Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Plegaria de la Tercera Semana de Adviento



Fuente: por Ciudad Redonda, F.P. cmf
http://www.ciudadredonda.org/spip/article.php3?id_article=296



Ve, Señor de mi vida, delante de mí allanándome el camino. Ábreme todas las puertas. Dame los tesoros ocultos de la vida. Quiero conocerte, Hacedor de la paz. Que se abra al fin la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Con tus propias manos distribúyela, y que alcance para todos. Consérvanos en el amor vigilante, para que podamos recibir la misericordia, la sorpresa, la... ¡qué se yo! de tu Hijo que se acerca. Oh Padre, hazme sentir y saborear que dentro de mí eres más real que la vida misma. Convénceme, sin violentarme, que eres el único valor por el que merece la pena luchar hasta morir para poseerlo. Entonces te buscaré, Señor, en la noche. Vigilaré por ti en cada momento, hasta que mi espera se convierta en espléndida aurora, en la que llegas para consolarnos. Oirán los sordos la Palabra que Tú pronuncias y nos regalas. Ya sin oscuridad, los ojos ciegos verán al que ha sido colocado en unas pajas. Los pobres se gozarán con ese Dios tan pequeñito que ha venido a visitarles. Indignidad y opresión serán borradas de la tierra. Con tus propias manos arrancarás al inocente del dominio de aquellos que con iniquidad compraron la justicia. Por eso hoy... hoy quisiera no odiar en mi corazón a los hermanos. Quisiera no vengarme ni guardar rencor contra los hijos de mi pueblo. Quisiera amarlos como a mí mismo me amo (cf. Lv 19, 18). Y fomentar la vida, que será siempre mejor que sembrar la muerte. Y cambiar yo la metralleta de mis manos por un frágil trozo de pan, para compartirlo precisamente con aquel a quien iba a dispararle y convertirnos ambos a la vez en seres humanos con un poco de amor que compartir e intercambiar... Mi querido Dios tan pequeñito, colocado en un pesebre, quisiera hoy, ¡siempre!, quisiera no odiar en mi corazón a los hermanos.

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