Con motivo de la solemne festividad de Pentecostés, me he propuesto a hacer un humilde aporte, desde este lugar, a todos aquellos que incansablemente llevan a diario la Palabra de Dios a las gentes, escribiendo sobre la manera de actuar del Espíritu Santo.
Si consultamos a las Sagradas Escrituras acerca de este asunto, encontramos que, San Pablo, hablando a los cristianos de Corinto, quería mostrarles como han crecido espiritualmente, comparando la situación espiritual de un pagano o no creyente, con la de los que en ese instante escuchan su voz, dice: "Saben que cuando eran paganos, se dejaban arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos ( estatuas que representaban a diversas divinidades). Por eso les hago saber que nadie, movido por el espíritu de Dios puede decir: ¡ Maldito sea Jesús! ; y nadie puede decir: ¡ Jesús es el Señor! Si no es movido por el Espíritu Santo.
Pablo, en este contexto, está diciendo cuál es la función del Espíritu Santo, la cual me permite reconocer quién es Jesucristo.
El hecho de saber con certeza quién es Jesucristo, no es algo que se logra solo con un esfuerzo mental o una gran inteligencia, sino que es recibido. El Espíritu Santo es recibido, por ejemplo ,en el Bautismo, y es, en el Bautismo, el Sacramento que me convierte en Cristiano, es decir, en perteneciente a Cristo.
El cristiano, es el seguidor de Jesucristo, pero para seguir a Jesucristo yo debo saber quién es él, porque no se trata de seguir a alguien para saber curiosamente a dónde va, sino que se trata de un seguimiento que tiene la particularidad de hacer las cosas como él las hace, pero no es solo una imitación gestual, sino que se trata de hacer y sentir las cosas que hacemos al modo como las hace Jesucristo y al modo como las siente Jesucristo.
Eso lo produce el Espíritu Santo, que es Dios, como dice de él el Credo niceno-constantinopolitano: " ..que con el Padre y el Hijo, reciben una misma adoración y gloria".
Ello implica que el Espíritu Santo, además de permitirme reconocer a Jesucristo, también es Dios. Y si es Dios, como lo es el Padre Eterno y su Hijo, de nombre Jesucristo, eso significa que tiene las mismas posibilidades, la misma naturaleza,que el Padre y el Hijo.
Pero esas posibilidades, ¿cuáles son?. Que actúa, por ejemplo, al igual que el Padre y el hijo, en la Iglesia, que como sabemos es el Pueblo de Dios, y el lugar donde conocemos la acción del Espíritu Santo, como dice el Catecismo: lo vemos inspirando la formación de las Sagradas Escrituras; también en la Tradición; en el Magisterio, que tiene la misión de guardar el tesoro de la Revelación, como lo atestigua el Concilio Vat. II, en la Constitución Dogmática Dei Verbum.
También, vemos la acción del Espíritu Santo, en la Liturgia de los Sacramentos, por ejemplo, en el Bautismo; en otro lugar en donde podemos ver el actuar del Espíritu es en la oración, en la cual expresamos nuestros deseos al Padre Eterno, por ejemplo, cuando decimos, con Mt. 6,9: Padre Nuestro que estás en los cielos...."; También, dice el Catecismo, que el Espíritu, lo podemos ver actuando en los Carismas y en todos los Ministerios encarnados en personas concretas, que mediante sus acciones hacen extender más y más a la Iglesia, Pueblo de Dios, por todos los rincones del mundo, y por último, también lo podemos ver en la vida incansable de cada santo que la Iglesia nos ha dado, por ejemplo, para citar algunos del siglo pasado, el testimonio viviente de la Hna. Teresa de Calcuta, o la vida de Maximiliano Kölbe, o la fortaleza viviente de Juan XXIII, y tantos otros que seguramente conocemos y que hemos podido ver y escuchar sus palabras, pero también todos los que la Iglesia ha subido a los altares para sean venerados y tomados como ejemplos de vida concreta, por cada uno de nosotros.
Por ello, estas sencillas reflexiones que se dirigen, particularmente, a los Catequistas, es que el Espíritu Santo, es verdaderamente Dios, más precisamente una de las tres personas de la Santísima Trinidad y como tal, es capaz de vivificar, de impulsar a la Iglesia, entendida, como el Pueblo de Dios, que día a día camina por la historia con sus luces y sus sombras rumbo a la Casa del Padre, que aguarda con ansia la llegada de todos sus hijos, a los cuales mandó buscar por medio de su Hijo Amado, al cual nos pidió que lo escucháramos. Cfr. Lc. 9,35.
José Miguel Toro
Prof. en Teología - Argentina
Si consultamos a las Sagradas Escrituras acerca de este asunto, encontramos que, San Pablo, hablando a los cristianos de Corinto, quería mostrarles como han crecido espiritualmente, comparando la situación espiritual de un pagano o no creyente, con la de los que en ese instante escuchan su voz, dice: "Saben que cuando eran paganos, se dejaban arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos ( estatuas que representaban a diversas divinidades). Por eso les hago saber que nadie, movido por el espíritu de Dios puede decir: ¡ Maldito sea Jesús! ; y nadie puede decir: ¡ Jesús es el Señor! Si no es movido por el Espíritu Santo.
Pablo, en este contexto, está diciendo cuál es la función del Espíritu Santo, la cual me permite reconocer quién es Jesucristo.
El hecho de saber con certeza quién es Jesucristo, no es algo que se logra solo con un esfuerzo mental o una gran inteligencia, sino que es recibido. El Espíritu Santo es recibido, por ejemplo ,en el Bautismo, y es, en el Bautismo, el Sacramento que me convierte en Cristiano, es decir, en perteneciente a Cristo.
El cristiano, es el seguidor de Jesucristo, pero para seguir a Jesucristo yo debo saber quién es él, porque no se trata de seguir a alguien para saber curiosamente a dónde va, sino que se trata de un seguimiento que tiene la particularidad de hacer las cosas como él las hace, pero no es solo una imitación gestual, sino que se trata de hacer y sentir las cosas que hacemos al modo como las hace Jesucristo y al modo como las siente Jesucristo.
Eso lo produce el Espíritu Santo, que es Dios, como dice de él el Credo niceno-constantinopolitano: " ..que con el Padre y el Hijo, reciben una misma adoración y gloria".
Ello implica que el Espíritu Santo, además de permitirme reconocer a Jesucristo, también es Dios. Y si es Dios, como lo es el Padre Eterno y su Hijo, de nombre Jesucristo, eso significa que tiene las mismas posibilidades, la misma naturaleza,que el Padre y el Hijo.
Pero esas posibilidades, ¿cuáles son?. Que actúa, por ejemplo, al igual que el Padre y el hijo, en la Iglesia, que como sabemos es el Pueblo de Dios, y el lugar donde conocemos la acción del Espíritu Santo, como dice el Catecismo: lo vemos inspirando la formación de las Sagradas Escrituras; también en la Tradición; en el Magisterio, que tiene la misión de guardar el tesoro de la Revelación, como lo atestigua el Concilio Vat. II, en la Constitución Dogmática Dei Verbum.
También, vemos la acción del Espíritu Santo, en la Liturgia de los Sacramentos, por ejemplo, en el Bautismo; en otro lugar en donde podemos ver el actuar del Espíritu es en la oración, en la cual expresamos nuestros deseos al Padre Eterno, por ejemplo, cuando decimos, con Mt. 6,9: Padre Nuestro que estás en los cielos...."; También, dice el Catecismo, que el Espíritu, lo podemos ver actuando en los Carismas y en todos los Ministerios encarnados en personas concretas, que mediante sus acciones hacen extender más y más a la Iglesia, Pueblo de Dios, por todos los rincones del mundo, y por último, también lo podemos ver en la vida incansable de cada santo que la Iglesia nos ha dado, por ejemplo, para citar algunos del siglo pasado, el testimonio viviente de la Hna. Teresa de Calcuta, o la vida de Maximiliano Kölbe, o la fortaleza viviente de Juan XXIII, y tantos otros que seguramente conocemos y que hemos podido ver y escuchar sus palabras, pero también todos los que la Iglesia ha subido a los altares para sean venerados y tomados como ejemplos de vida concreta, por cada uno de nosotros.
Por ello, estas sencillas reflexiones que se dirigen, particularmente, a los Catequistas, es que el Espíritu Santo, es verdaderamente Dios, más precisamente una de las tres personas de la Santísima Trinidad y como tal, es capaz de vivificar, de impulsar a la Iglesia, entendida, como el Pueblo de Dios, que día a día camina por la historia con sus luces y sus sombras rumbo a la Casa del Padre, que aguarda con ansia la llegada de todos sus hijos, a los cuales mandó buscar por medio de su Hijo Amado, al cual nos pidió que lo escucháramos. Cfr. Lc. 9,35.
José Miguel Toro
Prof. en Teología - Argentina
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