Fuente: http://www.oraciones.com.es/evangelio/jesus-nuestro-salvador.htm
«Y el ángel le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un nijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo ele los pecados"» (Mt 1,21-22).
¿ Y cómo nos salva Jesús?
En ningún otro nombre podemos encontrar la salvación, sino en el nombre de Jesús, el cual nos trae el perdón de nuestros pecados, la liberación de nuestras opresiones y ataduras egoístas, la salvación interior y exterior del nombre.
Juan Pablo II decía: «¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su poder salvador los estados, los sistemas económicos y políticos... Sólo él tiene palabras de vida, ¡sí!, de vida eterna».
Jesús, en cuanto hijo de Dios, no sólo se une sustancialmente con una naturaleza individual humana y se da gratuitamente a esa naturaleza sin mérito anterior de esta misma naturaleza, sino que, verdadero Dios y verdadero hombre, asume a toda la humanidad como verdadero cuerpo suyo. Jesús nos salva porque corresponde en toda su vida y en la muerte a la voluntad santísima de Dios y a su amor gratuito e incondicional. Jesús rué siempre fiel a Dios y a los hombres. Diríamos que toda la humanidad e incluso toda la creación ha correspondido, en Jesús, al amor incondicional y gratuito que Dios derramó en ella.
¿Fue necesario para nuestra salvación que Jesús muriera en la cruz? ¿No podía habernos redimido con una sola palabra o una simple sonrisa? Hemos de responder afirmativamente: Jesús pudo redimirnos con una sola palabra o con una sonrisa. Pudo poner en esa sonrisa toda la sumisión y amor al Padre, y esto hubiera sido redentor. Además los actos de Cristo son de infinito valor, y por ello un solo acto de Cristo tiene valor infinito para nuestra salvación. Mas Jesús, viviendo la vida encarnada en radical compromiso con la liberación del hombre en un mundo de pecado y constituyéndose en destructor de todas las barreras y ataduras sociales, políticas e incluso religiosas que aprisionan al hombre, habría de desembocar en el patíbulo de la cruz. Dios Padre no quería la muerte en la cruz de su hijo; sólo quería el amor de su hijo. Y Jesús, por el amor a su Padre y por ser riel al hombre, fue llevado a la cruz como manso cordero.
El hombre se realiza como hombre siendo, como Jesús, fiel a Dios y comprometiéndose en la lucha de liberación del hombre en todo lo que no le deja ser hombre.
«Y el ángel le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un nijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo ele los pecados"» (Mt 1,21-22).
¿ Y cómo nos salva Jesús?
En ningún otro nombre podemos encontrar la salvación, sino en el nombre de Jesús, el cual nos trae el perdón de nuestros pecados, la liberación de nuestras opresiones y ataduras egoístas, la salvación interior y exterior del nombre.
Juan Pablo II decía: «¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su poder salvador los estados, los sistemas económicos y políticos... Sólo él tiene palabras de vida, ¡sí!, de vida eterna».
Jesús, en cuanto hijo de Dios, no sólo se une sustancialmente con una naturaleza individual humana y se da gratuitamente a esa naturaleza sin mérito anterior de esta misma naturaleza, sino que, verdadero Dios y verdadero hombre, asume a toda la humanidad como verdadero cuerpo suyo. Jesús nos salva porque corresponde en toda su vida y en la muerte a la voluntad santísima de Dios y a su amor gratuito e incondicional. Jesús rué siempre fiel a Dios y a los hombres. Diríamos que toda la humanidad e incluso toda la creación ha correspondido, en Jesús, al amor incondicional y gratuito que Dios derramó en ella.
¿Fue necesario para nuestra salvación que Jesús muriera en la cruz? ¿No podía habernos redimido con una sola palabra o una simple sonrisa? Hemos de responder afirmativamente: Jesús pudo redimirnos con una sola palabra o con una sonrisa. Pudo poner en esa sonrisa toda la sumisión y amor al Padre, y esto hubiera sido redentor. Además los actos de Cristo son de infinito valor, y por ello un solo acto de Cristo tiene valor infinito para nuestra salvación. Mas Jesús, viviendo la vida encarnada en radical compromiso con la liberación del hombre en un mundo de pecado y constituyéndose en destructor de todas las barreras y ataduras sociales, políticas e incluso religiosas que aprisionan al hombre, habría de desembocar en el patíbulo de la cruz. Dios Padre no quería la muerte en la cruz de su hijo; sólo quería el amor de su hijo. Y Jesús, por el amor a su Padre y por ser riel al hombre, fue llevado a la cruz como manso cordero.
El hombre se realiza como hombre siendo, como Jesús, fiel a Dios y comprometiéndose en la lucha de liberación del hombre en todo lo que no le deja ser hombre.
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