Madre, una gracia te pido, 
que me sanes en cuerpo y alma.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

NUESTRAS LÁMPARAS ENCENDIDAS



Estamos en el contexto de fin del Año Litúrgico y, ¿por qué no mencionar que en el contexto de inicio del Nuevo Año Litúrgico? Dentro del contexto del fin, la liturgia nos ha propuesto en estos domingos, la reflexión del Evangelio de Mateo 25, 1-13, la Parábola de las 10 vírgenes. 
No nos detendremos a hablar de la actitud de las vírgenes de la parábola, porque en cada iglesia del mundo católico se hizo la reflexión correspondiente en ese domingo (22 Domingo del Año, ciclo A). Aquí pensaremos desde otro lugar, el de los contextos de fin y de inicio.
Dentro del contexto del fin, estamos llamados a caminar hacia la fiesta de la Boda, a celebrar el casamiento de la Iglesia con su Esposo, aquel a quien proclamaremos Rey del Universo en el próximo domingo. Para caminar, para transitar en este mundo, para alcanzar al novio y seguirlo, acompañarlo y con él festejar, necesitamos las lámparas encendidas.
Para que nuestras lámparas permanezcan encendidas, necesitamos llevar repuesto, necesitamos que nuestro recipiente no se vacíe. El aceite es fundamental, es esencial, es vital. El aceite tiene muchos usos prácticos en la vida: para cocinar, para suavizar, para curar, para alimentar lámparas. Por eso es también símbolo de realidades más profundas: luz, paz y suavidad (poner un poco de aceite en las relaciones de una comunidad), amor, alegría, salud. En el uso religioso, ya en el AT se empleaba la unción (el masaje con aceite) como signo de la elección y consagración de reyes, profetas o sacerdotes de parte de Dios. Las muchachas que tenían sus lámparas encendidas, símbolo de fe, de atención, de interés, de amor, entraron a la fiesta de las bodas. No aparece dificultad en el momento de hacer comparaciones con el mundo actual y podrían dar muchos ejemplos de eso. 
En este contexto del fin, debemos pensar cómo tengo mi lámpara, cómo tengo mi aceite. Todos los días, Dios te da la oportunidad para tomar tu lámpara. ¡Todos los días! Sí, todos los días cuando abrís tus ojos al despertar, Dios está regalándote una nueva oportunidad para que tomes tu lámpara y para que tomes la cantidad de aceite necesaria para ese día. ¿Cuántas veces sentís que ya no das más? ¿Cuántas veces la cosas parecen más difíciles? ¿Cuántas veces ser bueno, honesto, paciente, generoso, servicial cuesta y hasta dudamos de serlo? En esas situaciones es cuando percibimos que el aceite no fue suficiente; que actuamos con imprudencia. En cada oportunidad que Dios nos da, en ese momento del despertar con vida (aunque parezca ser una cuestión biológica y natural), es para que seamos más buenos, para que desde la experiencia de fe seamos luz para los demás. En este contexto es como nos preparamos para que cuando estemos adentro, celebrando las bodas, el Señor, Padre del Novio, no nos mire desde arriba y perciba que no tenemos la vestimenta adecuada. Sólo en este contexto, con lámparas encendidas, con la fe inamovible, con una esperanza viva, a pesar de todas las vicisitudes de la vida, es que podremos ser vencedores.
Por otro lado, en el contexto de inicio, también debemos tener nuestras lámparas encendidas. Iniciaremos en tiempo de Adviento para prepararnos para la Navidad. Debemos ir al encuentro del Señor niño recién nacido con la lámpara (nuestro ser) lleno de fe, de una fe renovada, fortalecida, esperanzada. Lámparas encendidas para iluminar ese Gran momento del Amor del Padre. Lámparas encendidas para el gran encuentro con el Príncipe de la paz, el Consejero maravilloso, el Dios fiel. Lámparas encendidas para contemplarlo, amarlo, venerarlo y permitir que él nos mire a los ojos.
En estos contextos, entre el fin y el inicio o entre el inicio y el final, tenemos el contexto del día a día, el contexto del recorrido. Somos llamados a vivir el presente y sólo el presente. El día a día, no el inicio tampoco el final. En nuestro quehacer cotidiano, tener la lámpara encendida es fundamental, porque debemos fortalecernos, pero esencialmente, debemos ser luz para las naciones. Si no te pensás digno para tanto, pensá que debes ser luz para los que tenés al lado en los diferentes contextos de tus realidades. Y pensá que si no puedes ser luz, es porque tu lámpara ya no tiene luz y tu aceite ya no tiene la capacidad que le corresponde. Reflexiona y piensa donde dejaste tu lámpara, porque te ha faltado el aceite.
Al fin y al cabo, tener la lámpara encendida de amor, de justicia, de fe, de esperanza, de bondad para contemplar al que Nace, el Dios Emanuel; para celebrar con el Rey Universal y para convivir entre nosotros. Que tu lámpara esté siempre encendida. Aprovecha cada oportunidad que Dios te da. Toma tu lámpara y toma el aceite que te ayudará a ser fiel.


P. Adelino, HSICM
Parroquia San Antonio de Padua



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