DÍA 21 DE DICIEMBRE
OH SOL,
que naces de lo alto,
Resplandor de la luz eterna,
Sol de justicia,
ven ahora a iluminar
a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte
Muchos pueblos primitivos adoraban al sol, como padre de vida y fuente de energía. Muchos romanos, no tan primitivos, celebraban a finales de diciembre, cuando los días empiezan a ser más largos, el nacimiento del sol invicto, siempre triunfador del frío y las tinieblas. Nosotros mismos admiramos la fuerza y la belleza del sol, que tanto se necesita. Pero hoy necesitamos otros dioses solares. Hoy necesitamos otras fuentes, más poderosas que nuestro sol, de luz y energía. A pesar de este sol espléndido, a pesar de toda nuestra iluminación artificial y de nuestras cómodas calefacciones, el mundo sigue en tinieblas y el mundo muere de frío.
La energía del espíritu es mucho más necesaria y mucho más poderosa que el sol y que todas nuestras centrales nucleares. De estas energías espirituales son de las que el mundo está más necesitado. La fe es, por ejemplo, una energía espiritual que mueve montañas y hace milagros, una luz capaz de disipar todas las tinieblas de la noche. Y el amor, sobre todo el amor, es el verdadero sol de la tierra, es la hoguera que todo lo enciende, todo lo enardece, todo lo anima, todo lo alegra, todo lo vivifica.
Echamos de menos -¡qué tristeza!- la fuerza de este sol en tantas regiones de nuestros espíritus. Nos envuelven las tinieblas del odio, de la insolidaridad, de la división. Nos enfrían cada vez más los vientos helados de la violencia y el resentimiento.
El amor es también la vitamina más completa para alimentar nuestra vida. Hoy padecemos un formidable debilitamiento anímico, por falta de esta vitamina, y nos encontramos en situaciones agónicas.
Desde nuestra noche y nuestro frío,
desde nuestro debilitamiento vital,
te pedimos, oh Sol resplandeciente,
que vengas a iluminarnos y llenarnos de vida.
Tú eres llama viva,
desprendida de esa hoguera infinita que es Dios;
tú resplandeces con esa gloria bondadosa de la luz eterna;
tú estás cargado con la energía inmensa del Amor vivificante.
Ven a disipar las tinieblas de nuestra noche
y a calentar el frío de nuestro invierno;
ven a poner un poco de tu fuego en la tierra;
ven a rescatarnos de nuestras agonías y nuestras muertes.
Oh Sol-Amor, ven.
OH SOL,
que naces de lo alto,
Resplandor de la luz eterna,
Sol de justicia,
ven ahora a iluminar
a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte
Muchos pueblos primitivos adoraban al sol, como padre de vida y fuente de energía. Muchos romanos, no tan primitivos, celebraban a finales de diciembre, cuando los días empiezan a ser más largos, el nacimiento del sol invicto, siempre triunfador del frío y las tinieblas. Nosotros mismos admiramos la fuerza y la belleza del sol, que tanto se necesita. Pero hoy necesitamos otros dioses solares. Hoy necesitamos otras fuentes, más poderosas que nuestro sol, de luz y energía. A pesar de este sol espléndido, a pesar de toda nuestra iluminación artificial y de nuestras cómodas calefacciones, el mundo sigue en tinieblas y el mundo muere de frío.
La energía del espíritu es mucho más necesaria y mucho más poderosa que el sol y que todas nuestras centrales nucleares. De estas energías espirituales son de las que el mundo está más necesitado. La fe es, por ejemplo, una energía espiritual que mueve montañas y hace milagros, una luz capaz de disipar todas las tinieblas de la noche. Y el amor, sobre todo el amor, es el verdadero sol de la tierra, es la hoguera que todo lo enciende, todo lo enardece, todo lo anima, todo lo alegra, todo lo vivifica.
Echamos de menos -¡qué tristeza!- la fuerza de este sol en tantas regiones de nuestros espíritus. Nos envuelven las tinieblas del odio, de la insolidaridad, de la división. Nos enfrían cada vez más los vientos helados de la violencia y el resentimiento.
El amor es también la vitamina más completa para alimentar nuestra vida. Hoy padecemos un formidable debilitamiento anímico, por falta de esta vitamina, y nos encontramos en situaciones agónicas.
Desde nuestra noche y nuestro frío,
desde nuestro debilitamiento vital,
te pedimos, oh Sol resplandeciente,
que vengas a iluminarnos y llenarnos de vida.
Tú eres llama viva,
desprendida de esa hoguera infinita que es Dios;
tú resplandeces con esa gloria bondadosa de la luz eterna;
tú estás cargado con la energía inmensa del Amor vivificante.
Ven a disipar las tinieblas de nuestra noche
y a calentar el frío de nuestro invierno;
ven a poner un poco de tu fuego en la tierra;
ven a rescatarnos de nuestras agonías y nuestras muertes.
Oh Sol-Amor, ven.
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