz hasta aquel sitio que el cráneo establecía en la distancia.
Allí lo abandoné...
Arrojé al suelo, abominable y yermo cual ninguno, el destino final de las estacas.
Pensé en mis hijos, Rufo y Alejandro;
en el hogar, en el mantel tendido, en la redonda espera de la hogaza...
Pensé en la vida que aguardaba abajo, en los leños marchitos y el tejado,
en mi mujer zurciendo con sus manos la gloria de su fe deshilachada...
Y eché a correr sobre mis pies de greda,
sin volverme a mirar el sacrificio
que comenzaba a arder, a mis espaldas.

viernes, 26 de marzo de 2010

VÍA CRUCIS DE JUAN PABLO II


Texto de las meditaciones escritas en el año 2000 por Juan Pablo II

ORACION INICIAL.
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).

Oremos.
Señor Jesucristo,
colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN:
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.

«¿Eres tú el Rey de los judíos?» (Jn 18, 33)
«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18, 36).
Entonces Pilato le dijo: «Luego, ¿tú eres Rey?».
Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?»
Con esto, el procurador romano consideró terminado el interrogatorio.
Volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él» (cf. Jn 18, 37-38)
El drama de Pilato se oculta tras la pregunta: «¿qué es la verdad?».
No era una cuestión filosófica sobre la naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un inocente.

Los acusadores intuyen esta debilidad de Pilato y por eso no ceden. Reclaman con obstinación la muerte en cruz. La decisiones a medias, a las que recurre Pilato, no le sirven de nada. No es suficiente infligir al acusado la pena cruel de la flagelación. Cuando el Procurador presenta a la muchedumbre a un Jesús flagelado y coronado de espinas, parece como si con ello quisiera decir algo que, a su entender, debería doblegar la intransigencia de la plaza. Señalando a Jesús, dice: «Ecce homo!». «Aquí tenéis al hombre».

Pero la respuesta es: «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
Pilato intenta entonces negociar: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él» (cf. Jn 19, 5-7).
Está cada vez más convencido de que el imputado es inocente, pero esto no le basta para emitir una sentencia absolutoria. Entonces, los acusadores recurren a un argumento decisivo: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». (Jn 19, 12). Es una amenaza muy clara. Intuyendo el peligro, Pilato cede definitivamente y emite la sentencia, si bien con el gesto ostentoso de lavarse las manos: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis» (Mt 27, 24). Así fue condenado a la muerte en cruz Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.

A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte.
Son los inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana. No bastan decisiones a medias. No es suficiente lavarse las manos. Queda siempre la responsabilidad por la sangre de los inocentes. Por ello Cristo imploró con tanto fervor por sus discípulos de todos los tiempos: Padre, «Santificalos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17, 17).

ORACION
Cristo, qué aceptas una condena injusta, concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos, la gracia de ser fieles a la verdad y no permitas que caiga sobre nosotros y sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes.
A ti, Jesús, Juez justo, honor y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.


SEGUNDA ESTACIÓN:
JESÚS CARGA CON LA CRUZ A CUESTAS.

La cruz. Instrumento de una muerte infame.
No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario. marcó un cambio en la historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que «Dios es amor».

Amor inconmensurable: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Esta verdad sobre Dios se ha revelado a través de la cruz. ¿No podía revelarse de otro modo?
Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido la cruz. El Padre ha elegido la cruz para su Hijo, y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta al monte Calvario y en ella ha ofrecido su vida. «En la cruz está el sufrimiento, en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección de amor. Oh Dios, quien te ha comprendido una vez, ya no desea ni busca ninguna otra cosa» (Canto cuaresmal polaco) La Cruz es signo de un amor sin límites.
ORACION
Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención. A ti, Jesús, Sacerdote y Víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

TERCERA ESTACIÓN:
JESÚS CAE POR LA PRIMERA VEZ

«Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros» (cf. Is 53, 6).
«Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53, 6).
Jesús cae bajo el peso de la cruz. Sucederá tres veces durante el camino relativamente corto de la «vía dolorosa». Cae por agotamiento. Tiene el cuerpo ensangrentado por la flagelación, la cabeza coronada de espinas Le faltan las fuerzas.Cae, pues, y la cruz lo aplasta con su peso contra la tierra.

Hay que volver a las palabras del profeta, que siglos antes ha previsto esta caída, casi como si la estuviera viendo con sus propios ojos: ante el Siervo del Señor, entierra bajo el peso de la cruz, manifiesta el verdadero motivo de la caída: «Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros».Han sido los pecados los que han aplastado contra la tierra al divino Condenado. Han sido ellos los que determinan el peso de la cruz que él lleva a sus espaldas.
Han sido los pecados los que han ocasionado su caída.Cristo se levanta a duras penas para proseguir el amino.
Los soldados que lo escoltan intentan instigarle con gritos y golpes. Tras un momento, el cortejo prosigue.

Jesús cae y se levanta.
De este modo, el Redentor del mundo se dirige sin palabras a todos los que caen. Les exhorta a levantarse.
«El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados» (1 Pe 2, 24).

ORACION
Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación, te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie y reanudar el camino.
Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad.
A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos
R/.Amén.

CUARTA ESTACIÓN:
JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE.

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33).

María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón.
Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente estas palabras. Con una fuerza particular.
«Reinará.... Su reino no tendrá fin», había dicho el mensajero celestial.
Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David?
¿Cómo será que su reino no tendrá fin?
Son preguntas humanamente comprensibles.
María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz.
Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra».
De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado.
En el camino hacia la cruz. María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo. «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12).
Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del inundo.

ORACION
Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el «fiat» e íntimamente confiada en que Aquél para quien ada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, cl rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor. A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

QUINTA ESTACIÓN:
SIMÓN DE CIRENE LLEVA LA CRUZ DE JESÚS.

Obligaron a Simón (cf. Mt 15, 21).
Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia, de la crucifixión.
Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar la cruz.
Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se opusiera. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto ofensivo de la dignidad de un hombre libre.
Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para ayudar a Jesús.
En un canto de cuaresma se escuchan estas palabras: «Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo». Son palabras que dejan entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado aparece como alguien que, en cierto modo, «hace don» de la cruz. ¿Acaso no fue El quien dijo: «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí?» (Mt 10,38).

Simón recibe un don.
Se ha hecho «digno» de él.
Lo que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad, en la perspectiva de la redención, en cambio, le ha otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.
¿Simón, es consciente de ello?
El evangelista Marcos identifica a Simón de Cirene como «padre de Alejandro y de Rufo» (15, 21). Si los hijos de Simón de Cirene eran conocidos en la primitiva comunidad cristiana, se puede pensar también él haya creído en Cristo, precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la constricción a la disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras:
«El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí».
Llevando la cruz, fue introducido en el conocimiento del evangelio de la cruz.
Desde entonces este evangelio habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia a llevar la cruz junto con Jesús.

ORACION
Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, el hambre y de la injusticia. Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del vangelio de la cruz y testigos de ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

SEXTA ESTACION:
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Puede ser, pues, que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo él sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un «verdadero icono». A eso se referiría el nombre mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.
Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con. sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho» (Mt 26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica.Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio.El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.
El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.
Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7). Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano.

ORACION
Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que nuestra obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor. Para ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos.
R/.Amén.

SÉPTIMA ESTACIÓN:
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

«Y yo gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo» (Sal 22[21] 11,7). Vienen a la mente estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús, que cae por segunda vez bajo la cruz.
En el polvo de la tierra está el Condenado. Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez más le fallan sus fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino:¿Qué nos dice a nosotros, hombres pecadores, esta segunda caída? Más aún que de la primera, parece exhortarnos a levantarnos, levantarnos otra vez en nuestro camino de la cruz. Cyprian Norwid escribe: «No detrás de sí mismos con la cruz del Salvador, sino detrás del Salvador con la propia cruz». Sentencia breve pero que dice mucho. Explica en qué sentido el cristianismo es la religión de la cruz.Deja entender que cada hombre encuentra en este mundo a Cristo que lleva la cruz y cae bajo su peso.A su vez, Cristo, en el camino del Calvario, encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el peso de la cruz, no deja de anunciar la buena nueva.
Desde hace dos mil años el evangelio de la cruz habla al hombre.Desde hace veinte siglos Cristo, que se levanta de la caída, encuentra al hombre que cae. A lo largo de estos dos milenios, muchos han experimentado que la caída no significa el final del camino. Encontrando al Salvador, se han sentido sosegados por Él: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Co 12,9). Se han levantado confortados y han transmitido al mundo la palabra de la esperanza que brota de la cruz. Hoy, cruzado el umbral del nuevo milenio, estamos llamados a profundizar el contenido de este encuentro. Es necesario que nuestra generación lleve a los siglos venideros la buena nueva de nuestro volver a levantarnos en Cristo.

ORACION
Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que vendrán el Evangelio de tu poder salvífico. A ti, Jesús, soporte de nuestra debilidad, la alabanza y la gloria por los siglos.
R/.Amén.

OCTAVA ESTACION:
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» (Lc 23, 28-3 1)
Son las palabras de Jesús a las mujeres, que lloraban mostrando compasión por el Condenado. «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». Entonces era verdaderamente difícil entender el sentido de estas palabras. Contenían una profecía que pronto habría de cumplirse. Poco antes, Jesús había llorado por Jerusalén, anunciando la horrenda suerte que le iba a tocar. Ahora, Él parece remitirse a esa predicción: «Llorad por vuestros hijos...». Llorad, porque ellos, precisamente ellos, serán testigos y partícipes de la destrucción de Jerusalén, de esa Jerusalén que «no ha sabido reconocer el tiempo de la visita» (Lc 19,44). Si, mientras seguimos a Cristo en el camino de la cruz, se despierta en nuestros corazones la compasión por su sufrimiento, no podemos olvidar esta advertencia.
«Si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».
Para nuestra generación, que deja atrás un milenio, más que de llorar por Cristo martirizado, es la hora de «reconocer el tiempo de la visita». Ya resplandece la aurora de la resurrección. «Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación» (2 Co 6, 2).
Cristo dirige a cada uno de nosotros estas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono» (3, 20-2 1).

ORACION
Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso. A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

NOVENA ESTACION:
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que observa, está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse. San Pablo escribe: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz?» (Flp 2,6-8).
La tercera caída parece manifestar precisamente esto: El despojo, la kenosis del Hijo de Dios, la humillación bajo la cruz: Jesús había dicho a los discípulos que había venido no para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20,28).
En el Cenáculo, inclinándose en tierra y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta humillación suya. Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de nuevo proclama
a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). «El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).
Que no nos asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz.
Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.

ORACION
Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin. A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos.
R/. Amén.

DÉCIMA ESTACION:
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS, LE DAN A BEBER HIEL Y VINAGRE.

«Después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,34). No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre. Esto era contrario a los métodos usados por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz al condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y consciencia. En el caso de Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la consciencia hasta el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena medida del sufrimiento.
En efecto, Él debe subir a la cruz para ofrecer el sacrificio dé la Nueva Alianza. Él es Sacerdote. Debe entrar mediante su propia sangre en la morada eterna, después de haber realizado la redención del mundo (cf. Hb 9, 12).
Consciencia y libertad: son los requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce tantos medios para debilitar la voluntad y. ofuscar la consciencia. Es necesario defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo por atenuar el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.
Hay que comprender profundamente el sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para óo rendirse, para no permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.

ORACION
Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación,haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación. A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos.
R/.Amén.

DECIMOPRIMERA ESTACIÓN:
JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ

«Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos» (Sal 21 [22], 17-18). Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución. Los golpes de los soldados aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado. En las muñecas de las manos, los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los indescriptibles tormentos de la agonía.
En su cuerpo y en su espíritu de gran sensibilidad. Cristo sufre lo indecible. Junto a él son crucificados dos verdaderos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Se cumple así la profecía: «con los rebeldes fue contado» (Is 53,12).
Cuando los soldados levanten la cruz, comenzará una agonía que durará tres horas. Es necesario que se cumpla también esta palabra: «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). ¿Qué es lo que «atrae» de este condenado agonizante en la cruz? Ciertamente, la vista de un sufrimiento tan intenso despierta compasión. Pero la compasión es demasiado poco para mover a unir la propia vida a Aquél que está suspendido en la cruz.
¿Cómo explicar que, generación tras generación, esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe? ¿De hombres y mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este signo?

Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor, del Amor divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del Amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso.
¡Que Cristo elevado en la cruz nos atraiga también a nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio! Bajo la sombra de la cruz, «vivimos en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5,2).


ORACION
Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

DECIMOSEGUNDA ESTACION:
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento. El sabe que el hombre. más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor: tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo.
«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Así responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42) La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el hombre.
A los pies de la cruz estaba la madre, y a su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). «Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Es el testamento para las personas que más amaba. El testamento para la Iglesia. Jesús al morir quiere que el amor maternal de María abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la humanidad.
Poco después, Jesús exclama: «Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su cuerpo.Es la única palabra que manifiesta directamente su sufrimiento físico.
Después Jesús añade: «¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las palabras del Salmo con el que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el Padre En los últimos instantes de su vida terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.
Cuando llega la hora de nona, Jesús grita: «¡Todo está cumplido!» (Jn 19,30). Ha llevado a cumplimiento la obra de la redención. La misión, para la que vino a la tierra, ha alcanzado su propósito.
Lo demás pertenece al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Dicho esto, expiró. «El velo del Templo se rasgó en dos...» (Mt 27,51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.

ORACIÓN
Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la. agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN:
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A LA MADRE

Han devuelto a las manos de la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que ella experimentó en aquel instante. Es como si los Evangelistas, con el silencio, quisieran respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos. O, simplemente, como si no se considerasen capaces de expresarlos. Sólo la devoción multisecular ha conservado la imagen de la «Piedad», grabando de ese modo en la memoria del pueblo cristiano la expresión más dolorosa de aquel inefable vínculo de amor nacido en el corazón de la Madre el día de la anunciación y madurado en la espera del nacimiento de su divino Hijo. Ese amor se reveló en la gruta de Belén, fue sometido a prueba ya durante la presentación en el. Templo, se profundizó con los acontecimientos conservados y meditados en su corazón (cfr. Lc 2, 51). Ahora este íntimo vínculo de amor debe transformarse en una unión que supera los confines de la vida y de la muerte.
Y será así a lo largo de los siglos: los hombres se detienen junto a la estatua de la Piedad de Miguel Ángel, se arrodillan delante de la imagen de la Melancólica Benefactora («Smetna Dobrodziejka») en la iglesia de los Franciscanos, en Cracovia, ante la Madre de los Siete Dolores, Patrona de Eslovaquia; veneran a la Dolorosa en tantos santuarios en todas las partes del mundo. De este modo aprenden el
difícil amor que no huye ante el sufrimiento, sino que se abandona confiadamente a la ternura de Dios, para el cual nada es imposible (cf. Lc 1, 37).

ORACIÓN
Salve, Regina, Mater misericordiae; vita dulcedo el spes nostra, salve. Ad te clamamus... illos tuos misericordes oculos ad nos converte et Iesum, benedictumfructunz ventris tui, nobis post hoc exilium ostende. Alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz hasta al último suspiro. A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos
R/.Amén.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN:
EL CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO

«Fue crucificado, muerto y sepultado...». El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte.
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» ( Jn 12, 24). El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación.
Muy pronto este sepulcro se convertirá en el primer anuncio de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en la gloria del Padre, «Fue crucificado, muerto y sepultado (....) al tercer día resucitó de entre los muertos». Con la deposición del cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro, a los pies del Gólgota, la Iglesia inicia la vigilia del Sábado Santo. María conserva en lo profundo de su corazón y medita la pasión del Hijo;las mujeres se dan cita para la mañana del día siguiente del sábado, para ungir con aromas el cuerpo de Cristo; los discípulos se reúnen, ocultos en el Cenáculo, hasta que no haya pasado el sábado. Esta vigilia acabará con el encuentro en el sepulcro, el sepulcro vacío del Salvador. Entonces el sepulcro, testigo mudo de la resurrección, hablará. La losa levantada, el interior vacío, las vendas por tierra, será lo que verá Juan, llegado al sepulcro junto con Pedro: «Vio y creyó» (Jn 20, 8). Y, con él, creyó la Iglesia, que desde aquel momento no se cansa de transmitir al mundo esta verdad fundamental de su fe: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto» (1 Co 15, 20).
El sepulcro vacío es signo de la victoria definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. El sepulcro vacío es signo de la esperanza que «no defrauda» (Rm 5, 5). «Nuestra esperanza está llena de inmortalidad» (Sb 3, 4).

ORACIÓN
Señor Jesucristo, que por el Padre, con la potencia del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza. A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo honor y gloria por los siglos
R/.Amén.

jueves, 25 de marzo de 2010

Día del Niño por nacer

Recemos una Ave María y pidamos al Señor fuerzas para defender a la vida.


LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR


El Anuncio del Ángel a María

En el primer capítulo del Evangelio de San Lucas leemos:
"Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la casa de David; el nombre de la virgen era María".

La palabra "ángel" significa: Un mensajero, un mensajero de Dios.

Gabriel: El que trae buenas noticias, de parte de Dios.

Una virgen es en la Santa Biblia una mujer que no ha cometido impurezas. En el mundo hay muchas mujeres vírgenes, pero una es más pura y más santa que las demás y la llamamos "Santísima Virgen". Es la madre de Jesús.

Comprometida en matrimonio (Desposada): Unos meses antes de casarse, los novios firmaban un compromiso de matrimonio, para que el esposo pudiera dedicarse tranquilamente a preparar todo lo necesario para su próximo hogar, sin peligro de que después la prometida ya no se casara con él.

Desposada a un hombre llamado José.

En Israel era muy estimado el nombre de María. Así se llamaba la hermana de Moisés, y en tiempos de Jesús este nombre era tan popular, que las tres mujeres que estuvieron presentes en el Calvario, todas tenían el nombre de María. Las tres Marías.

María es un nombre que significaba "Señora" o "Princesa", pero varios autores dicen que en Egipto el nombre de María proviene de dos palabras: "Mar": la hija preferida, e "ia": abreviatura de IAVEH: Dios. Por lo cual el nombre de María significa: La hija preferida de Dios. Y en verdad que sí corresponde muy bien este significado a lo que en realidad ha llegado a ser la Madre de Jesús: la hija que más quiere Dios.

"Y entrando, le dijo: «Salve, llena de gracia, el Señor está contigo".

Salve: En hebreo, Shalon Jalai, o sea: ¡Yo te saludo. Te felicito. Alégrate! Cada vez que rezamos el Avemaría saludamos a la Virgen con el mismo saludo con el que la saludó el ángel en el día más feliz de su vida, en el día de la Anunciación, cuando ella empezó a ser Madre de Dios. Podremos decir que no hemos saludado al Presidente o al Papa, pero sí hemos saludado muchas veces a la Virgen Santa con el saludo que a Ella más le agrada, el que le compuso el mismo Dios en persona.

Llena de gracia: La mujer que más gracias o favores ha recibido de Dios. Llena de gracia quiere decir: la muy simpática para Dios. Si Ella hubiera tenido algún pecado, ya no habría sido totalmente simpática para Nuestro Señor. Pero Ella no tuvo ni la más mínima mancha de pecado.

El Señor está contigo: Los israelitas cuando querían animar a una persona y asegurarle que le iban a suceder cosas maravillosas le decían: "El Señor está contigo". Es que "si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?". Cada vez que rezamos el Avemaría felicitamos a la Virgen por esta bella noticia: ¡El Señor está siempre contigo! ¡Y ojalá que esté siempre también con cada uno de nosotros!

"Ella se conturbó por estas palabras, y preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: No temas,María, porque has hallado gracia delante de Dios".

No temas: Es una frase que en la Santa Biblia se repite muchas veces, dirigida hacia las personas que Dios elige para sus grandes obras. ¡No temas, porque Dios va contigo y te ayudará en todo. ¡No temas! "has hallado gracia delante de Dios"

Maravilloso elogio. Ojalá se pudiera decir también de cada uno de nosotros.

"vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús".

El nombre Jesús significa: el que salva de los pecados. Porque El ha venido a salvarnos a los pecadores y a pagar nuestras deudas ante Dios.

"Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin"

Bellísimas noticias acerca de Jesús, que conviene recordar y no olvidar jamás.

"María respondió al ángel: '¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios... Dijo María: 'He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.' Y el ángel dejándola se fue".

Y en aquel momento el Hijo de Dios se encarnó y se hizo hombre en el vientre Santísimo de la Virgen María. Día grande y mil veces bendito en el que Dios se vino a vivir entre nosotros.

En 9 meses será Navidad, el día del Nacimiento de Jesús.

¡Gracias Señor te damos por haber asumir nuestra humanidad para salvarnos!

Tanto amó Dios al mundo que le dió a su propio Hijo para que el mundo se salve por medio de Él.
(Evangelio de San Juan).

miércoles, 24 de marzo de 2010

VÍA CRUCIS





1ª Estación: Jesús sentenciado a muerte

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Sentenciado y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le habían aclamado poco antes. Y El calla... Nosotros huímos de ser reprochados. Y saltamos inmediatamente...

Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el Silencio cuando alguien me haga sufrir. Yo lo merezco. ¡Ayúdame! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


2ª Estación: Jesús cargado con la cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis achaques, de mis dolencias, de mi soledad.

Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por mis hermanos, mi cruz de cada día. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


3ª Estación: Jesús cae, por primera vez, bajo el paso de la cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias, cuando después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos cotidianos. ¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


4ª Estación: Encuentro con la Virgen

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida.

Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día de mi existencia. ¡Ayúdame Madre! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


5ª Estación: el Cirineo ayuda al Señor a llevar la Cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto, para realizarnos de una manera particular.

¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo? Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la de ser Cirineo de los demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cirineo? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


6ª Estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo, Señor, te abandono cuando me dejo llevar por el "qúe dirán", del respeto humano, cuando no me atrevo a defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti.

Y en tantas otras ocasiones. Ayúdame a no dejarme llevar por el respeto humano, por el "qué dirán". Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


7ª Estación: Segunda caída en el camino de la Cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Caes, Señor, por segunda vez. El Via Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más.

Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mál ante los demás, por un error, por una equivocación?. ¿Cuándo aprenderé que también eso se puede convertir en ofrenda? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


8ª Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Muchas veces, tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis pesares, de mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido, de egoismo, de envidia.

Debería llorar por mi falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que me manifiestan, Señor, cuánto me quieres. Dame profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes desfallecido, Señor.

Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz. Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


10ª Estación: Jesús despojado de sus vestiduras

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de tu dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de mí por la pérdida de mis seres queridos.

Que yo sepa ofrecerte el recuerdo de las separaciones que me desgarraron, uniéndome a tu pasión y esforzándome en consolar a los que sufren, huyendo de mi propio egoismo. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


11ª Estación: Jesús es clavado en la Cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en ofrecértelas también por ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


12ª Estación: Jesús muere en la Cruz

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las heridas de los clavos, la lanzada del costado... ¡Gracias, Señor, gracias! Has muerto por salvarme, por salvarnos.

Dame responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por mi salvación, ayudado de tu gracia. Y dame trabajar con ahínco por la salvación de mis hermanos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


13ª Estación: Jesús en brazos de su madre

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Déjame estar a tu lado, Madre, especialmente en estos momentos de tu dolor incomparable. Déjame estar a tu lado. Más te pido: que hoy y siempre me tengas cerca de Ti y te compadezcas de mí. ¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


14ª Estación: el cadáver de Jesús pueto en el Sepulcro

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Todo ha terminado. Pero no: después de la muerte, la Resurrección. Enséñame a ver lo que pasa, lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que no pasa. Y que esa luz ilumine todos mis actos. Así sea. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria...


Oración Final

Te suplico, Señor, que me concedas,
por intercesión de tu Madre la Virgen,
que cada vez que medite tu Pasión,
quede grabado en mí
con marca de actualidad constante,
lo que Tú has hecho por mí
y tus constantes beneficios.
Haz, Señor, que me acompañe,
durante toda mi vida,
un agradecimiento inmenso a tu Bondad.

Amén

martes, 23 de marzo de 2010

Volver a Dios


Fonte: Catholic.net

Es hora de volver a Dios
La Iglesia necesita laicos que respondan al llamado de Dios para ayudar a sanar, iluminar, formar, bendecir, interceder y comprender que el ser humano es Imagen de Dios.

No cabe duda que estamos asistiendo a la más dramática ausencia de valores, el aire que respiramos no es el mejor y el ambiente que se vive está sumergido en manifestaciones materialistas, hedonistas, maximalistas, llevando al “Ser Humano” al más profundo espíritu de decadencia y alienación, de pérdida de la capacidad de interrogarnos por nosotros mismos y por los demás.

La ausencia de valores cristianos fundamentales en la cultura de la modernidad no solamente ha ofuscado la dimensión de lo trascendente, abocando a muchas personas hacia el indiferentismo religioso – también en América Latina -, sino que, a la vez es causa determinante del desencanto social en que se ha gestado la crisis de esta cultura. Tras la autonomía introducida por el racionalismo, hoy se tiende a basar los valores sobre todo en consensos sociales subjetivos que, no raramente, llevan a posiciones contrarias incluso a la misma ética natural.
Piénsese en el drama del aborto, los abusos en ingeniería genética, los atentados a la vida y a la dignidad de la persona) .

Esta obra desea iluminar en la urgente necesidad de acceder “y para qué esperar más”, en la re-educación del espíritu cristiano, buscando renovar los valores humanos enmarcados en la familia, el trabajo, la sociedad en general.

Muchos son los múltiples esfuerzos de teólogos, filósofos, humanistas, profesionales de todas las áreas y ciencias, padres de familia, misioneros, desarrollados bajo el tenor de la Fe de la Iglesia “Mater et Magistra”, “Madre y Maestra” que buscan proporcionar nuevas estrategias de evangelización capaces de responder a las complicadas tareas de construcción y mejoramiento de la calidad de vida tanto material como espiritual de los seres humanos del Siglo XXI.

Me uno a estos esfuerzos con mis humildes oraciones y mi cotidianidad reconociendo que tenemos “TODOS” que tomar de una vez por toda la más sabia de las decisiones “VOLVER A DIOS”.

La Iglesia necesita también de Laicos comprometidos que respondan “FIAT” afirmativamente y en la praxis al llamado de Dios por medio de la Iglesia para ayudar a sanar, iluminar, formar, bendecir, interceder, calmar el hambre, y comprender que el ser humano es Imagen de Dios.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cristo roto

Cristo Roto

En San Gerardo, Tú, el Crucificado,
erguías en la cruz alta tu muerte.
Venían a rezarte, a oírte, a verte
los que en Haití al mirarte habían llorado.

Hoy por el terremoto, derribado
entre escombros, quisiste una igual suerte
a la de niños muertos, y así, inerte,
yaces entre ellos y el profesorado.

Yo me pongo a llorar con las estrellas,
mezclando con sus lágrimas mi llanto,
que me llueva del cielo como el de ellas;

que en los mares no hay agua para tanto
luto como el temblor dejó en sus huellas,
convirtiendo así a Haití en un camposanto.