Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

domingo, 16 de mayo de 2010

Homilia de la Ascensión del Señor

Pbro. Adelino

No es tiempo de añorar, es tiempo de acción.

La liturgia de este domingo habla de una despedida. Es interesante ver como Jesús va dando un nuevo significado a las distintas situaciones de la vida humana. Una despedida siempre es melancólica, triste, con llantos. Jesús propone a sus discípulos despedirse sin tristezas, porque Él estará siempre.
Lucas nos pone frente a dos realidades en el evangelio de hoy: es necesario tener una comprensión de las Escrituras y este es el momento de cumplir las profecías del segundo Isaías con respecto de la misión universal (Cf. Hch 1,8; Is 2,3; 42,6; 49,6). Eso nos toca de lleno a nosotros los cristianos católicos que salimos hoy a evangelizar sin la experiencia de Jesús Palabra, de Jesús Eucaristía, de Jesús Compartir, de Jesús Hermano, de Jesús Glorioso. Muchos de nosotros nos quedamos apenas con lo visto en la catequesis de comunión y confirmación y nos sentimos un licenciado en la Doctrina y la Palabra del Señor.
Cuando Jesús les explica las escrituras a los discípulos, una vez más de tantas veces que lo hace, es para que ellos se den cuenta que la vida en Él está totalmente relacionada con la Palabra. Es de suma importancia comprender que no hay gloria sin la experiencia del sufrimiento y del sacrificio. Jesús repite el mismo gesto del episodio de los discípulos de Emaús. Allá para que se les abra la inteligencia, aquí para que se les vaya la tristeza. Allá demostrándoles que está vivo y es necesario alegrarse y congregarse, aquí para que esperen en la esperanza y asuman sus responsabilidades como testigos del Evangelio.
Hoy, paradójicamente, aunque Jesús se vaya, celebramos su entrada en la gloria y no una despedida; celebramos un nuevo modo de presencia de Jesús entre nosotros, se cumple una vez más la profecía de que este niño, que ahora es hombre, se llamará Dios con nosotros, el “Emanuel”. Como nos dice San Pablo en la segunda lectura: “Dios lo resucitó y lo hizo cabeza de la Iglesia”. En este sentido también celebramos lo que la Iglesia primitiva declara y hoy rezaremos en el credo: “Jesús que asume su lugar a la derecha del Padre” y un día vendrá en su gloria.
La parusía, el día del Señor tanto hablado y esperando en el Antiguo Testamento ahora comienza a tener su comienzo (vale la redundancia), por eso los discípulos se preocupan en preguntarle a Jesús cuándo será y Jesús contestándoles a ellos y los de hoy que se dicen saber todo del futuro y del fin del mundo, que sólo Dios sabe cuándo eso será.
Lo que nos debe llamar la atención es lo que le dicen los hombres que aparecen en el momento de la ascensión: “por qué están mirando al cielo, este mismo Jesús que subió en su gloria volverá en su gloria” (Primera Lectura). Debemos relacionar esta cita con el momento de la transfiguración de Jesús. Allí Pedro dice: “que bien estamos aquí, vamos construir tres carpas…”. Jesús le dice a Pedro que él no sabe lo que dice, o sea, hay un montón de cosas por hacer y no podemos quedarnos en la contemplación solamente. Hoy, me imagino yo la escena, para que se dé este momento de la ascensión, los discípulos deben haber visto algo diferente además de ver a Jesús subiendo, por eso se quedan a mirar al cielo mientras lo perdían de vista. La voz los hace volver a la realidad, por eso la relación con la transfiguración. De qué sirve está mirando al cielo, en otras palabras no podemos estar esperando el fin o la venida del Señor sin hacer nada.
Ustedes son testigos de todo eso… Aquí comienza la misión de la Iglesia. Con la resurrección Jesús vuelve no para hacer lo mismo. Lo que él había empezado ahora es misión nuestra. Las actividades o tareas aquí en la tierra son dejadas para nosotros.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo hacer? Deben ser nuestras preocupaciones hoy. Somos llamados a ser testigos de la gloria del Señor, de su amor y de su entrega, de su victoria y de su permanencia entre nosotros. Jesús se fue no para dejarnos huérfanos, sino que nos ha mandado otro defensor, el Espíritu que nos introducirá en verdad. Se fue para concretar lo que llamamos de predestinación, es decir, a prepararnos un lugar en la casa del Padre. La Iglesia está llamada a testimoniar el Amor a través del amor, un amor - como decíamos antes – a la justa medida pero capaz de ir hasta el extremo. Como decía Juan Pablo II: “hoy la Iglesia necesita de testigos”. Ser testigo es asumir nuestro ser como bautizados, perteneciente al cuerpo de Cristo; es proclamar la gracia del Señor dónde nos encontremos. Es no poner cargas pesadas, con nuestras exigencias, a los demás cuando no somos capaces de hacer la mitad de lo que pedimos o pretendemos de los demás. Es no excluir a nadie, porque Dios no hace acepción de personas.
Pensemos que para la primera venida del Señor, Juan Bautista predicaba: ”enderecen, allanen el camino del Señor”, para la segunda venida, la parusía, nosotros tenemos que allanar este camino. Una cosa digo, sin la intención de meter miedo, de la primera venida hasta la fecha tuvimos tiempo y oportunidades, después de la segunda venida, ya tendremos tiempo ni oportunidades, todo debe ser hecho y asumido antes.
Pidamos a nuestra Madre de Pentecostés, para que nos anime a permanecer firmes y confiados de la misma manera que animó a los apóstoles y juntos podamos vivir un nuevo pentecostés en la Iglesia.

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