Hola, ¿cómo están las cosas? Estamos de vuelta para hablar de nuestro tema, espero que hasta acá sea a gusto de ustedes para, juntos, encontrar una respuesta.
Terminamos el capítulo anterior diciendo que también encontramos, dentro de la Biblia, mensajes que hablan del amor a la sabiduría, a la familia, entre hermanos, comunidad, pero no hay una definición del amor.
Cuando Jesús vino al mundo, la gran prueba del amor de Dios para con la humanidad, como nos dice San Juan en su evangelio (3, 16):
“Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único,
para que todo aquel que cree en él no muera,
sino que tenga vida eterna”,
podemos pensar que sería para darnos la definición que estamos buscando, pero no, no la dio, en cambio les habló a sus discípulos muchísimo sobre el amor. ¿Se acuerdan de la pregunta fundamental? ¿Se acuerdan de la segunda pregunta fundamental? Pues bien, creo que ya podemos empezar a dar respuestas más exactas a estas preguntas.
Si nos sumergimos en el mar del Nuevo Testamento, encontramos algunos pasajes que pueden indicar el fin de nuestra curiosidad.
Empecemos, entonces, por oír la voz de Dios cuando se dirige a Jesús en una declaración de amor:
“Este es mi Hijo amado, a quien he elegido” (Mt 3, 17)
En esta declaración de amor podemos no sólo percibir el momento sino las consecuencias. Dios no quiso solo decir que Jesús es el Mesías, sino que por amor transfiere todo al Hijo, todo que es del Padre ahora pertenece al Hijo. Este término “amado” revela toda la exigencia que implica el amor; un amor sin límites, sin exclusiones, sin acepciones; amor que revela encontrarse en el otro.
Parece que la cosa se complica para nosotros que nos metimos a saber sobre este tema. Pero es así, ya no podemos parar, queremos llegar a una conclusión.
Dentro de esta claridad de lo que implica el amor, Jesús da una respuesta que puede ser que nos espante, pero que está en la misma línea de lo que hemos dicho anteriormente, un amor sin medidas, sin reservas y por encima de todo sin interés:
“El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a recibir.
Nadie me la quita, sino que yo la doy por mi propia cuenta”.
Vemos, por cierto, que tanto el amor de Dios Padre como el amor de Jesús son iguales, no son apenas semejantes, son iguales. Ambos tienen el mismo sentimiento, porque Jesús aprende con el Padre, lo recibió del Padre, se identifica con el Padre.
¿Por qué nos cuesta a nosotros saber sobre el verdadero amor? ¿Por qué nos cuesta entender el significado del amor? Para la primera pregunta doy una respuesta muy sencilla, tal vez sea porque estamos acostumbrados a buscar cosas pasajeras, a aferrarnos a lo efímero, a pensar en el momento. Para la segunda, creo que nunca vamos a entenderlo mientras estemos condicionando el amor a nuestros gustos. Sí, eso es lo que pasa. Acomodamos, negociamos cuando hablamos de amar. Nunca decimos que amamos sin medidas. Hay siempre una medida, el amor del otro. Nunca decimos que amamos sin límites, el límite es la respuesta del otro. Nunca amamos sin exclusión, excluimos a los que no nos caen bien y así podemos seguir hasta muy lejos. Otra cosa es que no queremos tampoco condicionarnos al amor, pensamos que amar pasa por la cabeza, o sea, solamente por la razón. El amor que es solamente razonable, es frío, pálido, gris.
Hay un dato más del Antiguo Testamento que quiero compartir con ustedes y que lo vamos a encontrar en la acción de Jesús, es el amor que lleva a perdonar:
“Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí;
por tu gran amor, borra mis culpas”. (Salmo 50, 3)
“¡Dios tierno y compasivo, paciente y grande en amor y verdad!
Por mil generaciones se mantiene fiel en su amor y perdona la maldad,
La rebeldía y el pecado…” (Ex 34 6-7)
“Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados” (Mt 9, 2)
Parece que pasamos a entender que el amor va de la mano del perdón.
Les dejo pensando un poco… continuaremos en la próxima. P. Adelino
martes, 11 de agosto de 2009
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