En este cuarto domingo de Adviento nos acercamos más al Misterio de Dios revelado a los hombres, teniendo como instrumento para la Encarnación de su Hijo a la Virgen María.
El domingo pasado Dios nos ayudaba a comprender que no sólo alivia el peso de nuestras transgresiones sino que se los quitaba de nuestras espaldas, haciéndonos libres para el encuentro con él. Hoy el profeta Miqueas profetizará demostrando la pedagogía de Dios, que para nosotros será una paradoja.
"Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a Israel..."
En esta liturgia se encuentran la grandeza de Dios y la pequeñez de los hombres; la omnipotencia del Altísimo y la humildad de la creación. Lo que es pequeño y "sin valor" para la humanidad (Belén, María, Isabel) es rescatado por la Gradeza del Dios Todopoderoso. Del peublo más pequeño y de la tribu más pequeña (Belén y Judá) Dios hará nacer un Pastor para su pueblo, un pastor que se pondrá de pie y apacentará su rebaño. De María, mujer sencilla y humilde, perteneciente al resto de Israel Dios hará nacer el Salvador de la humanidad, el Pastor Universal. De Isabel, mujer excluida por ser estéril Dios hará nacer el que viene delante del Señor.
Eso nos hace pensar que Dios no mira con nuestros ojos ni sus pensamientos son nuestros pensamientos. Mientras nosotros somos llevados a tener cada vez más, nos preocupamos por la apariencia, nos preocupamos por pertencer a la elite social, Dios continúa a elegir los que son sencillos, los pobres, los excuidos, los que nada tienen.
Por otra parte, María va al encuentro de Isabel su prima, que también está embarazada. El saludo de Isabel muestra una vez más la paradoja: "Tú eres bendita entre todas las mujeres... Feliz de ti porque has creído". Dios la mira a María porque ha creído que el todopoderoso no abandona, no se olvida de sus hijos, y ella revela su creencia con el cántico del Magnificat.
La pregunta es: ¿qué cosas buscamos como cristianos? ¿Qué cosas elegimos? ¿Qué cosas creemos?
Hoy somos llamados a imitar a María: buscar la gracia y la paz que viene de lo alto, elegir la sencillez de corazón porque es donde están los ojos de Dios, creer (confiar) que Dios es fiel.
P. Adelino DOS SANTOS, HSICM
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