Comprender la liturgia con el P. Adelino
Estamos iniciando el tiempo ordinario, tiempo en que Jesús manifestará su obra para que todos puedan creer en Él. Hoy nos encontramos con la fiesta en Caná, las bodas que María y Jesús estaban invitados.
Es interesante percibir cómo Juan nos presenta esta escena. Jo 1,19 - 2,11 es construido en forma de una semana que nos hace recordar la creación, en Génesis. Los días son numerados: en 1,29 comienza el 2° día, en 1,35 el tercer día, en 1,43 el cuarto día, y "tres días después", o sea, el fin de esa semana, estamos en Caná de Galilea, donde Jesús realiza el primer signo.
Tenemos mucho simbolismo en la liturgia de hoy: la abundancia de vino es la señal de los tiempos mesiánicos (Am 9,13-15; Jl 4,18-21). Podemos decir que es la transformación del agua de las abluciones de los judíos (Jo 2,6), en otras palabras el nuevo testamento sustituye el antiguo. Quien ofrece el vino, el mejor vino es el esposo. Pero ellos no se dan cuenta y van al esposo equivocado y le hablan de la costumbre de servir primero el vino bueno y después que todos están embriagados sirven el de menor calidad. Ellos no saben todavía que el verdadero Esposo sólo ahora comienza a servir su vino.
Después del signo sus discípulos creyeran en Él (2,11). Pero eso no es la plenitud de su obra, es el comienzo como el mismo Jesús lo afirma cuando María, su Madre, le dice que ya no hay vino: "¿Mujer, qué tenemos que ver con eso? Mi hora no ha llegado todavía". En verdad, su hora llegará cuando él le dirija la palabra nuevamente para decirle: "Mujer, ahí tienes a tu hijo..." confiándole el fruto de su obra.
El vino es el símbolo de la alegría... Jesús devuelve la alegría a los que estaban en la fiesta.
El vino es el símbolo de la transformación... Jesús transforma los rituales antiguos, entregándose a sí mismo para rescatar al hombre.
El vino, con su color rojo, es el símbolo de la sangre... Jesús derrama su sangre para que todos tengan vida en él.
La Palabra se hizo carne para cumplir con la propuesta del Padre. Jesús no vino para hacer milagros. Los milagros son consecuencias de su vida, de su predicación. Tampoco vino para ocupar los puestos de los vinicultores, vino para rescatar al hombre.
En este sentido nos es presentada la primera lectura: el milagro de Caná nos ayuda a percibir que Dios está presente como el Verdadero Esposo. Isaías nos presenta a Dios como el Esposo y la esposa es su pueblo. Cristo en el nuevo testamento es el Esposo y su Iglesia la Esposa, o sea, nosotros somos la Esposa de Cristo. No sea que seamos como las vírgenes imprudentes que se olvidan de poner aceite en sus lámparas, perdiendo la oportunidad de ver al Esposo que llega.
El episodio de Caná nos hace ver de forma completa la manifestación del Señor, completando la tríada de la Epifanía: Contemplación de los Reyes, Bautismo del Señor y el Signo de Caná.
Pensemos las veces que en nuestra vida nos falta el vino nuevo, el vino de la transformación, porque todavía estamos aferrados al pasado que nos oprime y nos aprisiona. Jesús nos ofrece su Vino Nuevo para que podamos creer en Él, para que podamos sentir su presencia entre nosotros. El Vino de la alegría y de la liberación es el mismo Jesús que se nos ofrece hoy para transformar nuestra realidad.
Pero no podemos dejar de hablar de la presencia de María en este momento tan importante. María es la que intercede, es la que le pide al Hijo que no deje que la tristeza invada el corazón de los presentes. María hoy continúa a interceder por la Iglesia de su Hijo. Las pocas palabras de María son muy significativas para nosotros hoy. Recordemos la voz de Dios en el Bautismo: "Este es mi Hijo amado..." En la transfiguración, dice: "Este es mi Hijo... Escúchenlo", y María nos dice: "hagan todo lo que él les diga". Es el mismo pedido del Padre y de la Madre que escuchemos su Palabra y hagamos lo que él nos pide.
La pregunta es: "¿qué nos pide Jesús?" AMAR es la propuesta. Amar incondicionalmente, porque teniendo al amor como base de nuestra práctica, todo será diferente.
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