La palabra “Adviento”, “venida”, nos habla de un principio, la llegada en la carne de nuestro Salvador, y de un final, la segunda venida del Señor para concluir la historia de la salvación y comenzar esa época definitiva, más allá de nuestra medida del tiempo, en que Dios será todo en todos.
Entre estas dos venidas se desarrolla el tiempo de la Iglesia como un constante Adviento de Jesucristo por medio de la acción del Espíritu Santo: llega el Señor a sus fieles a través de la su Palabra, se hace presente a su Iglesia para actuar en sus sacramentos, toca a nuestras puertas como hermano necesitado que invoca nuestra solidaridad.
El tiempo de Adviento, con el que se inicia el ciclo litúrgico de Navidad y con el cual comienza un nuevo año litúrgico, el pueblo de Dios que peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida histórica de Jesucristo y la segunda, que acontecerá, de modo glorioso, al fin de los tiempos.
La espiritualidad del adviento encamina a los cristianos a profundizar la perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para conmemorar la venida histórica del redentor, celebrada en cada Navidad. El primer aspecto señalado, con su carácter de fuerte llamada a vivir vigilantes y a prepararse siempre, se destaca más claramente en los primeros días del tiempo de Adviento, mientras que la consideración de los acontecimientos históricos que rodearon el nacimiento de Jesús quedan reservados para los últimos días, las llamadas “ferias fuertes” de Adviento.
El trasfondo de este tiempo es el de la esperanza y la alegría cristianas. Éstas se apoyan en la certeza de que “el que ha de venir” ya llega, y con él, el advenimiento del cielo nuevo y de la tierra nueva. Las dos expresiones más habituales de la esperanza escatológica cristiana son la petición “venga a nosotros tu reino” del Padrenuestro, y la aclamación “Ven, Señor Jesús” inmediata a la consagración en la Plegaria Eucarística.
Entre estas dos venidas se desarrolla el tiempo de la Iglesia como un constante Adviento de Jesucristo por medio de la acción del Espíritu Santo: llega el Señor a sus fieles a través de la su Palabra, se hace presente a su Iglesia para actuar en sus sacramentos, toca a nuestras puertas como hermano necesitado que invoca nuestra solidaridad.
El tiempo de Adviento, con el que se inicia el ciclo litúrgico de Navidad y con el cual comienza un nuevo año litúrgico, el pueblo de Dios que peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida histórica de Jesucristo y la segunda, que acontecerá, de modo glorioso, al fin de los tiempos.
La espiritualidad del adviento encamina a los cristianos a profundizar la perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para conmemorar la venida histórica del redentor, celebrada en cada Navidad. El primer aspecto señalado, con su carácter de fuerte llamada a vivir vigilantes y a prepararse siempre, se destaca más claramente en los primeros días del tiempo de Adviento, mientras que la consideración de los acontecimientos históricos que rodearon el nacimiento de Jesús quedan reservados para los últimos días, las llamadas “ferias fuertes” de Adviento.
El trasfondo de este tiempo es el de la esperanza y la alegría cristianas. Éstas se apoyan en la certeza de que “el que ha de venir” ya llega, y con él, el advenimiento del cielo nuevo y de la tierra nueva. Las dos expresiones más habituales de la esperanza escatológica cristiana son la petición “venga a nosotros tu reino” del Padrenuestro, y la aclamación “Ven, Señor Jesús” inmediata a la consagración en la Plegaria Eucarística.
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