Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

sábado, 1 de mayo de 2010

HOMILIA DEL 5 DOM DE PASCUA


P. Adelino

“El Señor nos prepara para una realidad nueva, sin división ni fronteras, fundamentada en el amor”

La humanidad vive en la búsqueda de la novedad; lo nuevo nos atrapa y nos llama. Pensemos la moda: cuántas cosas tenemos que adquirir, cuántas veces somos atrapados por la sociedad del consumo; cuántas veces cambiamos de celular… queremos lo nuevo ya sea en la cultura, en la sociedad, en la familia, en las relaciones, en la iglesia.
La liturgia de este domingo nos comunica lo nuevo desde la mirada de Dios. Si nos fijamos en la primera lectura la novedad está oculta para los que buscan cosas grandiosas. Lo nuevo es la nueva realidad realizada por Dios, o sea, los grandes hechos que los apóstoles realizan en nombre del Señor. La Segunda lectura ya nos presenta de modo más claro, así como el evangelio. En la visión de Juan están el nuevo cielo y la nueva tierra, lo viejo ya pasó y el evangelio nos trae el nuevo mandamiento: el mandamiento del amor.
Tenemos que parar para pensar un poco qué sentido tiene el amor, qué significa amar, por qué el amor como nuevo mandamiento. El amor siempre existió en toda las culturas. Se hablaba y se vivía el amor entre los judíos, los egipcios, los griegos y los romanos. Así como hoy hablamos del amor de las películas, de las novelas, de las revistas, de las calles, de los jóvenes y adolescentes y de los más grandes. ¿Será que Jesús pretendió crear otra clase de amor?
Debemos relacionar este nuevo mandamiento con la paz que Jesús da después de su resurrección: “la paz yo les doy… no como la paz que el mundo la da”. Es en este sentido más profundo que Jesús nos ofrece el nuevo mandamiento. No un amor subido de tono ni un amor sin sabor; no un amor sin color ni un amor manchado, sino un amor a la medida. Un amor capaz de ir hasta lo más extremo de lo que involucra amar: dar la vida para que el otro tenga vida. Un amor donde uno es capaz de perderse para ser encontrado, es capaz de aniquilarse sin ser destruido.
La semana pasada Jesús se asumía como el Buen Pastor, el que “perdió tiempo” con las ovejas para ganarlas, conquistarlas, salvarlas. Un Pastor que dio la vida por sus ovejas. El amor que Jesús nos deja como mandamiento está iluminado por su misma praxis: un amor incondicional. Pero ¿cuál es la novedad en este mandamiento de Jesús? La encontramos cuando él dice: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. La medida para ese amor nuevo es él mismo. No es para amar de cualquier manera, sino como él nos amó. Por eso San Pablo va a decir en la carta a los corintos: “aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, venda todo lo que tengo y reparta con los pobres, si no tengo amor seré como una campana que suena en vano”. Y San Juan nos va a decir: “Dios caritas est” (Dios es amor) y porque Dios es amor nos amó primero. De ahí podemos comprender la actitud de Dios de siempre perdonar, de ser muy paciente con nosotros, de darnos una nueva oportunidad.
Si aprendemos a amar con la medida de Jesús, a amar con igual amor todo será diferente. El mismo Jesús nos dice: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos”. A veces me pongo a pensar en estas cosas que parecen sin importancia (porque las olvidamos fácilmente), qué tipo de amor es el que sentimos entre nosotros, qué tipo de amor transmitimos en nuestras comunidades, qué práctica de amor ejercemos para que los demás puedan creer. Me acuerdo siempre del pasaje de los hechos de los apóstoles cuando decía con respecto a los cristianos: “vean como ellos se aman”. ¿Será qué dicen lo mismo de nosotros hoy, será que tienen ganas de participar de nuestras comunidades porque demostramos tan grande amor por los demás? El amor es paciente, no tiene escusa, no tiene barreras no tiene fronteras… el amor es más que un sentir, es tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, nos dice San Pablo en la carta a los filipenses.
Podemos pasar a entender más reflexionando sobre la segunda lectura: “y oí una voz… “esta es la carpa de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios”. ¿Con qué texto podemos relacionar? Recordemos lo que dice San Juan en el prólogo de su evangelio: “Y la Palabra estaba con Dios, era Dios y esta Palabra armó su carpa entre nosotros… (el Verbo se hiso carne)”. Dios habita entre la humanidad para transformar esa nuestra realidad, para divinizarla, parra que no haya distancia entre Él y nosotros. En esta nueva realidad no puede existir nada que nos separe, Él será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo nuevo, rescatado, regenerado en Jesús y eso está expresado en el inicio de la lectura: “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más”. El mar desaparece porque en esta nueva realidad ya no puede haber divisiones. El mar es lo que divide la tierra y el cielo. Seremos todos en Dios por medio de Jesús: Camino, Verdad y Vida.
Para que se concrete todo eso debemos permanecer unidos como rebaño, escuchar la voz del Pastor (domingo pasado), porque Jesús “hace nueva todas las cosas”, nos transforma en su amor, con su paz (primer domingo de este tiempo) y Dios “secará todas las lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. ¡Qué lindo! Qué bueno es confiar en estas palabras de esperanza y vida. Es lo que nos decía Dios cuando estábamos siendo preparados para la pascua: "quiten la ropa del duelo..." Más aún, blanquearemos nuestras vestes en la sangre del cordero (tercer domingo de pascua) si conseguimos pasar por las tribulaciones, si conseguimos ser perseverantes en el amor. Por eso el amor debe ser verdadero. No podemos fingir que amamos, que servimos, que perdonamos. No podemos pensar que Dios no nos conoce desde lo más profundo. Podemos fingir un amor y engañar a cualquiera, menos a Dios.
Pidamos al Señor la capacidad de redescubrir su amor, de percibirnos amados por Él y que aprendamos a ser verdaderos en nuestros sentimientos, teniendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

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