Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

jueves, 14 de julio de 2011

Domingo de la Semana 16ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

 
Domingo de la Semana 16ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo A
«Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre»
 
Lectura del libro de la Sabiduría 12,13. 16-19
 
«Pues fuera de ti no hay un Dios que de todas las cosas cuide, a quien tengas que dar cuenta de la justicia de tus juicios. Tu fuerza es el principio de tu justicia y tu señorío sobre todos los seres te hace indulgente con todos ellos. Ostentas tu fuerza a los que no creen en la plenitud de tu poder, y confundes la audacia de los que la conocen. Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia porque, con sólo quererlo, lo puedes todo. Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo del hombre, y diste a tus hijos la buena esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento».
 
Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 8, 26- 27
 
«Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios».
 
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 13,24 -43
 
«Otra parábola les propuso, diciendo: "El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."
 
Otra parábola les propuso: "El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas". Les dijo otra parábola: "El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo". Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: "Explícanos la parábola de la cizaña del campo".
 
El respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
 
& Pautas para la reflexión personal  
 
z El vínculo entre las lecturas
 
En su extenso discurso parabólico, Jesús nos va a proponer nuevamente las figuras agrícolas para hablar del Reino de los Cielos. Hablará de la buena y la mala semilla; del grano de  mostaza; y de la levadura. Todas las imágenes que ha usado Jesús  les resultan claras y directas. Sin  embargo los discípulos le piden que explique la parábola de la cizaña y del trigo ya que resulta tan reprobable la actitud del enemigo que quieren profundizar en la explicación dada por el Maestro. Todos debemos tener esa visión de eternidad y confianza en el «dueño de la mies».
 
El libro de la Sabiduría llega a la misma conclusión después de preguntarse por qué Yahveh se muestra tan misericordioso en relación a Egipto (Sb 11, 15-20) y Canaan (Sb 12, 1-11). «No existe Dios fuera de Ti...Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos...Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación» (Primera Lectura). En la carta a los Romanos San Pablo nos muestra cómo el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad y nos enseña a orar como debemos. A través de la acción del Espíritu Santo el cristiano poco a poco llega a comprender, en cuanto esto es posible, el actuar misericordioso y benigno de Dios Amor (Segunda Lectura).
 
J "El Reino de los cielos es semejante a…"
 
El Evangelio de este Domingo nos propone tres parábo­las: la parábola de la cizaña, y las parábolas complementarias del grano de mostaza y de la levadura en la masa. Todas comien­zan con la frase: «El Reino de los cielos es semejante a...». Tal vez convenga explicar brevemente en qué consiste la enseñanza en parábolas. ¿Quién no sabe que gran parte de la enseñanza de Jesús fue expuesta en parábolas? El sustantivo «parábola» viene del verbo griego: «paraba­llo», que signifi­ca literalmente: "poner una cosa junto a otra con la cual tiene alguna semejanza". De aquí pasó a signi­ficar: "compa­rar". Y el sustantivo «parabolé», puede traducirse por "comparación, semejanza, analogía". Eso es lo que significa literalmente el término «parábola». Pero actualmente es un término técnico que indica un modo de enseñanza. Una parábola es un relato inventado pero de ocurren­cia muy posible, o la descrip­ción de una situación co­rriente de la vida cotidiana y, por tanto, familiar para los oyentes. A partir de estas "comparaciones"  se busca una enseñanza.
 
JL El trigo y la cizaña
 
La parábola del trigo y  la cizaña comienza así: «El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo…». Pero, ya de noche, el enemigo sembró la cizaña entre el trigo y se fue. Luego al brotar la hierba aparece la planta no deseada. Ésta debe de haber sido una situación familiar para los oyentes de Jesús, propia de una sociedad campesina, en la cual solía ocurrir que para dañar al enemigo se venía de noche y en secreto sembraba en su campo en medio de la buena semilla una maleza agreste. En este caso el enemigo sembró cizaña. Ya está ganada la atención de todos los oyentes ya que ellos saben perfectamente a que se refiere, sin embargo necesi­tamos una aclaración.
 
La cizaña es una semilla maligna que dificulta el crecimiento del trigo y, en el momento de la siega, mez­clán­dose con el trigo, molesta. Tiene el nombre científi­co: «lo­lium temulentum». No puede distinguirse del trigo, en medio del cual crece, antes que haya llegado a madurez y se haya vuelto amarillento. Sería poco sabio arrancar la cizaña antes de la siega, tratando de dejar intacto el trigo. Es mejor esperar la siega cuando la operación de separación es fácil y sin riesgo para el trigo. Pongámonos en la situación de los oyentes de Jesús; son todos exper­tos en el modo de enfrentar esta dificul­tad.
 
Sigue el relato de Jesús: «Los siervos del amo se acercaron a decirle: 'Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?' El les contestó: 'Algún enemigo malo ha hecho esto'». Hasta aquí la narra­ción del hecho de vida. Ahora viene la interpelación a los oyen­tes ante el pedido de los siervos por arrancar la cizaña. En este punto podemos imaginar a los oyentes que toman partido y exclaman: «¡No, no se hace así, hay que esperar que maduren ambos, no sea que junto con la cizaña se arranque también el trigo!»  Y el amo les da razón, diciendo a los siervos: «No, no vayáis... Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero».
 
Hasta aquí el relato tiene una clara enseñanza, pero hay algo que falta para los discípulos de Jesús. ¿No tendrá que ver esta parábola con uno de los problemas más serios del judaísmo tardío: la retribución en la vida eterna? ¿Qué pasa con los justos que han sufrido en esta vida que pasa? El mismo Jesús nos dirá: «El campo es el mundo», hoy día diríamos: «El campo es la historia humana». La enseñanza que queda en los oyentes es que en la historia humana el bien y el mal están mezclados y que en su etapa actual nosotros no somos capaces de distinguirlos y separarlos sin equivo­carnos y cometer injusticia. Hay que esperar hasta que ambos lle­guen a madurez. No hay que impacientarse. Hay que confiar en la sabiduría de Dios.
 
San Agustín nos dirá que esta parábola se refiere a la paciencia del Padre que siempre espera, «porque hay muchos que antes eran pecadores y después llegan a convertirse». San Agustín debe de hablar desde su propia experiencia de vida. Por medio de esta parábola Jesús ha expues­to de manera eficaz la misma enseñanza que ya daba Dios en el Antiguo Testamento: «Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te impacientes, que es peor: pues serán extirpados los malva­dos, más los que esperan en el Señor poseerán la tierra. Un poco más y no hay impío, buscas su lugar y ya no está; en cambio, poseerán la tierra los humildes, y gozarán de inmen­sa paz» (Sal 37,8-11).
 
J El grano de mostaza
 
La parábola del grano de mostaza tiene la finalidad de enseñar que, en contraste con sus humildes inicios, la ense­ñanza de Cristo estaba destinada a crecer y difundirse y llenar la tierra. En efecto, el grano de mostaza es la más pequeña de las semillas, pero una vez que crece, se hace un gran árbol que cobija a las aves del cielo. Nosotros leemos esta parábola ahora que la Iglesia de Cristo está estableci­da en todos los Continen­tes y en todos los rincones de tierra, es decir, cuando es un gran árbol que cobija a mil millones de hombres. Pero no debemos olvidar que fue dicha por Cristo cuando sus seguido­res eran sólo un pequeño grupo en un alejado rincón del mundo. El cumplimien­to de este anuncio de Jesús, que en su momento fue una magnífica profe­cía sobre el desarrollo de su Iglesia, cons­tituye uno de los motivos de credibilidad de la fe cristia­na. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «la propaga­ción y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabi­lidad son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es, en modo alguno, un movi­miento ciego del espíritu»[1].
 
J La levadura que fermenta toda la masa
 
La parábola de la levadura que fermenta toda la masa indica una misión esencial de los cristianos. Ellos han recibido de su Señor la misión de «hacer discípulos de todos los pueblos, enseñándoles a observar todo lo que Cristo les enseñó». Hoy día es frecuente escuchar a personas declararse cristianos, y hasta católicos practicantes, pero no aceptar algunas de las enseñanzas de la Iglesia Cató­lica. A menudo argumentan que vivimos en una sociedad «tolerante» y que «cada uno tiene derecho a creer en su verdad» aun siendo ésta contraria a la fe y enseñanza cristiana. En realidad, el que piensa y actúa de esa manera no ha entendido nada del cristianismo y no puede consi­derarse un auténtico discípulo de Cristo. Cristo no presentó su doctrina como una opinión entre otras, sino como «la Verdad» y afirmó de manera tajante: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Un cristianismo que se adapta a nuestros gustos y caprichos personales simplemente no es «cristianismo»; eso es una crea­ción nuestra, un cristianismo a nuestra medida, un cristianismo «light».  Es decir una religión de supermercado hecha a «imagen y semejanza» de sus propios caprichos personales. Es Dios que tiene que adaptarse si yo me separo de mi mujer, si uso métodos anticonceptivos artificiales, si practico el aborto o si tengo un desorden en mi comportamiento sexual.
 
El verdadero cristiano está convencido que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre y que vino a este mundo para reconciliarnos y comu­nicarnos «la única verdad que nos hace libres». El verda­dero cristiano está convencido que solamente en el misterio del Verbo Encarnado, el misterio del hombre se aclara[2] y que aceptar medias verdades es lo mismo que aceptar la mentira y su terrible dinamismo de muerte.  La parábola de la levadura en la masa nos enseña que los discípulos de Cristo no debemos pasar inadvertidos en la masa, sino fermentarla toda. San Juan Crisóstomo nos dice que «la levadura son los cristianos que cambiarán el mundo entero».
 
+  Una palabra del Santo Padre:
 
«La unidad de los hombres en su multiplicidad ha sido posible porque Dios, el único Dios del cielo y de la tierra, se nos manifestó; porque la verdad esencial sobre nuestra vida, sobre nuestro origen y nuestro destino, se hizo visible cuando Él se nos manifestó y en Jesucristo nos hizo ver su rostro, se nos reveló a sí mismo. Esta verdad sobre la esencia de nuestro ser, sobre nuestra vida y nuestra muerte, verdad que Dios hizo visible, nos une y nos convierte en hermanos. Catolicidad y unidad van juntas. Y la unidad tiene un contenido: la fe que los Apóstoles nos transmitieron de parte de Cristo...
 
En este momento de la historia, lleno de escepticismo y de dudas, pero también rico en deseo de Dios, reconocemos de nuevo nuestra misión común de testimoniar juntos a Cristo nuestro Señor y, sobre la base de la unidad que ya se nos ha donado, de ayudar al mundo para que crea. Y pidamos con todo nuestro corazón al Señor que nos guíe a la unidad plena, a fin de que el esplendor de la verdad, la única que puede crear la unidad, sea de nuevo visible en el mundo».
 
            Benedicto XVI. Homilía en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2005.
 
 
'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 
 
1. Muchas veces nos olvidamos que «el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad». Hagamos una visita al Santísimo y recemos al Señor por alguna necesidad personal concreta. 
2. ¿Por mis actos y mi testimonio de vida realmente soy «levadura en medio de la masa»?  
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 309-314.385.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 156.
[2] Ver Gaudium et spes, 22
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Fuente: "Meditación Dominical"

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