Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

viernes, 19 de marzo de 2010

SAN JOSÉ


Por Padre Javier Soteras (Radio María - Catequesis del 16/03/2010)


San José, en la obediencia de la fe, responde al llamado de Dios.

La fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo a la madre del Redentor; Feliz la que ha creído, en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José. Porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios cuando le fue transmitida en aquél momento decisivo.

En honor a la verdad, José no respondió al anuncio del ángel como María, pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor, y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo fue, genuina obediencia en la fe. Como reza Pablo.

Por aquí llega la Gracia de la justificación por la fe. No es por la ley, sino por la fe. Este es el modo como Dios desde un comienzo le indicó el camino a Abrahán. Y lo consideró justo, por su fe. Por eso a José lo ubicamos en esa línea de los justos, obedientes en la fe. Y en ese camino Dios quiere también a nosotros, justificarnos. Hacernos de Él. Considerarnos dignos de permanecer bajo su presencia. Por este don maravilloso de la fe operando en respuesta a la llamada que Dios nos hace.

Lo que hizo José, lo unió de un modo particular a María y su fe. Acepto como verdad proveniente de Dios, lo que ella ya había aceptado cuando el ángel le anunció. Que sería la Madre del Redentor.
El Concilio Vaticano II, dice; “cuando Dios revela, hay que prestarle la obediencia de la fe. Porque para el hombre, que confía libre y totalmente en Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él, le llega la Gracia de pertenecerle.”
José, al igual que María, no sólo obedeció al llamado, sino que permaneció fiel hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta las últimas consecuencias de aquél primer sí. Fiat, pronunciado en el momento de la Anunciación, mientras que José, en el momento de su “anunciación”, no pronunció palabra alguna.
Simplemente hizo como el ángel le había mandado. Y este primer “hizo”, es el comienzo del camino de José. Él es el hombre de las herramientas concretas. Es el hombre que pone en práctica lo que cree. Que responde en lo puntual. Que sin vueltas va a la cosa. A lo largo de este camino, los evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una señal elocuente. Gracias a ese silencio, se puede leer plenamente la verdad contenida del juicio que de él da el evangelio.

El Justo, dice Mateo 1, 19.
En las palabras “de la anunciación nocturna”, José escucha, no sólo la verdad divina a cerca de la vocación de su mujer, su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación.
La vocación de María, desposada con él, es también, la vocación de José, desposado con ella.
Este hombre justo, que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido, amaba a la virgen de Nazareth, se había unido a ella, con un amor de esponsalidad. Dios lo llama a este amor, ahora también, en cierto modo, con su proyecto. Hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Este verbo, repetimos, igual que cuando lo hace José con el niño, “tomar” es hacerse cargo de lo que se le entrega, pero al mismo tiempo es abrazado por lo que se le ofrece.
Es como cuando decimos nosotros, que Dios nos pide algo, y nos da aquello mismo que nos pide.
El que abraza a María para llevarla consigo, y al niño que lleva ella en su vientre, abraza a ellos y es abrazado por ellos.
Cuando Dios a nosotros nos pide algo, nos dice algo a cerca de lo que nos confía, esa Gracia que se nos confía, viene en nuestra ayuda.
Dios nunca pide algo que no nos de.
Por eso te invito a renovar en José hoy tu confianza, tu oído atento, discernidor de los caminos. Obediente al querer de Dios.

José. El hombre justo por la fe. Justificado por su creer.
El obediente seguidor de los caminos de Dios. El que abrazando con amor a su esposa, es abrazado profundamente por ella, el amor de Dios que viene en su vientre. El hijo que iba a nacer era también hijo de José.
Sin dudas José el hombre del silencio. El esposo de María, se hace sentir como esas personas que con presencia generan peso específico y están allí como referencias claras.
Tal vez vos puedas decirnos como José impacta en tu camino; por la devoción, por su intercesión, por una imagen que en tu casa había cuando eras niño, niña. Por lo que te enseñó tu padre, tu abuelo. Por lo que represente para vos como trabajador. Por lo que José representa como aquél intercesor ante Dios por la providencia. Por cuanta respuesta Dios te ha dado por las novenas que le has rezado a José.
Cuando el mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María, la que según la ley es su esposa, permaneciendo virgen, se ha convertido en Madre por obra del Espíritu Santo. Cuando el hijo llevado en el seno, por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Este nombre era conocido entre los judíos, y hay veces se le ponía a los hijos Jesús. En este caso, sin embargo se trata del hijo de Dios.
Según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre. Jesús, que significa, “Dios salva”.
Y yo quisiera particularmente a aquellos que están como, caídos, tristes, a los que están sin fuerzas, acercarte este nombre de José, con el de su hijo al que lo ha tomado entre sus brazos, y lo lleva hasta donde vos estás, y lo pone en tus brazos. Que vos también lo tomes. Para que vos lo abraces al niño, como él lo abrazó sobre su pecho, cuando Dios se lo confió. Y vos también te dejes tomar por este niño. Por este Dios salva. Este Jesús, que en el camino de José, fue también el guía al que él debía guiar. ¡Qué increíble! Dios lo pone para que guíe a su hijo, y Dios lo guía a José en este don de paternidad que le confía.
Por eso te invito a que te animes a sostenerte en el Amor de Dios, que José te trae, en su hijo Jesús, Dios salva.
San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús, mediante el ejercicio de su paternidad. De este modo lo que hace él es cooperar, en la plenitud de los tiempos, en el gran Misterio de la Redención, y realmente, ministro servidor de la Gracia de salvación que trae Jesús.
El Dios que salva.
Su paternidad se ha expresado concretamente al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio. Al mismo misterio de la encarnación y la redención que está unida a él.
Al haber hecho uso de la autoridad legal que le correspondía sobre la sagrada familia, para hacer el don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo. Al haber convertido su vocación humana, el amor doméstico a la oblación sobrehumana que de sí, de su corazón, y de toda su capacidad en el amor puesto en el Mesías, que crece en su casa.
Al no ser concebible, que a una misión tan sublime, no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo, de forma adecuada, hay que reconocer que José tuvo hacia Jesús, por don especial del Cielo, todo aquél amor natural, toda aquella afectuoso solicitud del corazón de un padre puede conocer. Y debe ejercitar.
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios le ha otorgado también a José, el amor correspondiente. Aquél amor que tiene su fuente en el Padre. De quien toma nombre toda familia en el Cielo y en la Tierra.
José es aquél que Dios ha elegido para ser el coordinador del nacimiento del Señor. Aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción ordenada del hijo de Dios en el mundo. En el respeto a las disposiciones divinas, a las leyes humanas. Toda la vida tanto privada como escondida de Jesús, ha sido confiada a esta custodia suya. A este cuidado. A este velar suyo. A esta mirada atenta, sabia, conocedora de los caminos de Dios, y atenta a sus señales.

José, el Padre de nuestro Señor.

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