Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El sentido de la cuaresma


"En cambio nosostros somos ciudadanos del cielo" Flp 3, 20


Nuestra alegría, esperanza y certeza, como cristianos, es saber que tenemos la promesa del que es fiel, la promesa de vivir en la gloria. Permanecer contemplando el rostro amable del Padre, alimentarnos de su sabiduría y de su gracia. Sentarnos a la mesa con el Eterno y Sumo Sacerdote, Jesús, que nos ha preparado una mesa con fartura para el banquete eterno. Ser llenados de la Luz del Divino Espíritu Santo, sumergidos en el agua de su amor. ¡Eso no es una ilusión!

El error de la sociedad es creer que todo no pasa de una utopía. Es creer que tiene valor apenas esta vida, que nosotros valemos lo cuanto tenemos. Por eso cada vez más vivimos en un individualismo desenfrenado. Lo peor de todo es que no nos damos cuenta. La sociedad tiene una forma muy sutil, su astucia nos engaña a todos. ¡Debemos estar despiertos!

La posesión de bien, en su origen, no es para que nos tornemos mesquinos, que causemos divisiones, que excluyamos a los menos favorecidos, que algunos tengan mucho y muchos no tengan nada. El poseer no es para que nos aferremos a los bienes materiales, sino para que aprendamos a hacer un buen uso de ellos para alcanzar la vida eterna.

La cuaresma nos propone el tiempo de ayuno, oración y caridad. En otras palabras y muy resumidamente, nos propone no apegarnos a esta vida, porque "nosotros somos ciudadanos del cielo". El despegarse de los bienes nos ayudará a darnos cuenta en dónde está el verdadero valor de las cosas, de la vida misma.

¡Nosotros estamos en esta vida de paso! Eso significa que no pertenecemos a este mundo, aunque lo amemos y lo sintamos nuestro. Nuestra Patria es el cielo, en el seno de la Trinidad Santa, donde Jesús nos ha preparado un lugar.

Debemos desapegarnos de todas las cosas que nos divide el corazón: "donde está tu tesoro ahí estará tu corazón". Nuesro tesoro es la gracia que Dios nos ofrece a través de su Hijo. Nuestro tesoro es la Vida Eterna que nos fue dada por la muerte y resurrección de Jesucristo.

La cuaresma nos proporciona este tiempo de gracia, de reencuentro con Dios a través de la confesión. Reconocernos pecadores delante de Dios es vencer al orgullo que nos divide y aliena. La reconciliación con Dios nos abre de vuelta el camino que estaba cerrado por nuestros pecados. El encuentro con Dios nos hace percibir la necesidad de estar en paz con los demás.

Desde la oración, el ayuno y la limosna (caridad), las tres prácticas cuaresmales, somos insertados en las obras de caridad espirituales y corporales.

Vivir la cuaresma es volver a la casa del Padre. Es buscar vivir el cielo que comieza ya aquí para que un día lo podamos ver cuando seamos glorificados en Crsito Jesús.


P. Adelino



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